Cuando se quiere hablar de la familia, pero no solo como una disciplina más de las grandes ciencias humanas y sociales, sino como un estudio con sus características propias, es invariable encontrarse con la cuestión del matrimonio. En la búsqueda de objeto de estudio que vaya delimitando el campo la realidad familiar, el matrimonio es una de las primeras facetas que hay que estudiar. Sin embargo ¿cómo definir al matrimonio? ¿acaso hay algo que distinga su esencia autónoma?
Ciertamente cuando se habla de la familia, pero, sobre todo, del matrimonio, la cuestión no resulta sencilla. En la posmodernidad, caracterizada por un pensamiento débil, se habla de cuestiones que agotan la esencia de las cosas a la mera construcción social o cultural. Para los posmodernos hablar de la naturaleza de las cosas es hablar de una entelequia metafísica; una cuestión ya superada por la mentalidad tecno-cientista. Entonces la pregunta ¿Qué es el matrimonio? Es una pregunta que remonta a la cuestión sobre la esencia de las personas y, en todo caso, remonta a la pregunta sobre si hay o no una naturaleza humana; pregunta que, por la tanto, ya no tendría mucho sentido.
Hoy en día se cuestiona la ecología y ontología de las fenómenos. La ideología de género ha reafirmado con fuerza tal idea, diciendo que la naturaleza humana no brota de ninguna jerarquía metafísica. No obstante ¿esto es así? ¿qué repercusiones conlleva estudiar a la familia desde aquella mirada? ¿acaso habrá una concepción del matrimonio que rebase la concepción meramente sociológica y trascienda la historia?
De acuerdo a María Blanco (2007), hay dos cuestiones que permiten dar una coordenada cultural sobre lo que está sucediendo respecto al matrimonio: primero el relativismo y luego el positivismo. La primera enfrenta la cuestión de que nada es verdad, porque cada quien tiene su propia postura sin llegar a ninguna conclusión, no habiendo ningún parámetro que mida la respuesta. Mientras que la segunda reduce la realidad a una cuestión meramente cientificista y legal, donde el derecho no se fundamenta en una cuestión natural-ecológica, sino funcional.
Bajo estas dos categorías culturales-filosóficas se interpreta, entonces, la realidad familiar, pero, sobre todo, la matrimonial. “La consecuencia inmediata es doble, de un lado, se concibe el matrimonio como una realidad contingente, -como pueden ser los sentimientos humanos- y paralelamente se presenta como una superestructura legal que la voluntad humana puede manipular a su capricho, privándole incluso de su índole heterosexual. ” (Blanco, 2007; 74). Por tanto, el matrimonio es visto como un pacto social, pero no como parte de la naturaleza brindada por el ser.
No obstante, el “matrimonio tiene su verdad, que se deduce de la realidad sexualmente diferenciada del hombre y la mujer, con sus profundas exigencias de complementariedad, de entrega definitiva y exclusividad.”(Blanco, 2007; 75). En este orden de ideas, el matrimonio se ve afectado en lo fundamental. Porque el matrimonio no sólo es un pacto social, una firma de papeles o un consenso social que refleja la realidad puramente positivista del asunto. El matrimonio tienen su origen en la naturaleza humana. El hombre no construye la esencia del matrimonio, porque hay cosas que simplemente se donan a la realidad. Este tiene su fundamento en la estructura de las personas. “Dentro de este modo de ser ,es donde tiene su encaje el matrimonio, que no depende del obrar sino del ser: son marido y mujer. Es una realidad que se muestra -per se- en la naturaleza y dignidad humana, por eso, conyugarse en matrimonio, no sólo es algo que afecta al obrar entre un varón y una mujer (…) hay una confirmación de la misma naturaleza humana y, por lo tanto, en nuestro modo de ser” (Blanco, 2007; 76).
Cuando se intenta hablar del matrimonio, no sólo desde un contexto determinado, sino desde una concepción más general, a veces parece que esta es una cuestión ya superada, en donde la palabra matrimonio es un simple ruido que ha perdido su origen semántico, muy próximo a la equivocidad. En este sentido, es capital recordar que el matrimonio “no es resultado de condicionamientos sociológicos y, en última instancia, subjetivos, pues al pertenecer a la naturaleza humana, no cabe hablar de libre disposición, porque la persona no tiene esa libre disposición respecto a lo que es natural, porque no es dueña ni puede disponer a título de dueño” (Blanco, 2007; 78).
El matrimonio posee una realidad objetiva, que rebasa la cuestión meramente subjetiva del mismo. No sólo es una cuestión cultural que podría pertenecer a la faceta occidental, sino parte de la ley natural que supera el rostro puramente positivista. El matrimonio “es preexistente a todo legalidad y anterior a cualquier legalización” (Blanco, 2007; 78). Esto quiere decir que el matrimonio no solo se trata de algo consensual o funcional, perteneciente al mundo de los roles, sino que es parte intrínseca de la naturaleza humana. Por ende, cuando se estudie a la familia, este estudio debe estar centrado no solo en los análisis psicológico-sociológicos, sino en la cuestión ecológica-ontológica de la realidad matrimonial.
Finalemte, se piensa que el matrimonio es un invento de las grandes culturas, sobre todo la romana, pero esto es un error. “Basta pensar, a modo de ejemplo gráfico, que los grandes juristas romanos no crearon el concepto de matrimonio; como hicieron con el concepto de contrato, dolo y otros similares. Simplemente, asumieron esta institución” (Blanco, 2007; 78). Por tal motivo, el matrimonio, pese a lo que se mencione en la época posmoderna, no solo se trata de un contrato social e intercambiable, como cualquier papel o rol social, sino que se trata de un aspecto natural. No de algo inventado, sino de algo que se descubre como dado. De modo que el matrimonio, así entendido, supera la cuestión sociológica, sin perderla, para proponerse como un bien social y no solo como una estipulación cultural y pasajera.
Fuente: http://abrahamsiloe.blogspot.com/2012/02/la-ontologia-ecologia-del-matrimonio.html
5 de febrero de 2012