La filosofía es vida. Es aprender a vivir con la lógica del día a día, que nos ayuda a encontrar la verdad de la verdad, y nos muestra la serenidad de la libertad.
Recuerdo que cuando me matriculé en la Universidad de Caldas como estudiante de Filosofía, se me dijo que debería cuidarme pues la filosofía me alejaría de la vida, me sumergiría en un mundo extraño que me pondría a vivir en solitario.
Qué extraño me resulta el recordar aquellas palabras pronunciadas por personas doctas de la época, ya que mi experiencia y estoy segura que la de muchos que se inclinan por los estudios filosóficos con el virtualismo propio de una indagación seria, hemos experimentado un enamoramiento al conocimiento y a la ciencia que nos ha mostrado la lógica del bien vivir, pues ella nos introduce a menudo en la verdad de la verdad, nos muestra la grandeza de la Estética como apreciación singular de la Belleza, nos despeja muchas dudas sobre la vida, la naturaleza, la angustia, el dolor, la libertad, los valores, la muerte, y tantas inquietudes con las cuales convivimos diariamente, y que solo a la luz de la confrontación filosófica con sentido de búsqueda y asombro, nos despejan a ratos, y otras nos hunden en la consulta más profunda para penetrar en sus raíces y sus causas, y así facilitar en mucho el tránsito por la vida, dándonos herramientas muy sólidas para aprender a vivir.
Sobra decir que nada es opaco en el ideario filosófico de todos los tiempos, hasta el punto de que los contemporáneos como Fernando Savater, Tomás Melendo, Ricardo Yepez Store, J. Vicente Arregui, Jacinto Choza entre otros, son como enanos -claro está dentro de su infinita sabiduría- que se han subido a los hombros de los gigantes griegos, y desde allí, se han apoyado en sus cimientos para aportar a la grandilocuencia de la modernidad filosófica, y esto está bien.
Desde Sócrates con el “Conócete a ti mismo” ¿no fue éste quien primero nos indujo al autoconocimiento, y su famosa mayéutica no es la que hoy cunde en la nueva democracia social? Y luego Aristóteles, ya había anunciado que todo conocimiento, elección y acción ha de conducir al bien, adelantándose de tal manera al ganar-ganar de Covey, que tan buena resonancia tiene en el mundo de hoy.
Y si continuamos, fueron primero los griegos quienes anunciaron que no hay nada en el entendimiento que no haya pasado por los sentidos, base nuclear de la programación neurolingüística. Ya Aristóteles, discípulo de Platón, había promulgado la necesidad de llegar primero a lo irracional del hombre para poder penetrar en su razón, adelantándose de cierta manera al mundo de la Inteligencia Emocional de Daniel Goleman y qué decir de Kant, con sus Críticas de la Razón Pura y Práctica, y el asentamiento que le hace al hombre sobre el uso de la razón, y ya desde los antiguos se hablaba de los caracteres flemático, sanguíneo, colérico y melancólico, coincidiendo en esto con la moderna clasificación de Le Senne, y ¿no fue Descartes quien en su Discurso del Método hacía su énfasis en el pensamiento como condición de la existencia?
Luego pasamos por Heidegger, Kierkegaard y Sastre, para entrar en el tema de la angustia y de la muerte, la diferencia entre ser y existir, como una manera de ser tan vigente hoy, cuando se quiere explicar que el existir es el cómo individual que cada hombre aplica a su vida y deja huella.
Y también El Hombre Problemático de Gabriel Marcel, nos deja claro el sentido de la Esperanza, y así muchos amantes de la filosofía han salpicado las páginas de la historia con su sabiduría, sus respuestas, sus interrogantes y profundas reflexiones.
Tuve la fortuna de compartir la mies de este Saber milenario en compañía de Valentina Marulanda Mejía, mi gran amiga de las letras, y de ser receptora de la maestría de Rubén Sierra Mejía, Adolfo León Gómez Giraldo, Daniel Ceballos Nieto, Norma Velásquez Garcés, Jorge Santander Arias, Danilo Cruz Vélez y muchos otros, que hoy cumplen misiones en la Cultura, el Arte, la Educación y la Academia, gracias a su ferviente amor por la madre de todas las ciencias.
La Filosofía es vida, es aprender a vivir con la lógica del día a día, que nos ayuda en la búsqueda de la verdad, y nos muestra la serenidad de la libertad.
Gracias al recorrido itinerante que he venido haciendo a través de mi historia personal, de mano del quehacer filosófico, hoy puedo ser argumental, sin temores ni timideces en el acierto o desacierto, frente a la necesidad de despejar oscurantismos que hoy reclaman luces de esperanza y claridad.
Esta actitud de búsqueda e indagación, propias de una formación filosófica, socavan las apariencias en las cuestiones del ser problemático, inherente a toda sociedad, a toda empresa a cualquier institución, y aquí la función del filósofo cobra un hondo sentido, ya que es su postura analítica y epistemológica la que le permite llegar al fondo de los fenómenos y las situaciones; por esto hoy múltiples empresas norteamericanas de gran calado, se han decidido por contar con un filósofo en sus Juntas Directivas, con tal propósito.
En hora buena por los cincuenta años de mi Facultad, en cuyos claustros pisé los primeros abonos de lo que me ha mostrado la vida, al haberme puesto en cuestión conmigo misma, con mis ideas, y mi tono afectivo, encontrando en mi propia mayéutica interior, las cuestiones mayores que me han servido para entender y trascender al mundo.
Fuente: http://www.lapatria.com/Noticias/ver_noticiaOpinion.aspx?CODNOT=76436&CODSEC=13
Caldas,Colombia. 22 Sep. 09
¡Qué rigor filosófico en la redacción! y ¡qué riqueza de ideas!