La filosofía en medias. Por Diario Perfil

Las lecturas cinéfilas de Slavoj Zizek aportan alto contenido a aquellos que quieran desmenuzar tanto el cine de autores de la talla de David Lynch, Krzysztof Kieslowsi, Alfred Hitchock o Andrei Tarkovsky así como el cine industrial de Hollywood y sus megatanques comerciales.

La primera vez que supe de Slavoj Zizek fue allá por el 2001, cuando leí un artículo escrito sobre los escombros humeantes de las Torres Gemelas titulado “Bienvenidos al desierto de lo real”.

Allí, Zizek abría su análisis de los atentados en Nueva York desde la trinchera de las referencias cinematográficas: Truman Show, Matrix, la serie de James Bond, Escape de Nueva York y El Día de la Independencia, todo le servía para afirmar que lo impensable –el propio atentado terrorista en el corazón del centro financiero mundial– había sido, de alguna manera, lo que los Estados Unidos venían fantaseando desde hacía mucho tiempo, y que “aunque suene cruel e indiferente (…) Estados Unidos acaba de saborear lo que sucede a diario en el resto del mundo, de Sarajevo a Grozny, de Ruanda a Sierra Leona”.

Muchos años después me topé con una entrevista en el suplemento Babelia del diario El País. Ahí estaba Zizek, y lo que entonces me sorprendió no fueron sus declaraciones sino un detalle de la fotografía que ilustraba la tapa. En su pequeño departamento de Lubliana, el filósofo salía en la portada del que tal vez sea el suplemento cultural más importante en lengua castellana con aire despreocupado, los pies arriba de una silla y, en primer plano, sus raídas medias de algodón.

Más tarde me tocó ser el editor de los artículos de Zizek para la Argentina y pude descubrir, entre otras cosas, que esa actitud de soslayo frente al mundo material no respondía a la excentricidad esperable de uno de los nombres más destacados del pensamiento contemporáneo, sino que se correspondía, más bien, con el desprendimiento de un eremita.

Esa despreocupación por las buenas formas está presente, también, en algunos de sus libros, y es esa libertad, esa capacidad para la hibridación, para entrar y salir de la cultura académica y de masas con soltura, la que suele otorgarles su particular potencialidad. Su último título aparecido en la Argentina es Lacrimae rerum. Ensayos sobre cine moderno y ciberespacio (Debate), un conjunto de artículos en los que Zizek aborda la filmografía de Kieslowski, Hitchcock, Tarkovski y David Lynch.

El último de ellos, llamado David Lynch o el arte del ridículo sublime, y centrado en Carretera perdida –uno de los filmes más herméticos del norteamericano–, resulta esclarecedor en más de un sentido. Luego de contrastar la figura de la femme fatale del cine noir clásico y del neo-noir de los 80 y 90, Zizek concluye que, pese a lo que pretenden, ambas versiones terminan siendo fallidas transgresiones a las normas morales vigentes. Y que la vía de salida a esta trampa ideológica se encuentra precisamente en Carretera perdida. Zizek desconfía de quienes afirman que se trata de una obra delirante en la que no cabe buscar una línea argumental coherente, explica que en los filmes de Lynch “el garante de la ley suele presentarse como un agente ridículo entregado al goce de la vida” y ofrece algunas claves para entender el “efecto único de extrañamiento que producen sus películas”.

Una vez superada cierta resistencia inicial, cuando las capas de sentido comienzan a desprenderse como las de una cebolla, Lacrimae rerum –su caos razonado, sus mezclas y arbitrariedades, sus largas digresiones– se convierte en una suerte de licuado, un suplemento vitamínico de cine, historia y psicoanálisis que genera, en el lector interesado, un efecto de placer similar al de la liberación de endorfinas.

Fuente: Diario Perfil. www.perfil.com

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