Una obra editada por Herder en la que esta pensadora de la moral reclama [V. Camps] “educar los sentimientos”, porque la razón sola no alcanza para motivar los comportamientos, ni puede orientarlos hacia el bien de la humanidad.
“Indignarse, sí, pero por lo que merece y en la medida justa”, explica Camps, alertando de que “si todo queda en la emoción, lo positivo del sentimiento se pierde”. “No hablamos de respetar la espontaneidad, sino de formarla para discernir”, aclara esta ex senadora independiente.
Su intento en este libro es rescatar la ética del excesivo racionalismo de una tradición filosófica en la que se “veían las emociones como pasiones que había que dominar sin dejarlas aflorar”.
“Hoy sabemos -dice- que no basta con distinguir el bien del mal o lo correcto de lo incorrecto, que no es suficiente marcar unos valores y principios fundamentales a seguir”. Aristóteles, Spinoza y Hume son excepciones en esa tradición, y en su libro guían algunos pensamientos.
“El conocimiento racional tiene que ir acompañado de un sentimiento de adhesión al bien”, sostiene la catedrática de Filosofía moral y política de la Universidad de Barcelona, autora de libros como “Virtudes públicas”, “El siglo de las mujeres” o “Creer en la educación”, entre otros, y que prepara una breve historia de la Ética.
Ese sentimiento orientado al bien puede ser cualquiera de las emociones y afectos que analiza: el miedo, la ira, la indignación, la vergüenza, la confianza… todas emociones clásicas que, recalca, pueden ser positivas o negativas según el fin -bueno o malo- al que se adhieran.
“El miedo, una emoción negativa que nos incita a huir de la realidad o nos impide actuar, puede ser positivo si es miedo a los fanatismos”, pone como ejemplo. “La tristeza puede ser sensibilidad ante el infortunio o ante la propia adversidad que hay que asumir y superar”, destaca.
Camps explica que la psicología y las neurociencias han dejado ver que en el cerebro está todo, la razón y las emociones, y todo relacionado, pero “existe el peligro de pensar que las emociones siempre son positivas, cuando no es así”.
“En la educación, en la política o en la publicidad abundan los ejemplos: se actúa como si fuera bueno potenciar todo lo emotivo sin gobierno, vender emociones y manipularlas”, critica del actual contexto social.
Y, sin negar que los políticos puedan valerse de las emociones al intentar transmitir sus objetivos, recalca la necesidad de sujetar las emociones con reflexión. “Hay que saber hacerlo, y no es tan fácil”, dice.
Las emociones, aclara esta filósofa (Barcelona 1941), se construyen socialmente y pueden contribuir al bienestar de la persona que las experimenta.
“Es el contexto social el que enseña a tener vergüenza, el que sienta las bases de la confianza y el que propicia o distrae la compasión; cambiamos de mentalidad o de opinión porque cambian nuestros sentimientos”, y, advierte, “siempre hay algo que no acabará de funcionar o no satisfará del todo, pero eso no significa que no sirva para nada; pensar así hace inútil cualquier reflexión ética”.
Camps sitúa en la base de la construcción social la autoestima, “un bien básico a cultivar -indica- que atañe a cada cual pero que necesita circunstancias propiciadoras”, y lo considera un nuevo valor “unido al horizonte de una igualdad de oportunidades”.
En su opinión, una forma equivocada de entender la autoestima sería la anorexia como búsqueda de una silueta ideal para superar el sentimiento de rechazo de uno mismo que todos tenemos.
“Mi pasión es más poderosa que mis reflexiones y es la mayor causante de males para los mortales”, se lamentó Medea en la tragedia de Eurípides, consciente del crimen que iba a cometer al matar a sus hijos, y Camps la trae ahora a escena para situar su tribulación en la base de la ética.
Como filósofa, puntualiza, no es su función “resolver ni dar una respuesta” a tal conflicto humano, si bien intenta “formularlo en todas sus dimensiones” y ayudar al menos a entender “por qué actuamos como actuamos”.
Fuente: http://www.abc.es/agencias/noticia.asp?noticia=895726
EFE
Spain. 8 de agosto de 2011