La expresión “falta de morada” es de Heidegger cuando en “Carta sobre el humanismo” definió así el rasgo ontológico sobresaliente del hombre contemporáneo. Es precisamente en una “errancia”, a la manera heideggeriana, donde está el hombre.
El destierro de los hábitos de apariencia humanística es el acontecimiento lógico principal de nuestro tiempo, un acontecimiento ante el que es inútil buscar refugio en argumentos de buena voluntad.
Peter Sloterdijk
Gianni Vattimo llamó “pensamiento débil” a la característica nihilista del hombre posmoderno. Ante la ausencia de un pensamiento que hable de la verdad y de la totalidad (“fuerte”) se ha alzado uno que rechaza las legitimaciones omnicomprensivas (“débil”). De allí el sufrimiento del hombre posmoderno vendría simplemente de que no es todavía lo suficientemente nihilista, porque tiene nostalgia de lo perdido y no está aún habituado a la disolución del Ser, marca de este tiempo, de manera que el hombre se asegura de poder vivir con semiverdades y sin fundamentos.
Deberemos recurrir a un paradigma de complejidad tal como lo definía Edgar Morin, para pasar a una lógica contraria a la inmovilidad y hacer despertar al hombre. Estamos envueltos en conceptos estáticos, el hombre ha dejado de conceptualizar de manera compleja.
La visión totalizadora que superara las contradicciones humanas –esto es, la utopía- ya permanece colgada en el perchero. La protesta de la subjetividad por esta vía se destotalizó, aunque la falta de respuestas provoca en pleno siglo XXI algunas escatologías totalitarias de cierre completo de lo social y la reacción conservadora de negativa de la posibilidad de cambio de lo establecido.
El ser humano se muestra escindido. Se hace pesimista y desinteresado, como si nadase en una antiutopía, la de una absoluta soledad frente a sí mismo. Los envoltorios protectores se deshacen, como el Estado-nación, impotente ante los problemas singulares que se han hecho universales. Frente a ello, la carencia es la de un pensamiento complejo, uno que bien podríamos llamar disutópico, abierto a la emergencia.
Los viejos paradigmas están agotados, tomando paradigma hasta en su acepción clásica de esquema formal en que se organizan las palabras nominales y verbales. Basta oír para comprobar que estamos en lo que podemos con exactitud denominar un mundo viejo. Ello, a pesar de vivir en un mundo de cambios acelerados, generalmente producidos o introducidos por los gadges tecnológicos. Quizás estos cambios lo sean de mera transición, lo que quiere decir que están impregnados de los mismos conceptos de lo anterior. El sentido mismo de la realidad se hace así borroso, sobre todo se hace borrosa la cotidianeidad, donde hábitats psicológicos fundamentales se ven alterados, como el trabajo, la alimentación y hasta el aspecto sanitario, como hemos comprobado con la reciente pandemia de gripe. Tal vez resulte exagerado decir que vivimos un cambio gatopardiano, donde sólo se insertan chips tecnológicos para continuar existiendo en lo existente.
Seguimos viviendo sembrados en la trayectoria de lo pasado, una que conduce a ninguna parte. Hasta la forma de pensar sigue siendo la misma, en una especie de parálisis cerebral que nos impide comprender que debemos generar nuevos paradigmas que puedan producir una transformación de la realidad inmediata.
El hombre se queda sin los amarres del pasado y sin una definición del porvenir. Es una auténtica contracción del futuro definido en la especulación ficcional desde el ángulo tecnológico, pero absolutamente vacío sobre la perspectiva del futuro del hombre.
Ante la intemperie el hombre está tendiendo a sumirse en la simplicidad. Es necesario producir un desgajamiento de los viejos paradigmas, o para decirlo en otras palabras, se hace indispensable el brote de una nueva cultura, una que he llamado de la comunicación en sustitución de la de la información, prevaleciente en la Era Industrial terminada, con la cual también terminaron las formas políticas democráticas ancladas en los viejos paradigmas.
Existe un mundo pasado y otro que no termina por definirse. Quizás la única distancia que sobrevive es esta. Ella se manifiesta en el lenguaje, uno sembrado de denominadores de sujetos tecnológicos novedosos pero, al mismo tiempo, lleno de esquemas mentales anclados en el pasado. El lenguaje que se habla por parte de quienes ejercen la dirección en diversos ángulos del quehacer social suena como si proviniese de una dimensión equivocada.
Podemos admitir que se asoman ya las primeras formas de una sociedad comunicada, pero, por ahora, no hacen otra cosa que ratificarnos en una transición indefinida. La ruptura es mayor entre quienes ejercen la dirección. Los llamados dirigentes consideran que mantener su condición los ancla en los viejos modos y en las viejas maneras. Son incapaces de ejercer liderazgo planteándose la asunción de nuevas formas y, menos aún, son capaces de convertirse en agentes productivos de los nuevos paradigmas. Perviven en la limitación para idear. Así, la información que generan es estereotipada y sin significado para una población cansada y harta de escuchar la repetición. Es más, consideran que la información que transmiten debe ser manipuladora convirtiéndose en una apariencia maquillada provocando la sordera generalizada. Los llamados dirigentes desentusiasman y aumentan los temores antes que contenerlos.
Las sacudidas se suceden unas tras otras. Las anteriores convicciones lucen desgastadas, perdida toda su capacidad explicativa y de protección. La expresión sobre el deterioro de las instituciones se ha hecho lugar común, pero las que muestran debilidad extrema son las políticas, incluidas las llamadas intermedias que cumplían el rol de puente entre el poder y la comunidad. De manera que las viejas formas jurídicas se han deshilachado y los intermediarios han perdido toda capacidad de dar excitabilidad y coherencia, así como han perdido los viejos instrumentos de coercibilidad, lo que ha llevado a los medios a procurar alzarse como los nuevos controladores.
Las llamadas instituciones muestran una incapacidad manifiesta para transformarse, más aún, no es transformación lo que requieren. Frente a un nuevo paradigma cultural, aún en pañales, su rompimiento con la realidad es visible, pues pertenecen a paradigmas superados, parten de la base de una inmovilidad que les es consubstancial. El hombre regido por la institución desaparece, se ha aislado de ella. Ahora se forman las redes, o las llamadas “tribus urbanas”, una comunicación incipiente sustituye a la información unidireccional de la institución que implantaba formas de comportamiento. Esta red de redes en formación continúa, desgajada, es cierto, tanto de las instituciones como del porvenir, pero el desconocimiento de la vieja autoridad lo siembra al mismo tiempo en el desconcierto y en la rebelión contra la vieja fuente de poder que hablaba.
Al futuro no se le pueden dar formas inmóviles. Al futuro se le da forma ejerciendo el pensamiento bajo la convicción de una voluntad instituyente en permanente movimiento. Es mediante el pensamiento complejo que se puede afrontar el laberinto propia del siglo XXI, pues la mezcla de elementos previsibles e imprevisibles, fortuitos, causales o indeterminados, replantea con toda su fuerza el cabalgar fuera de dogmatismos.
No todo es desconocido, conocemos, al menos, de la existencia de la crisis, de los cambios que se suceden en la periferia del hombre, de su incertidumbre y sobre ello pensamos. Digamos que el pensamiento sobre el por venir es esencial para evitar una situación de catástrofe de lo humano. Debemos admitir de entrada que hay un cambio generalizado de paradigmas
No puede pretenderse la aparición de un nuevo cuerpo de doctrina infalible y totalizante, una especie de renacimiento de las ideologías. La sociedad de la comunicación que habrá de venir es un cambio de paradigma en sí misma. Sobre ella se alzará la nueva realidad. Sin obviar el peligro totalitario de control de la pantalla-ojo, el rompimiento de la unidireccionalidad de los medios que pone en entredicho la noción de receptor indefenso y la continua tesis de control del mercado producida por la reciente crisis, debe empujar al pensamiento a la siembra de nuevas concepciones democráticas. Esto es, la tarea de los pensadores de hoy no es entregar un diseño de sociedad del futuro, sino crear las ideas para que el hombre comunicado protagonice. No se puede hacer a la manera de los viejos ideólogos que diseñaban una nueva realidad utópica. Lo que ahora corresponde es proponer una nueva lectura de la realidad, esto es, la creación de una nueva realidad derivada de la permanente actividad de un república de ciudadanos que ejerciendo el poder instituyente cambian las formas a la medida de su evolución hacia una eternamente perfectible sociedad democrática.
Ahora bien, debemos marchar hacia la construcción de la nueva realidad. La nueva realidad se gesta como consecuencia de la acción de una serie de elementos preexistentes, de la concurrencia de circunstancias fortuitas y, finalmente, los que salen o se suceden de la nada. Estos últimos son resultantes de sistemas que se auto-organizan. Como en el caso de los senderos que se bifurcan, la nueva realidad puede ser una u otra. En cualquier caso es menester la generación de elementos nuevos inexistentes previamente. A esto me refiero cuando llamo la atención del pensamiento. Mientras más elementos novedosos se inserten en la realidad que enfrenta bifurcaciones más posibilidades habrá de una realidad flexible que preservará el estado alcanzado, pero que seguirá consciente de utilizarlo para nuevos saltos cualitativos. Esto es, el líder es más un facilitador que un artífice, permitiendo así la preservación de la libertad.
Es evidente que si influenciamos el advenimiento de una nueva realidad es porque percibimos síntomas en el presente que no nos gustan y pensamos que el mantenimiento de las tendencias pueden conducir a resultados catastróficos. Como ya la utopía no puede ser el incentivo es menester repensar al hombre inerte para que ejerza la reflexión sobre las ideas que han sido lanzadas al ruedo y crea en la posibilidad de su realización. La tarea comienza con la descripción de las taras del presente, con un llamado a la rehumanización, con el análisis puntual de las consecuencias posibles y con una acción que conlleve a su adopción y práctica.
Un proceso como el que describimos en sumamente dificultoso en una sociedad de la información, donde nadie garantiza que el poder massmediático se plegue a los cambios, siendo lo lógico que procure conservar lo existente. La actual tecnología facilita el interlineado y la formación de redes. No basta, claro está, que el significado haya llegado al destinario, es menester perseverar y verificar su grado de modelación sobre la realidad. Es cierto, no obstante, que la tecnología está haciendo posible un proceso de comunicación que veremos en todo su desarrollo en los próximos años, lo que permitirá las respuestas mentales y afectivas propicias.
El hecho mismo de la comunicación aumenta los parámetros de la libertad. En la comunicación, para decirlo de otra manera, se encuentra la materialización de la nueva realidad. No se trata de cantar loas a los artefactos tecnológicos de la instantaneidad, sino de aseverar que ellos han producido un cambio cualitativo en los contenidos de la comunicación. Como también lo he dicho en otra parte, la comunicación amansa al “yo”, hace que la gente comience a descubrir lo social, que reaparezca lo social como interés colectivo.
Algunos ensayistas han llamado a esta sociedad democrática que he descrito como instituyente, y en permanente movimiento, una “sociedad de transformación”. Está basada, obviamente, sobre la auto-organización, una donde la interacción cumple su papel de mejorar mediante una toma de conciencia. Esto es, mediante la absorción del valor de las relaciones simbióticas, lo que implica un cambio de valores.
El vencimiento de los paradigmas existentes, o la derrota de la inercia, debe buscarse por la vía de los planteamientos innovadores e inusuales que, con toda lógica en los procesos humanos, serán descartados ab inicio por el entorno institucionalizado. El derribo de los dogmas no es un proceso fácil ni veloz, pero el aporte de las nuevas tecnologías del intercambio comunicacional será un desencadenador clave.
La inutilidad de los viejos paradigmas queda de manifiesto cuando el hombre comienza a sospechar que ya no le sirven exitosamente a la solución del conflicto o de los problemas. Está claro que la revocatoria de los anteriores requiere de un esfuerzo sostenido pues se deben revalorar los datos y los supuestos.
Nuevos paradigmas requieren, generan o adoptan nuevos actores. Cuando los nuevos prendan en la conciencia entraremos en un “encargo a la multitud”. Los nuevos paradigmas comienzan a bullir en la lingüística, en la geografía y en la comunicación, sólo por nombrar algunas áreas. Deben aparecer también en el campo de la política y recuperar la subjetividad de lo humano.
Fuente: http://www.lahistoriaparalela.com.ar/2009/07/27/la-falta-de-morada/
Columnistas, Internacional,
ARGENTINA 27 de July, 2009