La persistencia de la Ingeniería Social

Los totalitarismos ya casi desaparecieron, pero todavía hay abundancia de quienes buscan dirigir la vida de los demás con “buenas intenciones”


Los intelectuales tienen gran parte de la culpa de sistemas nefastos de ingeniería social. (PanAm Post)
El prolífico historiador británico Paul Johnson calificó al siglo XX como “la era de la Ingeniería Social”. Su libro Tiempos Modernos señala los experimentos a gran escala en la Alemania nazi, la Rusia soviética y la China comunista, todos con consecuencias desastrosas.

Estos intentos tuvieron en común la ambición de reconfigurar a la sociedad entera según el molde ya precocinado dentro de la cabeza de algún arrogante filósofo. Como martillos que aplastan a clavos rebeldes, sus gobernantes se convirtieron en ingenieros sociales, forzando a millones de personas a marchar hacia un fin último predeterminado por las “leyes de la historia” o “el hombre nuevo”.

Parecen episodios horrorosos, pero lejanos e irreproducibles. No obstante, el hobby de moldear a los humanos como plastilina sigue en nuestros Estados contemporáneos.

El fin de las libertades es un libro que nos ayuda a percibir dónde se sigue ejerciendo la ingeniería social. Para ello emprende una titánica tarea: no solo devela sus orígenes en la historia del pensamiento, detalla también sus prácticas más comunes y las refuta sistemáticamente.

Lo logra en gran parte porque uno de sus autores es Alberto Benegas Lynch (h), un intelectual multidisciplinario, de los que quedan muy pocos. Junto con Carlota Jackish, Guillermo Rodríguez y Roberto Dania, nos muestra la pulsión de control de las vidas humanas, latente en políticas como el proteccionismo económico, la educación estatal o el ecologismo.

Filósofo rey

Los primeros registros de la idea secular de que la sociedad debe ser gobernada por un ilustrado líder que oriente a toda la población hacia un fin colectivo —no individual— vienen de la Grecia antigua. Platón es señalado, principalmente por Karl Popper en su obra de 1945 La sociedad abierta y sus enemigos, de similar tema, como el precursor del pensamiento totalitario.

En La República, el pensador ateniense plantea que los filósofos —aquellos que han podido contemplar las ideas perfectas de lo bueno, lo bello y lo justo en sí— deben ordenar al resto de la sociedad en tres grandes castas: artesanos, guardianes o gobernantes, según el alma de cada individuo. Cada proyecto de vida era irrelevante frente a la obligación de cumplir el rol de engranaje social.

El modelo no llegó a implementarse, pero la influencia platónica caló hondo en toda la historia del pensamiento occidental y en las ciencias humanas que fueron desprendiéndose de la filosofía: la psicología, el derecho, la sociología, la economía, la politología, etc.

Tras la revolución científica, en los siglos XVII y XIX los pensadores ilustrados confiaban en que podían resolver los problemas sociales trasladando burdamente el método exitoso de las disciplinas exactas. Así surgieron los Henri de Saint-Simon, los Auguste Comte y los Karl Marx, que creyeron “que pueden rehacer el universo a la luz de su sola razón”, como cuenta Johnson en su libro Intelectuales.

Comte, considerado el padre de la Sociología, “pensaba que la organización científica de la sociedad acabaría asignando a cada persona el lugar adecuado a sus cualidades, definidas seguramente por los sabios, y que de ese modo se realizaría la justicia social”. ¿A qué les suena esto?

Errores fatales

Benegas Lynch apunta a dos grandes errores en los que incurren los ingenieros sociales. Por un lado, un problema de conocimiento: pretender que una sola persona o incluso un grupo de burócratas es capaz de acumular la suficiente información como para emprender el microgerenciamiento de vida de millones.

Ignoraron lo que la tradición liberal del orden espontáneo (Hume, Smith, Hayek) siempre ha señalado: la coordinación social no es el resultado de ninguna mente, ningún plan central, ningún objetivo último, sino que, como el lenguaje, emerge como una propiedad de la interrelación de las personas, cada una persiguiendo sus propios objetivos. La información que posibilita la armonía muta constantemente y se encuentra dispersa en la población; por lo tanto, partir de cualquierplanificación estática y limitada es una receta para el desastre.

Por el otro, la falsa superioridad moral de quien cree tener derecho a determinar la felicidad de los demás. Quien arrebata a otros el timón de su vida “por su propio bien” no le está haciendo ningún favor, lo está denigrando. Nadie que no trabaja por su propio proyecto de vida tendrá incentivos para salir adelante, y siempre habrá rebeldes cuya libertad los impulsará a luchar contra esta tiranía.

Hoy en día, el caso más grave de la ingeniería social, el socialismo, es historia excepto por rémoras como Cuba, Corea del Norte o desviaciones anormales en Venezuela.

Sin embargo, en todos los países democráticos subsisten ingenieros sociales. Ya no son grandilocuentes líderes que arrastran multitudes, sino tecnócratas casi desconocidos que se encargan de ajustar eternamente las políticas públicas para producir determinados fines. Es el ministro, el encargado de política fiscal, el supervisor de Educación, el coordinador de salud pública.

¿Se debe incentivar el consumo, el ahorro, o la inversión? ¿Cuántas fuentes de trabajo necesitan generarse este año? ¿Hay que “producir” más ingenieros, economistas o historiadores? ¿Se debe permitir el consumo de alcohol, pornografía, drogas? ¿Promover la abstinencia o la educación sexual? ¿El país debe tener menos fumadores, menos obesos y más deportistas? Son todas preguntas que detrás tienen una visión de sociedad y de la vida buena en la que ellos se encargan de “enderezar” a la ciudadanía.

Pueden estar educados en las mejores universidades y hasta argumentar racionalmente que solo buscan el bien común, pero no dejan de cometer los mismos errores que sus antepasados intelectuales.
Fuente: http://es.panampost.com/daniel-duarte/2015/08/12/la-persistencia-de-la-ingenieria-social/

31 de agosto de 2015

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