La escuela del pensamiento

No creo equivocarme si digo que quienes egresan hoy día están mejor formados que nosotros, y mejor preparados para el desempeño profesional, dentro de ese amplio margen de oficios a los que, fuera de la docencia y la investigación, dan lugar las humanidades.

Filosofía y Letras de la Universidad de Caldas cumple 50 años. A la luz de la historia, una recién nacida. Que lo es también nuestra República colombiana. Basta recordar que la Universidad de París, de las más antiguas de Europa, fue fundada en la Edad Media por el clérigo Robert de Sorbon, de donde deriva su nombre, Sorbona, con el cual se le conoce. Fue originalmente centro de estudio de la teología pero su reputación se consolidó y se ha mantenido a lo largo de los siglos en torno a las humanidades y muy especialmente la filosofía.

No hago la comparación para restar mérito a nuestra facultad, sino todo lo contrario. Que haya durado medio siglo, desafiando presupuestos menguados y reformas educativas de inspiración tecnológica que, al dar prioridad a la acción sobre el pensamiento, cuestionan la utilidad de unos estudios que no tienen aplicación inmediata dentro de lo que se entiende por desarrollo en un país joven, es, sin duda, un acontecimiento. Pero no sólo se ha mantenido sino que ha ampliado sus horizontes, su cobertura y su prestigio. Actualmente, amén de dos programas de pregrado que han graduado a más de 700 profesionales, ofrece una maestría. Y lo más importante: desde 1997, esos programas han crecido de manera vertiginosa (300 por ciento) y se ha incrementado el ingreso: en la actualidad hay 350 alumnos cursando la carrera.

La facultad de Filosofía y Letras a la que ingresé a finales de los ilustrados años 60 y a la que tanto debo, apenas llegaba a su primera década y a tientas buscaba su rumbo y su razón de ser. La universidad era otra, íntima, familiar, a escala de la ciudad y la región y hasta el clima meteorológico era diferente: la neblina y el frío del páramo poblaban los pasillos descubiertos del claustro universitario que tantas conversaciones decisivas para nuestro devenir albergaron.

No creo equivocarme si digo que quienes egresan hoy día están mejor formados que nosotros, y mejor preparados para el desempeño profesional, dentro de ese amplio margen de oficios a los que, fuera de la docencia y la investigación, dan lugar las humanidades. Entre otras cosas porque gracias al milagro de las comunicaciones se hallan conectados con el universo del pensamiento y pueden acceder a montones de información sin salir de Manizales.

Para no incurrir en la mención de nombres propios, siempre odiosa por la inevitable selección, basta recordar que de nuestra cincuentona escuela han salido brillantes profesores; escritores (poetas, narradores y ensayistas); editores y traductores, especialistas en terapia familiar, periodistas como el también poeta Orlando Sierra, víctima fatal de la intolerancia, cuando era subdirector de este diario. Es que, como lo ha señalado F. Châtelet, los filósofos del siglo XX vienen y se han dedicado a diversas esferas de la actividad intelectual: Wittgenstein procedía de las matemáticas; Levi Strauss y Saussure se consagraron al estudio de los pueblos primitivos y del lenguaje; Theodoro Adorno privilegió la reflexión sobre el arte; Habermas se interesa por los asuntos públicos y la razón comunicativa. ¿Son ellos, acaso, menos dignos de ser llamados filósofos que los metafísicos Platón, Kant y Hegel?

Por más que el pensamiento racional defina lo humano, el filósofo no nace (la filosofía espontánea es harina de otro costal) sino que se hace. Y se hace, desde los griegos, en contacto con los maestros y sus escritos, en el ejercicio del diálogo que con tanta destreza practicó Sócrates y recogió su discípulo más aventajado, Platón, fundador de la Academia, primera escuela de filósofos, en la Atenas del siglo IV. Aunque hay temas y problemas de la Filosofía que mantienen intacta su vigencia, en el siglo XXI corresponden a ella nuevos afanes como el de ser la llamada a servir de contrapeso a la racionalidad instrumental que quiere dominar el mundo. Por eso enseñar, y su correlativo, aprender Filosofía, debería ser, en primer lugar, una incitación a pensar por sí mismo, a fundamentar unos valores y unos criterios, a desarrollar la capacidad argumentativa y el espíritu vigilante y crítico, sin los cuales no es posible, por demás, transformar la realidad. Así que no es fútil la misión de una escuela como esta cumpleañera y su importancia para la sociedad tiene el peso de un axioma.
Fuente: www.lapatria.com

COLOMBIA. 11 de Septiembre de 2009

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