La edición de un texto del pensador alemán Carl Schmitt renueva la discusión sobre los valores, la mercantilización de la política y conceptos como el dinero y la soberanía.
LOS HERMANOS KARAMAZOV. La idea “Si Dios ha muerto, todo está permitido” fue planteada por Fedor Dostoievsky en la mítica novela que fue llevada al cine y dirigida por Richard Brooks.
Por si fuera poco obtener una nueva y límpida traducción española del ensayo de Carl Schmitt (1888-1985) sobre los valores, el lector consigue el destacado aporte de un enjundioso prólogo de Jorge E. Dotti en la forma de una nota complementaria en la cual reconstruye el vínculo entre Schmitt y Jorge Luis Borges, que había sido hasta ahora terra incognita. Todos los schmittólogos, sean o no schmittianos, estarán de parabienes ante semejante conjunción.
Quienes todavía, comprensiblemente, se resisten a leer a Schmitt debido a su buena disposición –aunque no recíproca y de hecho absuelta por los Tribunales de Nüremberg– con el nazismo, no deberían olvidar que desde un punto de vista estrictamente filosófico lo que habría que considerar es si su teoría es o no relevante para la comprensión de los fenómenos políticos y jurídicos contemporáneos, más allá de su vínculo con el nazismo durante los primeros años del régimen.
Con respecto al ensayo en sí mismo, su título (La tiranía de los valores) podría sugerir que nuestro autor desea acometer un ataque sin cuartel en contra de los valores. Sin embargo, la posición de Schmitt es mucho más compleja de lo que sugiere el título: lo que a él le preocupa no son los valores en sí mismos, sino su utilización inmediata. Veamos cómo procede el jurista alemán.
Como fino cultor de la historia de los conceptos, Schmitt recurre a la genealogía para poder comprender el concepto de valor. En efecto, la filosofía del valor surge a raíz del siguiente desafío lanzado por el nihilismo: para que nuestras razones para actuar tengan sentido, deberían estar ontológicamente emparentadas con la realidad, de tal forma que un principio moral debería contar con la misma normatividad que una ley científica. Si no fuera así, se comprobaría nietzscheanamente que Dios ha muerto y que por lo tanto todo está permitido. En el mejor de los casos, para el nihilismo la defensa de un valor sólo puede aspirar a ser una cosmovisión entre otras que compite agónicamente por el privilegio de atribuirle significado al mundo.
La respuesta de la filosofía del valor frente al desafío nihilista consiste en que el valor no pretende ser o existir del modo como, por ejemplo, lo hacen la verdad, el bien y la belleza, sino que precisamente vale, lo cual le permitiría al valor reclamar un estatus autónomo con respecto a la ontología y distante del subjetivismo con el que se lo suele identificar. De este modo, el valor pretende ocupar el lugar aventajado de la antigua metafísica sin adolecer de ninguno de sus defectos. La tesis de Schmitt, sin embargo, es que semejante reclamo es infructuoso ya que en realidad el valor no tiene un contenido alejado de la opinión de los individuos. Por lo tanto, el problema más grave de la relevancia política del valor es que el mismo oscila entre la superfluidad de ser meramente un vehículo de los prejuicios de una época, por un lado, y la peligrosidad de querer enaltecer dichos prejuicios al concederles precisamente el rango supuestamente objetivo de “valor”, por el otro. Además, la peligrosidad del valor se incrementa dramáticamente debido no sólo a que los “valores” no valen por sí mismos y por lo tanto siempre son impuestos por alguien, sino a que los que imponen sus valoresinvocan razones objetivas al respecto, todo lo cual no hace sino intensificar el conflicto hasta niveles dantescos. En las palabras de Schmitt: “según la lógica del valor, el precio más elevado nunca puede ser muy alto para el valor más elevado y tiene que ser pagado”. En su prólogo, Dotti ilustra el problema mediante un elegante quiasmo: si “todo vale”, entonces “vale todo”.
Sin embargo, tal como habíamos adelantado, Schmitt no está en contra de los valores sin más, sino de la tiranía de los mismos: “en una comunidad cuya Constitución prevé un legislador y leyes es asunto del legislador y de las leyes por él creadas determinar la mediación y evitar el Terror de la ejecución inmediata y automática del valor”. Se podría inferir de aquí que Schmitt no tendría mayores reparos para con un proyecto político cuyo eslogan fuera “los valores en un solo país”.
En cuanto al prólogo, Dotti se dedica a contraponer la tendencia moralizante de la política inherente a la aplicación inmediata del valor y la teoría schmittiana de la representación en cruz, es decir, la articulación de la dimensión horizontal del conflicto político con la dimensión vertical de la autoridad estatal. A tal fin, ofrece una sutil comparación entre la teoría política de Marx y la de Schmitt, la cual pone de manifiesto que tanto Marx como Schmitt no sólo critican la mercantilización de la política sino que además explican conceptos claves como el dinero y la soberanía en términos teológico-políticos, con la diferencia de que mientras el primero cree que se trata de un producto ideológico que será superado una vez que las circunstancias sean propicias, el segundo sostiene que el poder explicativo de la teología política para comprender la realidad social es insustituible.
Es un acierto por parte de Hydra haber elegido esta obra como lanzamiento de la editorial, la cual parece ser, irónicamente, un caso inédito. Se trata de una editorial literalmente universitaria integrada por unos pocos docentes y varios alumnos destacados de la Carrera de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA que, a juzgar por los títulos que publicarán, provocará discusiones filosófico-políticas.
Fuente: http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2010/04/16/_-02181383.htm
ARGENTINA. 16 de abril de 2010