La soledad. Por Diego Almeida Guzmán

Iniciemos con F. Nietzsche (1844-1900) y su enunciado que sintetiza nuestra aproximación al tema: “En la soledad el solitario se roe el corazón, en la multitud es la muchedumbre quien se lo roe. Elegid”. Estemos o no de acuerdo con la bondad de la “soledad”, es evidente que este reducto del hombre le permite el debido conocimiento de sí mismo, lo cual habilita su plena realización… que a su vez conforma la mayor y mejor pragmatización de la libertad como atributo esencial de la naturaleza humana.

A diferencia del talante adoptado por el hombre vulgar, prosaico, ante el aislamiento –en tanto lo asume como ostracismo físico– al sabio en términos intelectuales, el retraimiento le confiere la oportunidad de convivir con su exclusivo ser. Así lo dice Zaratustra en el llamado a encontrarse con su esencia, a hacerlo con el grito de refugio en su propia soledad. En su obra Aurora – Reflexiones sobre los prejuicios morales, Nietzsche complementa el pensar revelándose ante las pretensiones de ser desterrado de sí mismo, que lo lleva a aborrecer y temer al mundo, para terminar meditando en la necesidad del destierro para volver a ser bueno.

Resulta paradójico que estas “meditaciones” del ateo por antonomasia, aquel de “Dios ha muerto”, encuentran un paralelismo en San Agustín de Hipona cuando el santo “recomienda” que el hombre no vaya fuera de sí, que se busque en su interior pues allí habita su y la verdad: si “encuentras tu naturaleza mutable, trasciéndete a ti mismo”. En los dos extremos del pensar filosófico, en efecto, identificamos la humanidad de la soledad.

Para Michel de Montaigne, filósofo y moralista francés del Renacimiento, la soledad es una virtud, que en sus palabras es “(un) arte de vivir de acuerdo con nuestra satisfacción”, siendo que a ella – a la soledad ¬– solo debe “preocuparle la muerte”. Y es que a través de la soledad nos permitimos la autonomía forzosa para excluir todos aquellos aderezos vivenciales que pretende imponernos la sociedad. Así, la soledad es un “contentarnos con nosotros mismos… detener y sujetar al alma en el recogimiento, donde pueda encontrar su encanto”.

El retiro erudito del hombre es, por otro lado, un camino de auto-realización, en el cual vagabundeamos doctamente para en calma distinguir nuestro humanismo y rechazar todo aquello pernicioso. Solo el hombre contento consigo mismo, entusiasta con su propio ser, es capaz de transitar dignamente por la vida. La maledicencia, el egoísmo, la inmoralidad son reflejos de quien en su soledad es incapaz de encontrar plenitud. La audacia no viene dada por la intrepidez social, pero por el coraje que nos ofrece la soledad bien llevada.

Dice J. L. Borges que “el presente está solo”. Lo interpretamos en el sentido que ese hoy solitario nos alecciona para un mañana fructífero ya no aislado sino en compañía de la soledad.

Notas

Fuente: https://www.elcomercio.com/opinion/columnista-elcomercio-opinion-soledad.html

18 de diciembre de 2021.

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