“La filosofía nació de la tensión entre violencia y verdad”, afirma el filósofo belga Pierre de Roo, que reflexiona sobre la influencia de Platón en la cultura occidental.
PLATON. “Destruyó el mundo del mito”, dice De Roo.
Durante el verano en el hemisferio norte llegan a la Argentina turistas y cantidad de intelectuales que arman congresos, dan conferencias, presentan libros, hablan con la prensa. Muchos de ellos tienen más lectores acá que en sus propios países. Entre las rarezas del mundo del pensamiento, quizás una de las más notorias este año haya sido la visita del filósofo belga Pierre de Roo. Empujado por el viento de cola de su último ensayo, ¿Adónde va la verdad? (Waldhuter editores), eligió pasar unos días por Buenos Aires, donde se hospedó en un precioso hostel en San Telmo, en una zona alejada del ruido comercial. La conversación con Ñ tuvo lugar en un patio amplio y recorrió sus ideas sobre el estatuto de la verdad, su infancia y juventud en Portugal, sus estudios de física y cierta aversión que siente por el pensamiento francés y alemán. Sus ideas tributan en el pragmatismo, la filosofía analítica, el pensamiento del estadounidense Richard Rorty y cierta vertiente de la antropología que le atribuye a la última etapa del alemán Ludwig Wittgenstein, aclarando que la manía de etiquetar pensamientos no sólo es una pasión local sino, más bien, un modus operandi del sistema universitario occidental que se niega a abandonar ciertos automatismos y prebendas.
-Empecemos por el título de su libro: ¿Adónde va la verdad?.
-Bien. El título puede dar la impresión retroactiva de que hay varias verdades, y que estoy defendiendo una posición relativista contra una posición única y dogmática. Pero ese no es el caso.
-¿Y cuál es el caso?
-El caso es tratar de entender dos cosas: qué relación existe entre la verdad y la violencia y cuál entre la verdad y la razón. Y explorar una alternativa a esa relación. ¿Es inevitable la relación entreviolencia o razón? ¿Es posible crear un nuevo paradigma para la filosofía que se salga de la artimaña?
-¿A qué se refiere cuando habla de artimaña?
-La artimaña es lo que permite que la verdad sea aplicada como un instrumento del poder. Lo que trato de demostrar es que esta idea de artimaña es una faceta estructural de la verdad. Y que ese sería el inicio de la filosofía.
-¿Cómo es eso?
-Desde sus orígenes, en Grecia, la filosofía tuvo dos facetas: la inteligencia concreta, el know how, el saber-hacer, la práctica, la del médico, la del general, la del matemático, etcétera. Y la otra cara que es la de la artimaña, que está presente en todo el pensamiento griego, pero no se la ha tomado en serio. Pero está presente hasta en el caso de Ulises, cómo enfrenta sus dificultades y las supera, esa inteligencia oscura, submarina. Eso es la artimaña, un arma de poder y de violencia. Esa idea de la inteligencia infiltrada por la artimaña también está presente en la filosofía. Por ejemplo, en la lucha de Platón contra los sofistas. Los sofistas enseñaban la retórica, el arte de decir la artimaña, el arte de decir que hay una cosa y la contraria. El debate con Platón puede resumirse en que éste decía que había una verdad que debía imponerse.
-Entonces, está la tensión entre violencia y verdad.
-Absolutamente. Eso es la filosofía.
-¿Puede desarrollar esa idea?
-Sí. Se dice que la filosofía nació de las luchas, las querellas entre Platón y los sofistas. En mi libro lo que digo es que Platón triunfó sobre los sofistas: creó la verdad única y el concepto de ser. En mi opinión –y de acuerdo a mis estudios–, Platón no estaba contra los sofistas sino que era el mejor de los sofistas. La creación de la verdad es la mejor, la más eficaz de las artimañas. La filosofía nació de la tensión entre violencia y verdad.
-¿Y qué sentido tiene entonces el mundo sobrenatural de las ideas en Platón?
-Un ejemplo: Platón dice que esta silla no es verdadera, que no existe. Existe, sí, la idea de la silla. Como si la verdad le hubiese tendido una trampa al mundo. Para Platón, el mundo no es verdadero, verdadero es el mundo de las ideas. Es una artimaña, una manera de imponer poder, una estratagema de poder. Quiero decir: por un lado está la verdad, la ciencia. Pero para los asuntos humanos –esa verdad– es una trampa. Esa es la artimaña. En el siglo XVIII y XIX, el romanticismo intentó articular una revuelta contra esa idea: la idea de un mundo ensombrecido por una trampa. Los románticos intentaron recuperar la verdad, su verdad y una identidad. Eso es el amor romántico: el hombre intentando tomar posesión del mundo. Con los románticos y el aporte de Friedrich Nietzsche, esa idea del mundo empieza a resquebrajarse.
-¿Qué hay que pensar de Platón entonces?
-En principio, que era un hombre de altísima inteligencia, que inventó una tradición filosófica que atravesó 23 siglos de pensamiento occidental. Y que era un hombre del poder. Los griegos escribieron sobre todo, menos sobre la artimaña. Es curioso. Hay que esperar a Maquiavelo, al Cardenal Mazarino, para leer algo sobre esa inteligencia submarina, escondida, que opera perforando la ilusión de la trampa que impone la verdad.
-Platón tuvo sus continuadores, sus herederos.
-Por supuesto, Aristóteles, San Agustín, Santo Tomás, el catolicismo. ¡Hasta el filósofo alemán Peter Sloterdijk es un heredero de cierta concepción ontológica que viene de Platón! Esos discursos son herederos de la creación platónica, de su mundo de verdad e ideas que, por cierto, destruyó el mundo del mito. Las revueltas contra el catolicismo –y en esto Nietzsche tuvo su peso específico– también fueron una revuelta contra la verdad única de Platón.
-Supongo que Platón no era un vidente ni podía calcular todo.
-Por supuesto que no. Esa verdad que creó tiene una historia, el ser tiene una historia. El ser es ese extraño personaje que representa el comienzo de la conciencia humana, un personaje que tiende una trampa a otro y que a su vez es objeto de una trampa. Platón creyó que, creando el mundo de las ideas sobrenaturales, podía lograr salir del mundo real. Era una trampa que aprovechó políticamente. Lo increíble es que mentes privilegiadas no abandonaron la metafísica ni la ontología, piezas clave de esa trampa. Ni Hegel con la dialéctica, ni Martin Heidegger y sus teorías sobre el ser y el olvido del ser, ni Karl Marx siquiera, abandonaron la metafísica. Y para peor, engendraron el concepto de historia y la lucha de clases que iba a darle fin mediante el comunismo. Engendraron también la idea de raza, sangre, tierra, el nazismo, una historia fundada en un biologismo delirante al que algunos pensadores como Hannah Arendt ubican por fuera de la tradición occidental.
-¿No lo está?
-No, por supuesto que no. La tradición occidental es la de la artimaña, la violencia y el poder. Y los nazis, y cantidad de intelectuales, empezando por Heidegger, apoyaron ese sistema de exterminio que abominaba del catolicismo sin abandonar sus fundamentos. El nazismo cultivaba un esoterismo de poco calado, una especie de gnosticismo barato. Pero ahí están Carl Jung, Werner Heisenberg, Gottfried Benn, Ernst Jünger, Thomas Mann, etcétera.
-¿Podría decirse que los nazis eran más platónicos que heideggerianos?
-Efectivamente.
-¿Cómo se entiende?
-En la década de 1920, Heidegger escribió Ser y tiempo, y cometió un error inmenso: la idea de que en la ontología hay reglas, que la verdad está en un lado o en otro o es contradictoria. Y para no perder el eje y la “originalidad”, Heidegger coló al “olvido del ser” entre las dos verdades. En el mismo momento en que los nazis pretendieron liquidar la metafísica, Heidegger, que se autopropuso jefe ideológico del Reich, intentó reponerla. De ahí las críticas del psiquiatra y filósofo alemán Karl Jaspers. Heidegger, por ejemplo, sostuvo que la lógica es buena para los profesores de filosofía pero no para los verdaderos filósofos. Por esa razón, no pudo decir nada verdadero, no dejó territorio para la verdad. Los nazis advirtieron la jugada y lo echaron. Lo que querían ellos era destruir la metafísica, y Heidegger preservarla. Esto es así: los nazis se dieron cuenta de que Heidegger no tenía nada de nazi. Está claro que los nazis fueron más platónicos porque el proyecto de Platón, bien atacado, era inconsistente. Pero Heidegger quiso darle al existencialismo una fuerza y una verdad que no tenía. Eso prueba la debilidad de su andamiaje teórico. Heidegger, que se consideraba el filósofo más grande después de Heráclito, llegó para revelar las fallas, las grietas de la filosofía. Para resumir, practicó la filosofía como no hay que practicarla.
-Hagamos un poco de metafísica. Usted es una especie nueva y original en el bosque de la filosofía. ¿Cómo etiquetarlo?
-Diría que soy un naturalista en el sentido de Ludwig Wittgenstein. Wittgenstein, al crear la noción de forma de vida, hacía antropología. Cuando hablaba de juegos de lenguaje y de reglas de uso de una palabra, estaba haciendo antropología. Para él, lo que contaba era el aprendizaje, pero las reglas son diferentes para cada tribu. No hay una noción de verdad por tribu como en el caso del relativismo. Hay reglas y usos. O, más bien: la regla es el uso. Y digo que, cuando hay una crisis como la actual, hay que volver a los orígenes. En mi caso es un intento que no se ubica en ninguna escuela, un intento por comprender por qué no alcanza con la violencia para dominar. Siempre se necesita algo más. Artimañas e ideas. También ese intento de comprensión tiene su raíz en mi infancia. Yo viví en Portugal. Viví mi infancia bajo un régimen dictatorial muy violento, tal vez menos que el de la Argentina. Pero de todas maneras, todos mis amigos estuvieron en la cárcel. Después estudié física en Bélgica y realicé estudios de filosofía anglosajona. Mis referencias filosóficas francesas son escasas. Michel Foucault es la más importante. Mi referencia es Wittgenstein, sobre quien estoy escribiendo un libro. No lo sigo como un niño pero voy en ese sentido. ¿Qué quiero decir? Que la gran novedad que introdujo Wittgenstein fueron los juegos de lenguaje que permiten salir de la trampa de la metafísica, de la ontología. La verdad es muy importante para entender las leyes de la física, la manzana que se cae. Pero la ontología es un error para entender las leyes que se traban entre las personas. Incluso más, la filosofía ha impedido el conocimiento de los seres de otras especies animales. Por la primacía de la conciencia. Los juegos del lenguaje introdujeron la cuestión de las formas de vida.
-Claude Lévi-Strauss también.
-Estoy de acuerdo. Salvo que Lévi-Strauss siguió preso de la ontología. Las invariantes son categorías ontológicas. Eso no está en la dramática de Wittgenstein. Willard Van Orman Quine, el lógico estadounidense, decía que para la ontología el mundo es un museo donde cada objeto tiene su etiqueta. Para Wittgenstein no hay etiquetas sino usos; lo que importa es el uso. Así se sale de la ontología. En la gramática de Wittgenstein, las metáforas pueden cambiar. En la metafísica no. Eso es lo que Richard Rorty, el teórico del pragmatismo, aprendió de Wittgenstein. Ça va?
Fuente: http://www.revistaenie.clarin.com/ideas/Pierre-de-Roo-filosofia_0_782921717.html
2 de octubre de 2012