La intrincada cuestión de la posmodernidad (I)

A deserción de la razón involucra el desenlace final de la modernidad, el último momento de confianza en el que parecía que la racionalidad era capaz de proponer y prescribir al ser humano su deber, su sentido, su finalidad o, al menos, un optimista desenlace. Sin embargo, la secuela inevitable del fracaso de la racionalidad lleva consigo la embriaguez del reino de la contingencia y la diversidad, dejando paso a una nueva era relativista, problemática y desencantada: la posmodernidad.
La posmodernidad ha supuesto la deconstrucción de los grandes sistemas que iluminaron el mundo durante el siglo XX, generando una seria decepción y una angustiosa deriva del ser humano. La metafísica de Kant, el historicismo de Hegel, el materialismo histórico de Marx, la dialéctica de Sartre, la hermenéutica de Gadamer o la acción comunicativa de Habermas han quedado reducidos a una acumulación de experiencias y conocimientos sin suficiente base racional ni destino garantizado. El anuncio nietzscheano de la muerte de Dios, en el sentido de que es una referencia inexplicable, indecible e indemostrable desde una perspectiva racional, lleva implícita una concepción trágica de la vida en la que el ser humano queda abandonado a su suerte y al inevitablemente triunfo del imperio de lo efímero. Lo que hasta entonces era universal, queda fragmentado, indeterminado, impredecible e inconmensurable. La razón entra en crisis, mostrándose débil y sierva de los instintos y, sobre todo, de los deseos, que son el verdadero motor de la acción humana. Los valores y los principios pierden su objetividad y se tornan relativos, quedando al arbitrio del consenso. La verdad, que siempre fue pensada como absoluta, única e incuestionable, remite a la duda, a la provisionalidad y a la probabilidad, hasta el punto que deja de ser una representación directa de la realidad, convirtiéndose en mera interpretación alusiva y lingüística, que acaba incluso por reemplazar a la realidad misma.

La crisis de la razón conlleva el derrumbe del sujeto trascendente que pasa a ser una ficción construida por el lenguaje, pues no es otra cosa que la consecuencia de una proposición lingüística o, lo que es lo mismo, el objeto del que algo se predica. El individuo, entendido como persona dotada de sentido y finalidad, deviene un ser fortuito, contingente, libre, arrojado al mundo sin razón alguna ni propósito que orienten su vida y, para colmo de desventura, frágil y finito. Sobreviene asimismo la muerte de la historia, que deja de ser un proceso lineal, dotado de sentido, predecible y encaminado hacia un final predeterminado que debía culminar en una sociedad paradisíaca. En realidad, no hay ningún proyecto político ni ninguna idea metafísica que garantice la consecución de un final feliz, sino que la historia tendrá el final que los seres humanos le den. Nada se puede esperar de la historia, salvo escribirla a cinceladas imprecisas y fragmentarias. Ni siquiera es posible su comprensión precisa, neutral y objetiva.

En fin, sin verdad que descubrir, ni relato histórico objetivo que contar, ni sujeto trascendente que salvar, la posmodernidad nos sitúa en un panorama intelectualmente muy complicado, que se caracteriza por el relativismo, el pluralismo, la multiculturalidad y la carencia de razón suficiente o de criterios objetivos indiscutibles en los que sustentar una propuesta ética o política. La fuerza del mejor argumento, que proclamara Habermas, se ve asaltado por la dificultad de establecer un fundamento inequívoco, por lo que es difícil elaborar alternativas positivas con las que responder a las grandes cuestiones que la humanidad plantea. Sin embargo, aunque el momento actual sea intelectualmente complejo, el ser humano no puede permanecer expectante a que lleguen tiempos mejores. El conformismo o la resignación son sencillamente inmorales, por lo que seguimos obligados a responder ética y políticamente -aunque sólo sea en la medida en que la verdad relativa nos lo permita- a las necesidades de la sociedad. Por ello, el pensamiento actual -pese al nihilismo, connotado en el sentido nietzscheano del término- no debe dar la espalda a la realidad ni escatimar esfuerzos para reflexionar sobre el mundo posible que quiere desarrollar, pues sigue siendo urgente lograr una sociedad que viva en paz, pero en una paz democrática, justa, laica, ecológica, paritaria, solidaria, plural y multicultural. Y para ello debe optar entre las quimeras sin sentido o el reformismo útil e inteligente.

Sin duda de lo hasta aquí expuesto se desprende un cierto escepticismo, pero es una incredulidad que no renuncia a la esperanza de un mundo mejor. ¿Cabe escepticismo donde el afán no rehúsa un grito de esperanza? La esperanza está estrechamente relacionada con un futuro dotado de sentido y de satisfacción, y con la posibilidad, por improbable que sea, de su cumplimiento. El escepticismo esperanzado surge con la mirada lúcida del que comprende, no sin inquietud, el fondo de la sinrazón, y en esta comprensión y aceptación del absurdo reafirma su recelo y agita su espíritu. La verdad y el ímpetu logrado liberan así del sufrimiento derivado de la mentira o del idealismo ingenuo, porque enseñan a renunciar a lo imposible y a encontrar en ello, al menos, el débil consuelo interior para afrontar la vida como en realidad es y no como idealmente nos gustaría que fuese. La voluntad de vivir, la gozosa aceptación del libre devenir forjado por los seres humanos es el único remedio, aunque insuficiente, contra el fraude de las verdades absolutas, del determinismo histórico o de la superchería y la ignorancia. En ello, precisamente, se vislumbra ya un atisbo de esperanza, pero confianza basada en una discreta devoción por esa cualidad del ser humano: la trascendencia, que le impele a rebasar sus propios límites y reunirse con sus semejantes, aunque sólo sea por necesidad o supervivencia.
Fuente: http://www.noticiasdenavarra.com/2010/08/31/opinion/tribuna-abierta/la-intrincada-cuestion-de-la-posmodernidad-i

SPAIN. 30 de Agosto de 2010

2 comentarios La intrincada cuestión de la posmodernidad (I)

  1. Fabricio de Potestad Menéndez

    Donde dice “A deserción de la razón…”, debe decir: “La deserción de la razón”….
    El artículo publicado se corresponde sólo con la primera parte. La segunda fue publicada ayer, 1 de septiembre, en el mismo medio. Diario de Noticias de Navarrra.España.
    Gracias y un abrazo.
    El autor.

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  2. sinblog

    Gracias Fabricio.
    He disfrutado leyendo el comentario y estoy de acuerdo con los anállisis y planteamientos.
    “Escepticismo esperanzado”…me veo reflejado de algún modo.
    Gracias por escribir un texto comprensible para una mayoría.
    Hata yo lo entendí.

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