En pleno comienzo del siglo XX, Henri Bergson entiende que la risa tiene implicaciones éticas y sociales: una incongruencia provoca risa si no nos solidarizamos o sentimos compasión por aquellos de quienes nos reímos.
“El hombre sufre tan terriblemente en el mundo que se ha visto obligado a inventar la risa”, (Nietzsche). La risa es todo un proceso de ingeniería muscular: la contracción coordinada de 15 músculos faciales, acompañada de respiración alterada y sonidos diversos. Reír es otro efecto de la magia química de nuestro cerebro reaccionando ante estímulos afectivos. Por eso, podemos decir sin duda que la risa une el cuerpo y el espíritu.
Nos reímos por gesticulaciones cómicas, de lo que vemos u oímos, hasta por recuerdos o imágenes mentales. Reímos para festejar. Por sorpresa, ante algo inesperado o fuera de lo común. Por contagio, cuando los demás ríen. Por miedo o para mitigar peligros reales o imaginarios. Para socializar y ser aceptados. Por algo necio o soez. Por lo absurdo. A veces de una forma crítica. Y muchas veces nos reímos de los otros, con crueldad además.
Mientras que los tratados sobre la verdad, la belleza o la tragedia son abundantes, la filosofía occidental no ha sido ni diligente ni justa frente a la risa. En la Grecia clásica, Platón argumentaba que la risa es un vicio, que merma el dominio de la psiquis sobre el cuerpo. Para Aristóteles, es una mueca de fealdad que deforma el rostro y desarticula la voz. En la Edad Media, la Iglesia sostenía que la risa era mala, pues en los Evangelios jamás se menciona que Jesús haya reído.
Solo a partir de la Ilustración francesa se empezó a liberar a la risa de ciertos estigmas. Para Voltaire, el hombre es un animal risible, al que la alegría hace reír, pero no los grandes placeres, pues los placeres del amor, de la ambición, de la avaricia, son muy serios. En el siglo XVII, para Spinoza, la risa es un bien deseable y resulta benéfica para el cuerpo y el espíritu. Recién en el XIX, Kierkegaard ahonda un poco más en el fenómeno y reflexiona que reímos ante el absurdo o ante incongruencias inofensivas.
En pleno comienzo del siglo XX, Henri Bergson entiende que la risa tiene implicaciones éticas y sociales: una incongruencia provoca risa si no nos solidarizamos o sentimos compasión por aquellos de quienes nos reímos. Esto explica la existencia de los chistes discriminatorios o el humor negro: sólo la falta de empatía o compasión nos permite reírnos de esos otros. Pero si algún filósofo planteó el poder catártico de la risa, ese fue Nietzsche, en Así habló Zaratustra: “¿Quién de vosotros puede a la vez reír y estar elevado? Quien asciende a las montañas más altas se ríe de todas las tragedias, de las del teatro y de las de la vida”. El filósofo de la libertad, la risa y el juego, nos dejó un claro mensaje: es necesario aprender a reír.
Hoy en día, la más avanzada medicina reconoce que el estado anímico de un enfermo influye profundamente en su recuperación. Es patente que quien es capaz de sobrellevar positivamente su enfermedad, el que ríe de su destino, se cura más pronto. Si la realidad es un estado mental, como lo ha demostrado la física cuántica de múltiples formas, ejercitar el humor debería ser nuestro credo inseparable ante las múltiples tragedias cotidianas o ante el mismo absurdo de un mundo difícil e imperfecto. ¡Riámonos! Quizá sea una de las claves de la existencia.
Fuente: http://www.telegrafo.com.ec/opinion/columnista/archive/opinion/columnistas/2010/01/03/La-risa.aspx
ECUADOR. 3 de enero de 2010
felicidades jeannine por escribir sobre la risa. En un mundo que cada dia se hace mas complejo y tedioso es necesario tener conciencia de la importancia de la risa
¡Hermoso texto! ¡Felicidades!