Un buen ejemplo de lo que se llama historicismo.
Leí una columna que merece ser señalada. No por la importancia de ella en si misma, sino por revelar un buen ejemplo de lo que se llama historicismo: esa ansia por encontrar leyes de la historia, etapas de desarrollo que suceden unas a otras en una secuencia descubierta por algún iluminado que intenta aprobar su tesis a como dé lugar.
Me refiero a una de esas grandiosas concepciones y que establece que en la historia han existido tres culturas en la historia humana.
La primera de ellas fue una cultura de “misticismo, la superstición y la religiosidad, donde reinaban los dioses, los espíritus y el más allá”.
La segunda de las culturas es la de “los intelectuales literarios que crearon las ideologías en el Siglo 19, siempre basados en premisas que no tenían bases científicas”.
La tercera de las culturas “sería la incipiente era de la ciencia, que no acepta verdades absolutas y su rasgo principal es el desarrollo del juicio crítico”.
Se caracteriza esta tercera cultura por la “creciente aceptación de obras científicas y de humanistas laicos que abren posibilidades hacia todos los sectores… la convivencia humana y la ecología, sin tener ningún interés pecuniario…”.
Se afirma que la primera cultura existe hoy en día, como también la segunda y la tercera, que es la buena porque “no contempla restricciones basadas en los prejuicios de las etapas anteriores… incluye a todas las personas dispuestas a formar parte del proceso evolutivo de la inteligencia humana… se desvincula de… las ideas románticas sobre la bondad y solidaridad del ser humano que suponían” antes de la actualidad.
Y, por supuesto, esta tercera cultura “pretende establecer con rigurosas bases científicas que los aspectos negativos del ser humano no han sido el resultado de la contingencia histórica que modifica la bondad natural del ser humano, sino que pertenecen a su más pura esencia genética”. Lo que sea que todo eso signifique.
Estas y otras grandes concepciones históricas, como la de Marx y su evolución secuencial de la historia que sin poderlo evitar llevará al comunismo, son fascinantes de ver.
Engloban en categorías genéricas lo que les conviene, lo acomodan a lo que tratan de demostrar y, con esas pruebas irrefutables que fabricaron, demuestran que su idea es la correcta.
Por ejemplo, en esta caso, toda la historia humana hasta el Siglo 19 puede englobarse en una sola cultura que era primitiva y no empleaba la razón, sino que se dejaba llevar por la superstición. En la misma cazuela se ha colocado a Aristóteles, a Santo Tomás, los Escolásticos, Newton, la edad de piedra, el Imperio Romano, todo en ese período. Todos ellos son iguales y ningún avance han representado.
A la segunda cultura le pasa algo similar, porque no tenía bases científicas, como sí las tiene, ¡por supuesto!, la tercera cultura, la del gran avance porque sí es científica y no cree en nada que no lo sea.
Lo que todo esto tiene de curioso y peculiar, que es mucho, también lo tiene de ambiguo, vago y tendencioso.
Cualquier otra persona podrá fabricar sus propias etapas de la historia y, con flexibilidad, probar lo que se le venga en gana. Basta con crear una secuencia de eventos, ignorar lo que la contradiga, y proponer un gran marco evolutivo que explique toda la historia humana desde su inicio hasta alguna estación ideal.
¿Qué hacer ante esas grandes concepciones que todo lo explican?
Tomarlas en serio significaría darles demasiada importancia. Una carcajada sería el tratamiento más serio que merecerían.
Pero examinarlas tiene una utilidad práctica como un ejercicio mental que examina errores de razonamiento.
Son tan grandiosas concepciones e intentan explicar tanto que terminan por decir nada e impresionar a los ingenuos.
Nada hay tan tentador nombrarse el descubridor de la llave que permite entenderlo todo: de dónde venimos y a dónde vamos, sin que nuestra voluntad intervenga.
Contrasta mucho esa serie de pamplinas con esfuerzos en verdad más serios, como el de La Estructura de las Revoluciones Científicas de T. Kuhn, que sugiere un adelanto científico no suave y progresivo, con tensiones entre maneras de entender la realidad y que dan nacimiento a paradigmas que predominan durante ciertos momentos.
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Fuente: http://www.noroeste.com.mx/opinion.php?tipo=1&id=19358
Mazatlán, Sinaloa, Mexico. 02 de mayo de 2009