Es economista y matemático.
Fernando Savater en su reciente libro “Figuraciones mías” agavilla tres docenas de artículos bien trabados y sustanciosos aunque uno no se nutra vocacionalmente de todos los contenidos. No hay nada en ellos del tono profético de pretenciosas empresas con vocación salvífica o aleccionadora ni cuando escribe de filosofía, su quehacer urgente, su profesión. Solo inteligencia, claridad y excelente prosa. Es decir, casi un libro del siglo XVIII francés, guasa y escepticismo fernandino de propina. Oportunistamente, para lo que me interesa contar hoy, me remito al artículo “Que decidan ellos”. Escribe Savater: “Los que queremos la ciudadanía dentro del Estado de derecho nacional hemos perdido la partida de la educación y la ideología mayoritaria: somos los fascistas de quienes no saben lo que significa esa descalificación ni cuánto se parecen ellos mismos a los que antaño la merecieron”.
Temo que Fernando Savater se quede corto: no es que lo parezcan, es que lo son. No saben lo que es vivir en democracia y en sus mazmorras mentales la sierran a conveniencia (al fascismo rojo la democracia le queda excesivamente grande) o descoyuntan (al fascismo racialista, demasiado pequeña) en particulares lechos de Procusto. Tienen democracias a sus medidas.
Pero, mira por donde, lo de “fascista” es usualmente lanzado con leve desparpajo por la izquierda -sea la lerda, la zombi, la necionalista, la ecologista, la nacionalitarista nacional-socialista o la que en su proverbial despiste pasaba por allí- para intentar acallar a los contradictores, que suelen ser pacíficos y sin embargo coriáceos demócratas. Con frecuencia, ni siquiera son de derechas. El ejemplo arquetípico, por partida doble, es el propio Savater por ser al que más veces le han llamado fascista los cabreros, y los cabrones, de este país y por ser asimismo el más coriáceo demócrata.
En el mercado de las ideas políticas, lo más fácil de vender, lo que se coloca antes entre la gente, son los eslóganes simplistas. Creo que el socialismo de corte marxista al readaptar su vulgata, en función de circunstancias y lugares, ha transformado la esencia para conservar, en contrapartida, suficiente eficacia en la transmisión de facilonas simplificaciones de la complejidad social y continuar suministrando clichés ideológicos a intelectuales y profesionales de la enseñanza, incluidos socialdemócratas que no se reconocen en el comunismo, a los que nunca faltan explicaciones para justificar los excesos del nacionalismo, animalismo, feminismo, onguismo, ecologismo, multiculturalismo, antifascismo, activismo, relativismo o lo que se tercie.
Ahora bien, desde Galileo la ciencia no se fundamenta en explicar sino en predecir: lo que cuentan son los resultados contrastados. Por tanto, aun pertrechado con la metodología del materialismo dialéctico, el socialismo -pretendida teoría científica económico-social, sin más- vale lo que valga su capacidad predictiva. Al parecer, prácticamente nula. El socialismo como teoría y praxis política es otra cosa. Es, decía Nietzsche, la coartada ideológica de los débiles -entiéndase, de los moralmente débiles- que ampara y da alas a la envidia, rencor y egotismo consustanciales a sus naturalezas. Por ello recurren, y esto lo digo yo, a la impostación de prestigiosos principios de solidaridad colectiva e individual, preferentemente, la verdad sea dicha, para con cormoranes y travestis que con guardiaciviles asesinados. Lo cual es harto visible en la enseñanza, cuyos miembros, para mayor inri, pululan en los partidos nacional-socialistas de cuño periférico.
Si los trabajadores, en el sentido obrerista, suelen ser profundamente conservadores, aunque voten comunista, no es por ignorancia sino por sentido de la realidad y madurez ante la vida en comparación con la intelectualidad radicalizada pero en pantuflas y batín, con el salario garantizado por el Estado, cuyo epítome humano fue el muy llorado y no obstante prescindible José Luis Sampedro. Forzando el trazo y excepciones aparte, bajo la perspectiva nietzscheana, la debilidad moral intrínseca del intelectual socialista, la ausencia en su carácter de impronta aristocrática, de instinto de sacrificio por la especie, impiden que madure políticamente y en consecuencia vive en perpetuo narcisismo infantiloide, vive en el pataleo continuo ante reivindicaciones insatisfechas. De esa guisa, es natural que conteste en la calle con pancartas y pies, los cuatro, las resoluciones judiciales adversas.
Se comparta o no el enfoque de Nietzsche, algunos acontecimientos parecen darle razón. Una prueba flagrante la tendríamos en la rencorosa reacción del nacional-socialismo gallego, no por prevista menos alucinante, al tildar de “farsa judicial” la sentencia de la Audiencia Provincial de A Coruña concerniente a la catástrofe ecológica del Prestige en el 2003. Que las revanchistas organizaciones políticas que sustentan a Nunca Máis hayan aprovechado la sentencia -¡qué felices se les ve¡- para volver a manifestarse (se hubieran manifestado igualmente de haber habido condenas) se comprende pero no tanto que contasen con el apoyo socialdemócrata del PSOE-PSdeG.
Desgraciadamente, ya no sorprende el victimismo y desgarradura pública retroactiva ni el celo ecológico para con las gaviotas viniendo de radicalizados partidos nacional-socialistas que, en consonancia con la filosofía política del lecho de Procusto, encajan adaptativamente la democracia en su canon y no condenan el terrorismo ni manifiestan la mínima compasión o demanda de justicia cuando las víctimas no están pringadas de fotogénico chapapote. Qué ruindad. Qué asco. Poco después del accidente del Prestige las playas gallegas afectadas revivieron como nunca; en el 2001, Galicia tenía 48 playas galardonadas con bandera azul, diez años más tarde, 128. Pero quienes no revivirán nunca más son las decenas de asesinados por los hideputa que -derogación de la doctrina Parot mediante- han sido puestos en libertad sin arrepentirse para que vayan a comer angulas al País Vasco donde quizás hasta les pongan sus nombre a unas cuantas calles.
Fuente: http://www.farodevigo.es/opinion/2013/11/24/democracia-lecho-procusto/920159.html
26 de noviembre de 2013