La crisis es tan global que afecta a la propia divinidad: ni Dios parece librarse de semejante encrucijada. Es verdad que Aristóteles lo declaró inmutable e incluso nuestra santa Teresa de Jesús dijo que no se mudaba, pero entonces sería una deidad impasible que encima no huele bien. En todo caso, la propia Teresa de Ávila sí que se mudaba y cambiaba para hablar amorosamente de su Dios amoroso. El cual puede ser el mismo, pero no lo mismo.
La crisis religiosa no afecta meramente a las religiones y sus iglesias, sino que ha llegado al propio Dios clasicote y tradicional. Es el Dios del pasado pero no del presente y menos del futuro, una divinidad ociosa y a veces odiosa, a causa de su ortodoxia e inmovilidad, su prepotencia y absolutismo, su dogmatismo y fundamentalismo. El amigo José Mª Mardones escribió un libro póstumo cuyo título lo dice casi todo: Matar a nuestros dioses (ridículos o macabros). Solo un Dios puede salvarnos, afirmó Heidegger; solo un auténtico Dios puede salvarnos de nuestros dioses ídolos, como lo es el poder y el dinero en nuestra sociedad capitalista.
El auténtico Dios, según L. Wittgenstein, coagula y representa el sentido de la vida, pero no como mera explicación o referencia abstracta, sino como implicación y referencia de sentido. En el platonismo el acceso al Dios se realiza a través del eros sagrado, mientras que en el cristianismo Dios mismo es amor encarnado. Y en la mística, Dios como sentido de la existencia es el amor pro-creativo de la vida, la aferencia y oferencia de lo real en su ser, la implicación o cohesión de la realidad que funda/funde su explicación o coherencia.
Un tal Dios-amor responde al enigma misterioso del universo, porque el amor es profundo y oscuro e incluso brujo y turbulento. Para muchos el nuevo nombre del Dios actual se asemeja al Big-Bang, la eclosión originaria del mundo, la explosión del punto vacío inicial de turbulencia cuántica, como dice la Física contemporánea. Esta es una nueva visión del Dios implicado en el mundo, definido por un amor expansivo que funda la razón del ser. Ahora bien, mientras que la razón o explicación del universo se puede ir aclarando o explicando científicamente, la cohesión o implicación del universo se vuelve cada vez más oscura como corresponde al enigma misterioso del amor.
La poetisa <b>Gioconda Belli </b>define poéticamente al Dios del Big-Bang como el amor procreador del mundo: «El orgasmo de los dioses amándose en la nada». Por cierto, una nada muy concurrida, nada que en realidad no es nada, sino el vacío oscilante o fluctuante del eros cosmogónico. El cual es el preludio del posterior eros humano, interiorizado y personalizado como amor.
Como dice el rabino Jonathan Sacks, la ciencia desarticula la realidad para saber cómo funciona, mientras que la religión junta la realidad para saber qué significa. Se me dirá que creer en Dios resulta hoy complicado y complejo; pero no creer en Dios resulta simple y simplejo. Según algunos, Dios no existe, y sin embargo resiste: resiste si tú resistes. La razón sola no permite creer, ya que si solamente pienso, pienso desoladamente; a no ser que colabore el corazón como «corazón» de nuestra propia razón. El sentido de la existencia es lo que siente el corazón y consiente la razón.
Notas
Fuente: https://www.elperiodicodearagon.com/noticias/opinion/crisis-dios_1404856.html
25 de enero de 2020