Ha obtenido el Premio Herralde por su novela El testigo, el Internacional de Periodismo Vázquez Montalbán por su libro sobre futbol Dios es redondo, el Villaurrutia por su libro de cuentos La casa pierde y el Mazatlán por su libro de ensayos Efectos personales. Ha sido profesor en la UNAM, Yale University y la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona. Entre sus libros para niños destaca El profesor Zíper y la fabulosa guitarra eléctrica.
Una de las más asombrosas experiencias de la lectura consiste en entenderlo todo y permanecer sumido en el misterio. El lector sabe qué pasó y eso lo obliga a pensar un poco más.
Captar el sentido de un libro no agota su significado. Por el contrario, si el mensaje es eficaz, trabaja después de ser leído.
Los cuentos de Borges se siguen de principio a fin, pero tienen algo de adivinanza o paradoja. La comprensión no es ahí una meta de llegada, sino el punto de partida de otra reflexión.
Una anécdota define el tipo de lectura que reclamaba Borges. En 1938, perdió a su padre, cómplice de sus discusiones literarias (solían almorzar con diccionarios a la mano para condimentar la sobremesa con filología). Ese mismo año sufrió un accidente que cambiaría su vida. Visitó a una amiga para entregarle un libro. Subió de prisa la escalera del edificio. El sitio acababa de ser pintado y una ventana estaba abierta para airear el ambiente. Borges ya tenía mala vista, llevaba en sus manos un volumen codiciado, estaba ansioso por cumplir la cita (en su código personal, nada era tan romántico como entregarle un libro a esa mujer). No advirtió la batiente abierta y se golpeó con ella, desmayándose en el acto. Al volver en sí, temió haber perdido algunas de sus facultades. Le pidió a su madre que le leyera un texto. Ella abrió un libro de C. S. Lewis. Le sorprendió el silencio con que su hijo la escuchaba, desvió la vista y lo encontró llorando. “¿Qué te pasa?”, preguntó. “Lloro porque entiendo”, respondió Borges.
La emoción en la que cifraba su felicidad seguía intacta. Surge una pregunta: ¿qué significaba “entender” para Borges?
Después de su convalecencia escribió el cuento “Pierre Menard, autor del Quijote”. Hasta entonces había publicado básicamente poemas y ensayos. Si después del accidente fracasaba en un género menos frecuentado por él, su decepción sería menor. El relato trata de un lector extremo, que copia el Quijote palabra por palabra.
Sin embargo, al ocurrir en otra época se trata de otro libro. El contexto, es decir, la lectura, cambia el sentido de las cosas. Borges perdió el conocimiento para dar con una teoría del conocimiento.
Apostó por la claridad, evitando el hermetismo y los golpes de efecto. Con Bioy Casares escribió divertidísimas parodias sobre el sinsentido y la inutilidad de ciertos vanguardistas. Pero el sentido de sus textos no concluye en la última línea. El cuento There are more Things desemboca en la frase: “La curiosidad pudo más que el miedo y no cerré los ojos”. En este caso, el protagonista aguarda la llegada de un monstruo. Ha visto los espantosos muebles e instrumentos que usa. El cuerpo que se sirva con naturalidad de esos objetos debe ser descomunal. El escenario define a su inquilino. El lector no necesita verlo para sufrirlo. Por eso Borges no lo describe; deja que sea imaginado.
Este final resume la estrategia borgiana: un texto sugerente permite que el lector vea “algo más”.
En ocasiones, la confusión o el desorden verbal semejan profundidad. “Debe ser algo muy inteligente porque no lo entiendo”, dice el desprevenido lector. Con ciertos textos pasa lo mismo que con los estanques donde el agua turbia sugiere una hondura inexistente. En cambio, la transparencia de Borges revela misterios bajo el agua.
No toda claridad es inagotable. Hay escrituras diáfanas que se agotan en sí mismas. Leo las instrucciones para armar un mueble y siento que nada se me escapa. Lo que interesa a Borges es otro tipo de nitidez. Cuando le dijo a su madre que entendía a C. S. Lewis se refería a lo que se comprende sin límite ni acabamiento. Leer abisma.
No es lo mismo entender un teorema que decir “yo te entiendo”. Quien domina un teorema carece de dudas al respecto. Pero, ¿qué significa entender o decir que se entiende a una persona? Lo mismo que entender un libro. Es un proceso sujeto a modificaciones, capaz de mejorar o perjudicarse, un pacto que no deja de sellarse.
Una ventaja oportunista de la oscuridad literaria es que exige ser descifrada. El erudito se pone los anteojos para espiarla. En cambio, la claridad corre el riesgo de parecer simple. Fernando García Ramírez acaba de reunir los luminosos textos de Gabriel Zaid sobre la lectura. Leer es un compendio de ética y estética de la lectura. Ahí escribe Zaid: “Hay una incomprensión desconcertante hacia la poesía que ‘sí se entiende’. Paradójicamente, resulta que los profesores leían con más cuidado y acababan entendiendo más la que ‘no se entendía'”. En ocasiones, los críticos sobreinterpretan y creen que las erratas son neologismos o incluso “joycismos”.
Entender un libro es la mejor manera de entender el mundo. Al apartar la vista de la página, lo real se vuelve materia interpretable.
Lo que vemos se comprende y es un enigma: un libro abierto.
Fuente: http://www.reforma.com/editoriales/nacional/678/1355889/
9 de noviembre de 2012