En esta época de estío, sometidos al imperio del sol y las playas, hemos de retornar a los buenos libros, tradición tan noble como olvidada, sepultada en nuestros días por el tráfago obsceno de una rampante mediocridad.
Los libros, nuestros fieles escuderos en el mundo perfecto de las ideas, son menospreciados una y otra vez por la cultura posmoderna que nos atropella cotidianamente. La dictadura de los medios de comunicación y un cierto nihilismo intelectual —sumado al viejo relativismo de siempre— han convertido la lectura edificante y formativa en una especie de operación triunfo de los textos, en la que el mercado determina quién es el autor de moda y qué libro ha de escoltarnos durante las vacaciones.
Surgen de esta manera — faltaba más— los ránking de ventas y estrategias de marketing que buscan despertar en nosotros la necesidad de leer lo que devora el vecino. La vulgarización de la cultura es positiva: fomenta el desarrollo de nuestra sociedad y estimula el diálogo democrático. Pero masificar el acceso a la lectura —gran logro de la humanidad globalizada— no implica banalizarla, idiotizarla. Hay mucha basura en las estanterías de nuestros libros y hemos de ser conscientes de ello. Ha de crecer el nivel de lectura, es cierto, pero también debe mejorar su calidad.
Por ello, urge retomar el estudio de los clásicos. Es preciso que no se pierda en la bruma del tiempo el tesoro grandioso de la literatura antigua. Homero, Aristóteles, Platón, Cicerón, Shakespeare, Milton, Cervantes, Quevedo, Lope, Tirso, y tantos más, resistirán la pátina de los siglos y pertenecerán, para siempre, al legado maravilloso de nuestros ancestros. Somos lo que amamos, sí. Y también lo que leemos. Hoy, bajo el sol, hemos de leer mucho y bien. ¡Tantas cosas buenas dependen de ello!
Fuente: http://www.negocios.com/20-07-2008+operacion_triunfo_papel,noticia,3,4,26872