LOS atenienses inventaron la democracia para los ciudadanos, no para todo el mundo. Las ciudadanas en el gineceo eran reinas en sus casas, los esclavos siguieron de esclavos y los extranjeros y bárbaros de lo suyo.
Los candidatos tampoco podían ser todos los ciudadanos sólo por tener plenos derechos. Hacían falta algunos méritos: buena fama, haber ido a la guerra o desempeñado funciones menores en la sociedad y no ser muy pobres. Los muy pobres, como no pagaban impuestos y encima había que darles algo de sustento, no podían tener gobierno. Con los méritos eran muy exigentes: los griegos, que nos enseñaron a pensar, no estaban dispuestos a que les mandara cualquiera sin prestigio personal ni cualidades reconocidas. La autoridad se aceptaba siempre que el gobernante la hubiera ganado con su vida y ejemplo. Fue un gran paso para evitar guerras civiles y para que el comercio prosperara en ciudades estables.
Los filósofos, Platón entre ellos, desconfiaban de la democracia porque no creían en la igualdad personal ni siquiera entre ciudadanos, pero la aceptaban como mal menor, respetaban sus leyes y el buen orden de la ciudad. La filosofía fue una conquista aristocrática, de inteligencias superiores, que no tenían por qué tratar a sus iguales ante la Ley si no estaban al mismo nivel de talento y conocimientos. Los demócratas griegos advertían de un mal que ya apuntaba entonces: la oclocracia como consecuencia de la demagogia. La oclocracia era el gobierno de la plebe, de la muchedumbre, de quienes tuvieran habilidad para engatusar a los votantes y salir elegidos, frente a la aristocracia que, aunque tenga otros significados hoy, entonces quería decir ‘el gobierno de los mejores’. De la muchedumbre no podía salir nada bueno, sino un descenso en todos los órdenes impuesto por las capas peores de la sociedad.
Los atenienses sabían argumentar y procuraban desenmascarar a los demagogos, porque sabían que cuando la democracia derivaba hacia la oclocracia venía seguida de una tiranía. Tiranía no significaba en griego lo mismo que hoy, y las hubo buenas y malas, pero la democracia era sistema mejor. A pesar de las antiguas advertencias, la oclocracia ha triunfado en buena parte del mundo. En unos países terminó en dictadura sin paliativos, las democracias populares, y en otros, como Venezuela o Bolivia, va camino de tiranías personales muy del gusto sudamericano. En Occidente se guardan las formas y se le sigue llamando democracia a lo que son oclocracias más o menos tolerables. El nivel medio del ciudadano occidental es superior al de otras zonas del planeta. La manera de pensar y de vivir europeas, la experiencia democrática, más la influencia de las minorías mejor preparadas y cultas, han impedido que la oclocracia triunfe con descaro, pero su éxito final está asegurado. Lo peor vendrá después.
Fuente: http://www.diariodejerez.es/article/opinion/403245/la/oclocracia.html
Jerez, Cádiz, Spain. Lunes, 20 de abril de 2009
Excelente información del ciudadano occidental.