El olvido de la razón (Debate), de Juan José Sebreli (Buenos Aires, 1930), ha sido elegido por nuestros críticos como la mejor obra de no ficción del año . El libro desarrolla una crítica demoledora del irracionalismo que corroe las filosofías de algunos de los grandes pensadores modernos.
Poco conocido en España, Juan José Sebreli es uno de los principales –y más polémicos– intelectuales de Argentina. Sociólogo, filosófo, politólogo, lector de todo lo escrito, su genotipo de izquierdas no impide que la blanda izquierda postmoderna le denoste y confunda su autonomía y libertad con un fantasmagórico derechismo.
En El olvido de la razón arremete contra tal ceguera progresista y, de forma general, contra el irracionalismo de la filosofía occidental.
• Dice que el irracionalismo contemporáneo, a cuya crítica dedica el libro, arranca con Dostoievski. ¿Debe rendir cuentas la literatura de, en sus palabras, “la estupidez postmoderna” y el pensamiento débil?
• Sí, la literatura ha ejercido tanta influencia como la filosofía en el auge del irracionalismo y, tal vez más, porque llega a un público más amplio. Las citas de Dostoievsky en mi libro son muy elocuentes. Knut Hamsun, que fue muy estimado por Heidegger, atacaba la modernidad y terminó apoyando al nazismo. El teatro del absurdo es otro ejemplo. Debo hacer, sin embargo, la aclaración de que tanto el arte como la literatura, a diferencia de la filosofía y las ciencias sociales, tienen cierto atenuante, su objetivo antes que la verdad es la belleza y puede haber obras literarias valiosas como Viaje hasta el fin de la noche, de Celine, a pesar de sus ideas abominables.
• Tres gigantes centran su demolición, Nietzsche, Heidegger y el estructuralismo que encarna Lévi Strauss. ¿Cuál es el más nocivo?
• Nietzsche no es un autor coherente, es mas un literato que un pensador, en sus aforismos sostiene una tesis; en la siguiente, la contraria, y, en la tercera, algo distinto de las dos anteriores. Por lo tanto, es posible rescatar algunos fragmentos. Lo negativo de Nietzsche y la obra que más ha influido en los postestructuralistas es la Genealogía de la moral, donde plantea el relativismo del conocimiento. Heidegger es rechazable por sus ideas fascistas que no se limitaban a su breve actuación como rector; ya estaban implícitas antes en su obra filosófica. Los postestructuralistas del siglo XX no han sido sino epígonos de ambos.
• Sitúa, sin embargo, a Freud “entre la ciencia y la magia”, salvando el impulso ilustrado de su pensamiento de la falaz exacerbación de lo inconsciente. ¿Considera el psicoanálisis, en sus aspectos terapéuticos, una pseudociencia?
• Freud estaba tensionado entre sus aspiraciones científicas y su atracción por la literatura y la filosofía irracionalista de Schopenahuer. Osciló siempre entre una posición donde la racionalidad debía dominar y otra en la que el yo racional era una “pobre cosa” frente al inconsciente. Lamentablemente, sus continuadores se inclinaron por el lado irracionalista, de modo explicito en Jung y confuso en los lacanianos.
• ¿Sigue estando el psicoanálisis tan extendido en su país?
• Si bien todavía incide más que en otros países, ya quedaron lejos sus días de esplendor. Variadas causas provocaron su decadencia: la psicología cognitiva por el lado científico y las numerosas terapias esoté- ricas por el lado irracionalista lo han ido desplazando. La crisis económica incidió en los pacientes que optaron por terapias breves en lugar del oneroso psicoanálisis interminable. Además, las modas no duran.
• ¿No hay contradicción entre su crítica al estructuralismo antihumanista y su apuesta por unas ciencias sociales sujetas al método científico? ¿No acompaña al individualismo humanista el relativismo subjetivista que usted rechaza?
• La contradicción estaría si identificara las ciencias sociales con el neopositivismo que niega la filosofía o la subordina a la ciencia. Pienso que la filosofía es una disciplina autónoma, porque plantea problemas sobre la ética, la condición humana, el sentido de la vida, que son ajenos a la ciencia. Pero a la vez no puede desconocer sus descubrimientos a riesgo de sostener presupuestos que ya han sido superados por la experimentación científica.
• Se ha comparado su crítica al irracionalismo postmoderno a la practicada por Sokal y Bricmont en sus Imposturas intelectuales. Ellos desde la ciencia, usted desde la filosofía. La ciencia, sin embargo, parece más a salvo que la racionalidad filosófica, ¿no cree?
• No hay ciencia –salvo las llamadas ciencias ocultas– que se base en teorías irracionalistas, en cambio, sí ocurre en la filosofía. Por otra parte, a pesar del auge de las filosofías muy críticas de la ciencia, ésta sigue imperturbable su camino.
• Vindica usted al final de su libro, frente a los pensadores a los que se enfrenta, la herencia de Kant, Hegel y Marx y de cierta Escuela de Francfort o de Sartre. ¿Han sido olvidados en la actualidad estos pensadores?
• Hegel y Marx conocieron un auge sin precedentes hacia mediados del siglo XX; la crisis de las izquierdas los ha convertido en bestias negras del pensamiento. Por mi parte, reivindico un Hegel que poco tiene que ver con el de los profesores y un Marx que nada tiene que ver con los marxistas. Sartre y la escuela de Francfort siguen vigentes siempre que se los lea con sentido crítico, tal como hace uno de sus últimos representantes, Jürgen Habermas.
• Describe el momento actual como de transición: declina el irracionalismo pero en medio de la desorientación y con peligros nuevos, como los fundamentalismos. ¿Cree cercana la salida?
• No sólo la filosofía sino el mundo están pasando por un momento de transición, el pasaje de una sociedad basada en los estados nación a la globalización, de la sociedad industrial a la postindustrial. Esa situación desorienta a todos y en especial a los filósofos, que tardan en comprender los procesos. Como decía Hegel, la filosofía es lenta.
• Lamenta también que inquietantes compañeros de viaje (como el papa Ratzinger) con los que se ha encontrado en su lucha contra el relativismo, le sirvan a la izquierda postmoderna para rechazar sus argumentos.
• Es preciso denunciar las falacias de los relativistas, poniendo en evidencia su falta de autoridad para defender ciertos valores, como los derechos humanos o las libertades, cuando al mismo tiempo defienden en nombre del multiculturalismo sociedades que niegan la libertad de pensamiento o la igualdad de los géneros. Es además necesario marcar bien los límites que tenemos con quienes piensan igual que nosotros en un aspecto pero difieren en otros, o aquellos que defienden las mismas causas pero por razones distintas.
• ¿Debemos sustituir el antagonismo / izquierda derecha por el de racionalidad / irracionalidad como campo de juego de la política?
• En tanto existan dos opciones, siempre una va a estar a la izquierda en relación con la otra y viceversa; el problema es que esos términos hoy han perdido el sentido que tenían en otra época, es preciso redefinirlos. Racionalidad e irracionalidad sería una manera de sustituirlos. Felipe González decía que ya no se trataba de izquierda y derecha sino de modernidad y bonapartismo. Para mi país, e incluso para Iberoamérica, yo sustituiría el término bonapartismo por el de populismo, y esta opción sería también válida.
• Echo de menos las referencias en su libro a Internet. ¿No permite la red, de alguna manera, una comunicación en la que se mezclan, como usted defiende, la episteme y la doxa, la ciencia y la opinión?
• La técnica es ambigua, sirve tanto para el conocimiento como para la estupidez. Creo que, no tanto la episteme y la doxa, sino el saber y la ignorancia activa, se mezclan en Internet, y no armoniosamente.
Fuente: http://www.elcultural.es