“El pensamiento general de Heidegger propone tomar distancia y ponerse a la escucha, para darse cuenta de que el ser está en el origen, más atrás que cualquier extrañamiento sufrido a lo largo de los siglos”
“No envidiamos a los dioses, no les servimos, no les tememos, sino que poniendo en peligro nuestra vida atestiguamos su existencia múltiple y, cuando acaba su recuerdo, nos conmueve pertenecer a su azarosa estirpe”. René Char
En Hölderlin y la esencia de la poesía Heidegger dice, con el gran poeta alemán, que el lenguaje es el más peligroso de los bienes. ¿Son efectivamente tan peligrosos el lenguaje, la poesía? En este breve ensayo intentaremos ahondar en qué consiste, para Heidegger y Hölderlin, esta peligrosidad.
Hay aquí distintas formas de peligro. Hay uno que no vemos “porque no nos hemos situado en su horizonte”: (1) el de la devastación del lenguaje, un peligro esencial éste, pues amenaza a la esencia del hombre. Otro peligro del lenguaje es que, en vez de ser la morada del ser, se desvíe y se transforme en la “recámara de sus manipulaciones”. (2) Hay también el peligro de llegar a no tener qué decir: un silencio vacío, distinto al silencio necesario y como virtud, ése que se abre a la escucha de lo esencial. Hay un peligro de exceso de levedad: Heidegger quisiera evitar que la poesía pierda peso y se aleje en fantasía y sobrevuelo, lo que sucede cuando se le entiende sólo como género literario —otro de sus peligros—. Y dice: “El poetizar, antes que nada pone al hombre sobre la tierra, lo lleva a ella, lo lleva al habitar”. (3)
Parecería que el poeta mismo no correría tanto aquel peligro de no ver, porque ve demasiado. No correría tanto peligro de no haberse situado en el horizonte, porque parece vivir él mismo traspasado como dimensión de horizonte (a través del poeta la humanidad escucha y ve). Y no correría, gracias a él, tanto peligro de devastación el lenguaje porque está puesto a la permanente tarea de su construcción: “La poesía es instauración por la palabra y en la palabra”. (4) Y hay un peligro que parece no correr el poeta que ha permanecido y se ha logrado, peligro que sí acecha a muchos mortales con talento: ese que llama Steiner “la funesta facilidad con la que nos despedimos de nuestro yo creativo”, (5) el mismo que llama Coleridge la oscuridad de la deserción (6) y que, más grave aun, considera Ortega y Gasset como un imperdonable desertar de sí mismo.(7)
Aunque el hombre se comporte como forjador y dueño del lenguaje “es éste, y lo ha sido siempre, el dueño y señor del hombre”, dice Heidegger. (8) El hombre cree que invoca a los dioses pero serían ellos los que nos invocan, y así la palabra que nombra a los dioses es apenas nuestra respuesta a su invocación. Así, el hombre cree dominar el lenguaje… cree invocar a los dioses, pero dioses y lenguaje, más clara u oscuramente, lo mandan.
Si bien Martín Heidegger no está interesado en hacer teoría estética, sí hace al arte una aproximación que merece gran atención. Uno de sus temas esenciales en este sentido señala que la poesía y el acto del poeta ayudan a rescatar al ser del olvido, revelándolo en obra.
El pensamiento general de Heidegger propone tomar distancia y ponerse a la escucha, para darse cuenta de que el ser está en el origen, más atrás que cualquier extrañamiento sufrido a lo largo de los siglos. “Origen” para Heidegger no es “lo habitual”, aunque ambos vengan de atrás. El origen es lo que estaría detrás de lo habitual y, sobre todo, detrás del olvido del ser. Y sería el arte y particularmente la poesía los que podrían ir más atrás, más allá antes de ese olvido, a captar lo esencial para revelarlo en el acto de creación: eso que Heidegger llama la puesta en obra de la obra.
Como pocos casos el arte permite al filósofo esa pregunta y esa escucha de la verdad del ser a la que está dedicado Heidegger, y también como pocos casos el arte permite tanto al filósofo como al que no lo es entrar en contacto con zonas esenciales de la existencia humana —en su trato con las cosas, en su trato con los otros, en su trato con el mundo como red de relaciones, en su trato con lo sagrado— cuando esas zonas son miradas del modo agudo y simple, penetrante y esencial que es el del arte, y más específicamente el de la poesía, modo que no se da en nuestro trato habitual con lo que nos rodea. Bien dice Heidegger que en la cercanía de la obra pasamos de súbito a estar donde habitualmente no estamos.
La esencia del arte será entonces el poner en operación la verdad: del ser, de los entes. Hay una esencia y un origen que se habrían de revelar en el acto mismo de hacerse obra de una obra. Hay así un ser originario e intemporal que es activado, que de algún modo se hace ver en la verdadera obra, que se revela en ella. En su proponer estar a la escucha del ser, este filósofo heterodoxo y polémico no sugiere como método el formular preguntas lógicas ni ir a la búsqueda de algún sentido especialmente profundo de conceptos intrincados. Quiere un preguntar que sea capaz de experimentar, y da lugar preeminente así al modo de escucha del ser que el arte moviliza. Propone un permanente preguntar y un saber escuchar lo que el ser pueda decirnos —aun indirecta, aun elusiva, aun demorada, aun imprecisamente—. Y afirma “un reinar no apremiante del ser” (9) más afín al acto del poeta o del pensador religioso que al de la técnica.
De lo comentado hasta aquí puede ir intuyéndose por qué el poeta verdadero —ese agente secreto de la percepción al que se referirá Steiner— estaría expuesto a algunos peligros mayores. Pues si en el ámbito que él logra constituir —en ese acontecimiento que ha de ser la verdadera poesía— llega a conjurarse o reducirse el peligro de aquellas amenazas o pesos sobre lo esencial de lo humano, el poeta heideggeriano parece asumir sobre sí mismo —ya en su individualidad, en cuerpo y alma propios y hasta la mayor fragilidad, la locura o el suicidio— el peligro radical que lo enferma por excesos. Exceso de claridad en darse cuenta de los peligros que como humanidad vivimos y que los otros no ven —o no ven suficientemente—. Exceso de pertenencia y de intimidad con lo sagrado, en ese intentar morar el demasiado caldeado lugar donde la luz es excesiva y, más que dejar ver, puede llegar a enceguecer. Exceso de nervio en el trato con la fibra de las cosas, de los estados, de los cambios, y así tanto de lo que permanece como de la impermanencia, tanto de lo que pide la atenta escucha como de lo que deja sin habla, como también de lo que urge irremisiblemente a ser dicho, a ser expuesto, generado en —y generando— el lugar de los acontecimientos, haciendo ser a lo que es.
Hay, finalmente, un peligro consustancial que el poeta afronta en su trato con el ser, en vista del tránsito permanente del ser entre ocultamiento y patencia, en vista de esa ambigüedad insistente (el ser es para Heidegger lo más comprensible y al mismo tiempo la ocultación, lo más dicho y al mismo tiempo el acallamiento, lo más coactivo y al mismo tiempo la liberación). (10) Desde un ocultamiento imprescindible y previo, sólo parcialmente el ser se da, mostrando así su permanente dificultad para ser revelado. El ser en Heidegger es así algo imposible de revelar de modo absoluto o definitivo, pues su develamiento en total claridad haría, según Alberto Rosales, “imposible la historia futura y aboliría la esencia de la verdad en tanto desocultamiento”. (11)
Para Heidegger, es lo permanente lo que se instaura en la poesía. Y dice: “Lo que permanece debe ser detenido contra la corriente”. (12) Debemos leer este “contra la corriente” en el doble sentido, espacial y metafórico: la poesía hace ver lo inusual, o lo más esencial, que usualmente no vemos. Y así el poeta va —y ve— a contracorriente. Pero vivir en un permanente contracorriente lo rasga y lo hiere, haciéndolo ser herido.
Me arriesgo a aventurar la hipótesis de que en el pensamiento de Heidegger debe haber influido una personal condición psicológica depresiva; que era él mismo un depresivo y que en clave depresiva pueden entenderse más claramente muchos pasajes de Ser y Tiempo, sobre la angustia, la caída, el ser-ahí como caído, el ser para la muerte. (“El aquietamiento tentador incrementa la caída”, dice en El ser y el tiempo). (13) Creo que su participación en el nazismo y el posterior desarrollo histórico de este período acentuó razones para la depresión (Heidegger queda por décadas, durante y después del tiempo de Hitler, apartado, rechazado por unos y otros, entre dos aguas, lo que sucede por cierto a quienes desafectan tardíamente ciertos procesos políticos radicales y que no asumen claramente las razones primeramente de su participación y después de su desafección o al menos de su alejamiento; que ni son vistos ni se sienten a sí mismos como miembros de los oponentes ni tampoco llegan a ser nunca suficientemente miembros del grupo del poder —que va exigiendo progresivamente lealtad más absoluta en régimen más totalitario—). Imaginamos las consecuencias de este proceso —germánico, europeo y personal— sobre su propia psique de hombre depresivo de inmenso talento creador. A diferencia de otros, a quienes la depresión no sólo hiere sino que desactiva, en Heidegger se habría realizado la idea de Nietszche: “Lo que no mata fortalece”. Y así fortalecido toma la del arte como una de las rutas para su salvación, proyectando a la poesía como ámbito de salvación de lo humano general, así como antes proyectara en Ser y Tiempo su psicología personal en la filosofía del ser para la muerte. Así, podría verse el trabajo de su época de investigación en el arte —lo que ha sido llamado “el segundo Heidegger” o la época del “giro”— no ya sólo como una lucha contra el nihilismo sino también contra los estragos en él tanto de su propio nihilismo de depresivo (que considero notable ya en Ser y Tiempo) como del nihilismo histórico de su época.
Heidegger aborda el arte desde enfoques diferenciables. Los aspectos de creación de la obra como advenimiento de la verdad del ser se abren esperanzadores, como sucede en su análisis de los zapatos de campesina que Van Gogh pintara, o como en su estudio del templo griego, ambos en su texto El origen de la obra de arte. En otros momentos, y aún ahondando en la línea de la poesía-salvadora y lugar de la verdad del ser, Heidegger parece ponerse en tono depresivo, particularmente cuando aborda ciertos aspectos de la poesía de Hölderlin. No está lejos del espíritu romántico que a la vez ensalza y se duele con los poetas malditos. Hay momentos incluso en que parecería que la locura a la que ha llegado el poeta no es óbice para ser tenido como gran pensador. Y se valora la verdad de sus palabras “aun cuando hacía mucho tiempo la noche de la locura lo había arrebatado bajo su protección”. (14).
Notamos en lo anterior una actitud hacia la locura del poeta que es bien distinta a la esperable desde la filosofía, haciéndonos retomar la pregunta por cuál sería “verdad” creíble por la filosofía viniendo desde un poeta; pero, más aun, deja sentir que incluso en su locura el poeta puede expresar algo digno de ser creído como verdad válida para muchos (con lo que se roza, en cierto grado, una universalidad que suele ser muy cara a la filosofía). Pero, más todavía, Heidegger llega a decir que la locura había arrebatado al poeta “bajo su protección” con lo que se da a la enfermedad además un carácter positivo. Parecería sin embargo que, en el fondo, este pasaje nos dice que lo que se protege es a la poesía misma —y a la verdad que ella debe tanto hacer ver como hacer ser—, y no al frágil poeta enloquecido y pronto a la muerte radical de los suicidas. Pero aun aceptando que, en aras de la poesía-mediadora, el poeta individual pueda sucumbir, un pensamiento lógico tradicional habría protestado aquí por la salud misma del logos, pues ¿cómo podría el poeta enloquecido transportar la verdad y el mensaje de los dioses y actuar eficazmente como ese pastor que cuida la salud del ser?
Si está en el poeta la responsabilidad de pastor de un ser que está definido, en propiedad, como “ser para la muerte”, se entiende aun más el peligro depresivo y angustioso que fragiliza al poeta cuando asume —y sobre todo si logra eficazmente— cumplir con la delegación de los dioses. Así, el poeta desvía o compensa a los otros frente al peligro, pero no se salva él mismo del peligro.
Dice George Steiner: “Con bastante frecuencia la realización estética, bajo su forma más elevada, es fruto del cáncer de la psique, de los excesos de la percepción y de riesgos técnicos cuya dinámica es patológica”. Y en tácita referencia a Dostoievski agrega arriesgadamente: “¿Quién, sino un epiléptico, habría podido conocer los estados de iluminación, de visión superior sobre el abismo de la psicología humana y de la historia social que se manifiesta en Los endemoniados y Los hermanos Karamazov?” (15)
Pero no sólo escribir poesía puede abismar. También puede hacerlo el ser un sensible lector de la palabra poética, como es Heidegger. Ya decía Walter Benjamin que toda honda lectura pone en peligro. Aquí entonces la poesía, además de “salvar” al humano que Heidegger enuncia, pero sobre todo de salvarlo a él mismo, también le muestra con más agudeza sus propios peligros, a él que en talante depresivo entra en intensa empatía con el mensaje de Hölderlin, con la fragilidad del poeta insano y suicida (aunque acaso debamos concluir, un tanto irónicamente, que estos pudieran ser, en definitiva, benévolos peligros si los comparamos con el de la aventura nacionalsocialista de la que Heidegger conocía demasiado cercanamente, de la que quedó de uno y de otro modo herido, y de la que su acuciosa y honda lectura de poesía prometía alejarlo sanadoramente (prefiriendo acaso el ensimismamiento al abismo).
Hemos visto que el poeta excava permanentemente en la compleja zona de ambigüedades del ser, difícil reino de los contrarios en controversia. En este sentido dice Heidegger, con Hölderlin que la poesía no sólo es la más peligrosa de las ocupaciones sino también la más inocente. Que solamente “cuando podamos concebir ambas determinaciones en un solo pensamiento, concebiremos la plena esencia de la poesía”. (16) Agregaré que está implícito que sólo cuando podamos concebir en un solo pensamiento los distintos pares encontrados en las determinaciones del ser (lo comprensible con la ocultación, lo fiable y el abismo, lo más coactivo y lo más liberador, lo más simple y a la vez lo más lleno de misterio) concebiremos la plena esencia de la poesía. Pero eso que para Heidegger, o para nosotros, es concebir en el sentido de llegar a contemplar, a comprender o a pensar, para el poeta es una labor mucho más ardua y radical: expone su existencia misma en medio de la tensión generada por esos pares en controversia: trabaja cotidianamente con lo luminoso y lo sombrío, es artífice en medio de la lucha constitucional entre materia y forma, o lo que más propiamente llama Heidegger tierra y mundo. Y, más difícil aun, ha de ser primeramente mensajero entre dioses y hombres, pero unos dioses que en la época del poeta moderno han huido, aunque queden relegadamente —intuidamente— vecinos. Y, en dirección inversa, el poeta ha de ser luego buen mensajero entre hombres y dioses, increpando a estos últimos por mayor cercanía.
Lejanía y cercanía tejen, por cierto, la espesa dimensión en que existen, en el pensamiento heideggeriano, sus cuatro regiones esenciales: tierra y cielo, mortales y divinidades. El poeta parece asumir individualmente sobre sí el peso de esta espesura, y de aquellos peligros que recaen en el ser, en el hombre, en el lenguaje, en la poesía. Es él quien interpreta la memoria que ha enmudecido o se ha extenuado, ésa que viene de la leyenda y del decir originario de la historia de la humanidad, y así es él quien interpreta para el pueblo lo que sería la voz del pueblo, en tanto legado legendario donde cada vez actualizadamente pueda ese pueblo reconocerse. Él ayuda a desentrañar la espesura, la dimensión. Pero también su acción hila y produce espesura y dimensión. Pero también puede él perderse en medio de la espesura de la dimensión.
La poesía tendría para Heidegger un carácter epifánico, actualizador de una voz ancestral, que “manda” aún oscuramente, sin dejar de tener —y de ahí otra zona de tensiones en que el poeta subsiste— el carácter generador de lo enteramente otro y distinto, carácter implicado en toda genuina creación y según el cual el poeta vive en presente-intenso, en una intensidad imprescindible para que se dé ese otro mandato de lo poético: que cada vez “el alma inaugure”, según dicen Jouve-Bachelard en La poética del espacio (17). El poeta es el portador tanto de la escucha pasiva como de la respuesta activa —y activadora—. Respuesta-acontecimiento capaz de hacer advenir, en la palabra iluminadora, el ser del mundo. Y capaz de generar en la palabra fundadora el ser mismo del lenguaje.
La palabra poética va a ser entonces, en Heidegger, algo esencial para el rescate del ser una vez constatado su progresivo e histórico olvido. Pero no se trata aquí como hemos ido viendo de un simple interpretar, de un traducir de uno a otro hombre, o de un trasladar desde una época anterior hasta el presente y el futuro, se trata nada menos que de interpretar lo sagrado, de ser intermediario —eficaz— con los dioses.
Los dioses. El poeta. El pueblo
El poeta habita este entre. Es un “proyectado fuera”, en aquel entre: entre dioses y hombres. (18) Y si vemos que “sólo en este entre y por primera vez se decide quién es el hombre y dónde se asienta su existencia” notamos entonces la inmensa significación de esa zona intermedia. Heidegger ve que Hölderlin ha consagrado su vocabulario poético, con la mayor sencillez, a este reino intermedio. Y dice: “Esto nos fuerza a decir que es el poeta de los poetas”. (19) (*)
Steiner se va a referir a la relación del poeta y los dioses. Dice “Los poemas de San Juan de la Cruz son el testimonio fiel de una soledad a la vez total y abrumada por el encuentro con lo trascendente. El cara a cara creativo, o mejor ‘creador’, se plasma en la ‘noche oscura, sin nadie a la vista”. Y señala que de esa soledad misteriosamente violada —violada por la inminencia de Dios, temido y amado competidor—, así como de la ebriedad del alma, nace el poema (la pintura, la cantata, la conjetura metafísica). (20).
Parece en todo caso la poesía el mejor lugar para hacer expresable el ser de la carencia, de la incompletud, del darse y ocultarse en la relación del hombre y los dioses. Hölderlin se queja de que los dioses “trabajan eternamente y parecen preocuparse poco de si vivimos”. Pero de inmediato dice: “… tanto se cuidan los celestes de no herirnos”, (21) en lo que se parece al reclamo del niño a sus padres, que no lo atienden por tanto trabajar (para ellos mismos, aunque de modo distinto al del contacto más cercano que el niño pide… o que el humano pide a los dioses).
El poeta es precario. Pero en tiempo de indigencia, y por esto mismo, la poesía y el poeta son de cierta forma más ricos, pues es entonces cuando tienen más que decir, más trecho por desandar en el olvido del ser y más urgencia de hacer ver esa indigencia en que su tiempo vive. Para ser verdadero representante de su pueblo, el poeta ha de tomar cierta distancia, ha de quedar “consigo mismo en la suprema soledad de su destino” y es entonces cuando “elabora la verdad como representante verdadero de su pueblo”. (22)
El poeta heideggeriano está influido desde los dos extremos —divino, humano— pero primera y más radicalmente por el de los dioses, que, pensamos nosotros, siempre parecen exigir mucho más de aquellos a quienes han prodigado más ampliamente sus dones. Y aquí está, intuimos, el otro gran peligro, no siempre reconocido: ése en el que vive el humano especialmente “dotado”, por la expectativa de los dioses que fueron pródigos con sus dones. Es grande entonces la presión sobre el poeta: honrar los dones recibidos y a la vez ofrecer los propios; interpretar y transmitir; poner en presente el lenguaje ancestral para anunciar lo todavía no cumplido; fundar lenguaje nuevo; traer el ser intemporal a la palabra presente.
Pero la exigencia divina y la humana no son las únicas, pues la idea de habitar poéticamente también implica “ser tocado por la esencia cercana de las cosas”. (23) Así, son muchos y distintos los llamados sobre el poeta, cuya plasticidad ha de ponerlo en relación con diversas materias y con diversas esencialidades: de dioses, cosas, mundo, tierra, lo originario, la esencia misma del lenguaje…
Para rescatar al ser de su olvido, para salvar al lenguaje y al hombre de algunos de sus límites y peligros —y para tratar de salvarse a sí mismo— el poeta actúa con el peligro adicional de quienes tienen la experticia de desactivar bombas. Es este mediador (a la vez desactivador y activador) el que está en verdadero contacto cuerpo a cuerpo con el riesgo de estallamiento. Ya dijo Kafka que si experimentaba tan intensamente sus límites, no le quedaba más remedio que estallar.
Mientras mayor sea el logro por parte del poeta en rescatar del olvido del ser, mientras más luminosamente traiga a nuestra escucha un ser esencial dicho en poesía, mientras más eficazmente para la realización del poema haya podido el poeta hilar en uno —en la palabra— el ocultamiento con la patencia, mayor grandeza tendrán el poeta y su poesía, y mayor significación para apoyar al hombre de su tiempo y de los tiempos por venir, pero también parecería poder decirse que mayor peligro correrá su propia existencia. En un donar que es también un negarse a sí mismo, el poeta heideggeriano no habría salido fácilmente indemne de ese parto —en soledad— en que da al mundo cada vez una simiente de los dioses. Luminosos y oscuros, podrán tocarse en la gran poesía los extremos: origen y destino, lo más coactivo y lo más libre, ausencia y presencia, lucidez y locura, polos que se encuentran en el acto del poeta y no pueden evitar penetrarse íntimamente.
Pero acaso sea aquel par “ocultamiento y patencia” el que define mejor a los opuestos reunidos, tanto en el ser como en la poesía, ésta que ha de llevar precisamente a la vecindad del ser. En la frase de Heráclito “el rayo lo guía todo”, grabada a la puerta de la cabaña de Heidegger en Todtnauberg, Gadamer cree que se resume la visión fundamental de este filósofo que fuera su maestro. Dice Gadamer: “Lo presente se hace presente en el rayo. En un instante todo se vuelve claro como la luz del día, para en el instante siguiente volver a la tiniebla total”. (24) El rayo, como sucede a veces con el alumbramiento de la verdad, confiere presencia: de golpe, y por un instante…
Cercano a Heráclito —llamado “el oscuro” a pesar de sus imágenes sobre la luz— Heidegger no está tampoco lejos de la iluminación en los místicos, de la patrística y la escolástica. Pero en él parece ser el acto poético, más que la experiencia ascética y el itinerario de la mente a Dios, lo que permite idóneamente “abrirse al claro” para preservar la proximidad del ser. La luz de Dios, en San Buenaventura, ciega. Y, así, el hombre debe mirar indirectamente lo divino. Para que los mortales miremos indirectamente a los dioses, sin cegarnos, existe el poeta como ser intermedio. Pero él mismo —mediador y no mediado— está directamente “expuesto a los relámpagos de Dios”, (25) como dice Heidegger inmediatamente después de citar al Hölderlin enfermo de los últimos tiempos, quien se lamenta: “Ahora temo que me suceda al final lo que al viejo Tántalo, que recibió de los dioses más de lo que podría digerir”. (26) Pero, me pregunto: ¿cómo saber cuando es “más” sin haber traspasado la barrera? O, peor aun, ¿cómo dejar de traspasarla aun sabiéndolo, aun temiéndolo, si esta figura del poeta heideggeriano es la de la destinación, la del ser irremisiblemente enviado por los dioses?
Notas
Por Papel Literario
Bibliografia
- Martín Heidegger. “Carta sobre el humanismo”. Alianza Editorial. Madrid, 2000. Págs. 19-20.
- Heidegger. Obra citada. Pág. 86.
- Heidegger. “Poéticamente habita el hombre”. En “Conferencias y Artículos”. Serbal. Barcelona, 1994.
- Heidegger. “Hölderlin y la esencia de la poesía”. En “Arte y Poesía”. Breviarios del Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, 1992.
- George Steiner. “Gramáticas de la creación”. Ediciones Siruela. Madrid, 2001. Pág. 321.
- Samuel Taylor Coleridge. En G.Steiner. Obra citada. Pág. 321.
- José Ortega y Gasset. “La vida alrededor”. Ediciones Temas de Hoy, S.A. Madrid, 1998. Pág. 93.
- Heidegger. “Poéticamente habita el hombre”. Obra citada.
- Heidegger. “Carta sobre el humanismo”. Pág.42.
- Heidegger. “Conceptos fundamentales”. Alianza Editorial. Madrid, 1999. Págs. 92, 101 y 106).
- Alberto Rosales. “Heidegger y la pregunta por el ser”. En Revista de Filosofía Dikaiosyne, n° 6. ULA. Mérida, 2001.
- Heidegger. “Hölderlin y la esencia…”. Pág. 137.
- Heidegger. “El ser y el tiempo”. Fondo de Cultura Económica. Bogotá, 1998. Pág. 197.
- Heidegger. “Hölderlin y la esencia …” Pág.138.
- Steiner. Obra citada. Pág. 242.
- Heidegger. “Hölderlin y la esencia…” Pág. 140.
- J.Jouve y G. Bachelard. En “La poética del espacio”, de Gastón Bachelard. Breviarios del Fondo de Cultura Económica. México, 1975. Pág. 13.
- Heidegger. “Hölderlin y la esencia…” Pág. 146.
- Steiner. Obra citada. Pág. 245.
- Friedrich Hölderlin. Citado en “Hölderlin y la esencia de la poesía”, de M. Heidegger. Pág. 147.
- Heidegger. “Hölderlin y la esencia…” Pág. 147.
- Obra citada. Pág. 139.
- Hans George Gadamer. “Acotaciones hermenéuticas”. Editorial Trotta. Madrid, 2002.
- Heidegger. “Hölderlin y la esencia…” Pág. 141.
- Hölderlin. En “Hölderlin y la esencia de la poesía”, de M.Heidegger. Pág. 141.
(*) Creo que aquí se trata más bien de la mirada de Heidegger —en un giro autorreflexivo muy caro por cierto a la modernidad— la que lee, hace foco, poniendo de relieve este supuesto énfasis de un poeta que se dedicaría, peculiarmente, a poetizar lo poético. Creo que esto no es tan exclusivo en Hölderlin y que todo grande y verdadero poeta es, desde algún aspecto al menos, poeta de lo poético.
18 de julio de 2022