La filosofía para Feinmann, en fin, no es una galería de héroes del pensamiento, debe ayudar a pensar el presente, debe hundirse “en el barro de la historia”.
En su dimensión metodológica, “la filosofía es un asesino serial”. Pero tiene otra dimensión, de largo alcance, ontológica: “La filosofía es el saber de los saberes, porque asume todas las preguntas y señala a las que dan fundamento y origen a las demás”.
Lateralidad. Ensayemos otros nombres para este libro:
* Apuntes para una Ontología de la periferia (como escribe Pablo Epstein en “La crítica de las armas”).
* O “Muerte y transfiguración del Sujeto Cartesiano”. (El revolucionario es aquel que apaga el televisor de lo dado, dice su autor por aquí y por allá, escupe sobre el cielo, siente en lo más profundo un DESAJUSTE entre su razón y la realidad. Como si dijera: “-Todo lo racional es real, pero NO TODO lo real es racional…”)
* O “Instrucciones para escupir en el cielo” (el cielo es lo Uno, pero este uno se metamorfosea con los tiempos: será la dogmática medieval para Descartes; será el panglossismo para Voltaire; será la ignominia y la conciencia de la ignominia para Marx; será lo que hicieron de nosotros para Sartre; será el poder para Foucault o la presunta transparencia de la sociedad para Vattimo o la presunta muerte de todos los relatos según Lyotard o la presunta muerte de todo más-allá-del-texto según Derrida).
Nosotros tenemos que afrontar ahora, y de una buena vez, una hipótesis que lo cambiaría todo. A lo mejor “La filosofía y el barro de la historia” no es un libro de filosofía, sino una novela policial donde la filosofía, desencantada o saturada de los silogismos de Sherlock Holmes, desciende a los arrabales oscuros de la historia (a la periferia, allí donde alguien le dijo a R. Walsh: “-Hay un fusilado que vive”) y, con el cuchillo de Jack El Destripador en la mano, la filosofía dice: “-Vayamos por partes”. Pero quizás podamos ir más allá, quizás debajo de la cebolla del asesino Jack el Destripador se esconda otro asesino, un oscuro y brillante filósofo que parió el siglo XX al deconstruir el sujeto cartesiano, y después se convirtió al nazismo (esa no es sólo su sombra: es, también, la nuestra), y después, hasta donde sabemos, jamás se retractó, y después, hasta donde sabemos, su fantasma recorre y sobrevuela los últimos 30 años de investigación filosófica. Quizás ese Discépolo alemán, ese bigotito altamente revelador que fatiga sin tregua los Caminos del Bosque pastoreando al Ser, quizás en él se cifre la última capa que había que pelar. Sin él, el siglo XX no se comprende, pierde su espesor y su verdad. Pero con él, tampoco. (Me animo a otra lateralidad: el Corán puede ser el largo monólogo de Satanás puesto en boca de Mahoma).
Bueno, ahora sí estamos en el corazón de este monumental thriller filosófico que se llama “La Filosofía y el barro de la historia”. ¿Y ahora?
Recapitulemos vertiginosamente: el Siglo XX se obstinó en deconstruir la conciencia, escupir sobre el subjectum. “Lo fundamental del intento franco-heideggeriano es herir a Narciso. Se trataba de sacar al cogito de donde Descartes lo pusiera: en la centralidad. Hirieron de muerte a Narciso, salieron del sujeto, lo reconstruyeron, lo descentralizaron, y unieron la “Carta sobre el humanismo” con el “Curso de Lingüística General” de Saussure.” (1) ¿Cuál es la enfermedad terminal que aqueja al sujeto cartesiano, según sus sepultureros? El sujeto cartesiano es un sujeto logocéntrico, fonocéntrico, henchido de racionalidad instrumental, de tecnocapitalismo y voluntad de poder, machista, iluminista, instrumental, conquistador… y así, hasta desembocar en Auschwitz.
Muy bien, argumentará Feinmann, pero ¿alguien se puso críticamente a analizar qué armas (crítica + armas) nos quedan después de escupir sobre el sujeto y darle cristiana sepultura? Y si lo borramos de la ecuación, ¿qué hacemos con la historia (en la cual estamos con identidad ontológica y reciprocidad metodológica)? ¿Qué hacemos con la praxis? ¿Cómo hacemos para –dice él- escupir sobre lo que hay, para nihilizar lo que nos dijeron que no se puede cambiar, como hacemos para, citemos a Macedonio Fernández, “emanciparnos de los imposibles”? Si con arrogancia supina decretáramos los últimos días de la víctima, del sujeto cartesiano, ¿no estaríamos decretando también los últimos días de la praxis, el Fin de la Historia, la Muerte de todas las Ideologías, de la posibilidad de imaginar futuros alternativos? Si renunciamos a nuestra duda cartesiana y renunciamos a nuestra potencia de resistir, ¿cómo haremos para abominar la fiesta de unos pocos que viene a este mundo chorreando lodo y sangre?
Feinmann nos invita a hacernos estas preguntas. Y a volver a la sombra de Heidegger, el Discépolo nacionalsocialista. Volver allí es volver a la escena del crimen. Volver al nudo en el que se condensan todas las encrucijadas y las opciones, las relaciones y los dilemas de este thriller. Postulo algunos: la relación entre teoría y praxis, entre comprender el mundo y transformarlo, entre escritura y militancia, y en fin, entre filosofía y poder.
Final: filosofando con el cuerpo presente.
Finalmente, Harry Block va a recibir un premio, una condecoración de su vieja Universidad acompañado por su hijo (secuestrado a la ex-mujer), el cadáver de un amigo y una prostituta negra. Finalmente, sus creaciones y sus lectores le dicen quién es: lo totalizan. Somos el resultado de la “negación íntima y radical de lo que han hecho de nosotros”. Y por lo tanto, nada está escrito, somos una totalidad inconclusa, en la modalidad de la distorsión. Así, en la última escena, Harry Block, inclinado sobre la máquina de escribir, filosofando con el cuerpo presente, piensa:
“- “Todo el mundo sabe la misma verdad. Nuestras vidas consisten en cómo elegimos distorsionarlas”.
También yo, inclinado sobre este teclado, sobre estas hojas esta noche, agradezco la posibilidad inesperada de poder manifestarle admiración y gratitud al Maestro que tanto hizo y tanto hace por distorsionar mi propia vida.
(1) La filosofía y el barro de la historia, página 513.
Fuente: http://www.momarandu.com/amanoticias.php?a=3&b=0&c=89115
Corrientes, Argentina. Jueves, 12 de marzo de 2009
¡Qué bueno esto que escribiste! Me sirvió mucho, y no sólo me resultó útil, sino que lo expresaste de una forma, que me sentí profundamente interesada (obviamente, ese efecto lo genera Feinmann como si lo emanase por naturaleza; pero vos lo supiste explicar a gran nivel).
Muy buen libro para entender mejor la filosofía.