Precisamente, el signo de la gran salud es ese exceso que le da al espíritu el peligroso privilegio de poder vivir en la tentativa y ofrecerse a la aventura. Es una cura a fondo contra todo pesimismo (la gangrena de los viejos idealistas y héroes de la mentira, como es sabido) enfermar a la manera de estos espíritus libres, permanecer enfermo un buen lapso y luego recobrar la salud por un periodo cada vez más largo, quiero decir, volverse “más sano”.
Friedrich Nietzsche. El espíritu libre
El problema de la salud y la enfermedad ha conducido a la humanidad a preguntarse sobre su propia existencia. Todavía no queda lo suficientemente claro qué es la enfermedad, porque parece que hoy tenemos que admitir que la enfermedad no se define únicamente por criterios biológicos o anatómicos en estricto sentido. La normalización de la diferencia ha fungido en buena medida como remedio ante la consideración de que el otro está enfermo al trasgredir la normalidad. Para el psicoanálisis, la negación de esa normalidad ha sido buen puente de escape frente a la pregunta por el enfermo mental.
Ingmar Bergman retrataba con la alegórica “danza de la muerte” esa capacidad del ser humano de encontrar en la enfermedad el camino hacia el final. Su cuadro de la peste negra en El séptimo sello se nos revela todavía como una imagen del dolor ante la finitud, del temor ante la fragilidad de la existencia y la búsqueda de otros horizontes. Quizá la gran evidencia que Bergman ponía en la mesa al enfrentar en un duelo de ajedrez al humano con la muerte era el sabernos finitos como especie, no solo como individuos. Parece que la enfermedad se entiende casi siempre como un hecho personal, si acaso comunitario, pero una vez que trasciende el espacio de lo social, normaliza para todos los seres la finitud de la existencia a la que hemos sido confinados desde nuestro nacimiento.
Esta finitud en la fenomenología de Martin Heidegger se explica por medio del Dasein como existencia humana, existencia consciente que traslada la problemática ontológica de la creencia en una esencia a la vida, a la experiencia vivida del fenómeno. Solo experimentando la vida y siendo conscientes de ella estamos realmente existiendo: la existencia, por lo tanto, no es una problemática meramente biológica, sino algo mucho más profundo. Diana A. Stephan y François Jaran en su texto La enfermedad como rasgo humano. Hacia una consideración de la enfermedad en cuanto fenómeno existencial se preguntan si la enfermedad se entiende únicamente como afección del cuerpo o si acaso es la existencia la que enferma, el Dasein. Ambos parecen estar de acuerdo en que es así y en que, por lo tanto, la enfermedad tiene una importancia verdaderamente ontológica.
Si bien Heidegger no se ocupó directamente del problema de la enfermedad a profundidad, como sí lo hizo Nietzsche —quizá por haber sido él mismo quien estuvo durante toda su vida bajo los estragos de la enfermedad y por haber encontrado en ella las respuestas a sus preguntas sobre el ser—, los autores echan mano de su obra Ser y tiempo en la construcción de una antropología filosófica que sea capaz de explicar los fenómenos de la salud y la enfermedad. Ambos conceptos han sido conceptos límite; es decir, ideales. Por ejemplo, para la OMS, la salud es “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades”. Sin embargo, esta definición de salud es siempre aspiracional: constituye un ideal inalcanzable en tanto seres humanos. Es quizá la propia condición humana, la sensibilidad que implica no solo el encuentro del cuerpo con el mundo exterior sino la propia conciencia de ello, lo que imposibilita alcanzar en última instancia este nivel de satisfacción.
No obstante, la búsqueda de la salud se entiende en términos de la limitación de la voluntad. Retomando la perspectiva de los normativistas (que combaten la teoría bioestadística que define a la salud como ausencia de la enfermedad), los autores aceptan que la salud admite valoraciones subjetivas, culturales o éticas. En este sentido, la salud es la capacidad de alcanzar metas vitales que están relacionadas con un bienestar o felicidad a largo plazo. El reconocimiento subjetivo de la imposibilidad de alcanzar este estado es, entonces, lo que define la enfermedad y no alguna clase de valoración estadística que despoje a la vida de su contenido existencial.
Desde Heidegger, los autores admiten que la enfermedad es un fenómeno existencial que determina el Dasein. Si bien el hecho de ser seres para la muerte, arrojados a un mundo de manera arbitraria y moribundos desde nuestro nacimiento es la primera condición de la existencia humana que define nuestra relación con el tiempo, la enfermedad se nos presentará como un límite a la voluntad. La enfermedad humana sería, así, algo definido por su propia comprensión, la comprensión de la experiencia de enfermar como un límite a la voluntad, como algo que reduce las posibilidades de la existencia, de su poder ser. Esa comprensión en psicoanálisis es la razón de la angustia.
Estas consideraciones abren para nosotros ciertas interrogantes y posibilidades que se nos plantean en un momento de convulsión histórica sin precedentes, como el que estamos viviendo, donde la especie humana en su conjunto y en todas las latitudes es presa de la enfermedad y, en buena medida, es consciente de la finitud que representa la muerte. Nunca antes habíamos vivido algo así, y parece que la enfermedad que experimentamos no es simplemente una enfermedad en sentido biológico y estadístico. Tal vez el Dasein está enfermo tan profundamente que ha trascendido la individualidad y nos ha puesto de pie ante las limitantes terribles de nuestra propia existencia.
Esta enfermedad consiste en mucho más que experimentar los síntomas de un virus nuevo: es la angustia ante el porvenir, el egoísmo que ha desencadenado el dolor de muchos, la incertidumbre y la pérdida de las libertades, la disminución de nuestras posibilidades como especie. Somos seres para la muerte; de eso no cabe duda. Esa es la única certeza de nuestra existencia. Sin embargo, la enfermedad como fenómeno existencial no es desencadenante obligado de la muerte. Nietzsche encontraba en la enfermedad el sentido más agudo de la reflexión ontológica, siempre con miras al porvenir. Si algo hemos de aprender en esta enfermedad que enfrentamos como humanidad, debería ser replantearnos la pregunta ontológica por nuestra existencia, por la construcción de metas vitales que garanticen nuestro futuro en términos de un bienestar mucho más profundo como seres humanos, más allá de lo meramente tangible.
Es la conciencia de la imposibilidad lo único que puede revelarnos el verdadero valor de su opuesto: la posibilidad. La libertad de alcanzar lo posible merece una reevaluación histórica. Esta es una lección que podemos aprender como sociedad: el virus que ha llegado a nuestro mundo nos ha revelado el estado de enfermedad social en el que nos encontramos, y este es la falta de un sentido ético guiado por nuestra propia humanidad.
Notas
Boris Berenzon Gorn es Historiador y escritor mexicano con herencia judía. Amante confeso de la música mexicana, la filosofía. la cultura la ciencia y el psicoanálisis. Vive en la periferia por convicción y consecuencia; es buen amigo de la soledad. @bberenzon
Fuente: http://mujeresmas.mx/2020/04/15/ensayo-la-enfermedad-como-condicion-de-la-existencia/
16 de abrril de 2020. MÉXICO