ESTA FRASE con la que Hegel pretende poner de manifiesto la fuerza de la Historia, su carácter de destino -Schicksal-, algo necesario que se impone a la voluntad particular de los individuos puede que se haya convertido en una frase radicalmente ambivalente, pues en una sociedad en la que sólo existe el presente, porque el pasado y el futuro han sido engullidos por el sujeto que sólo vive de sus experiencias de cada momento, la fuerza de la Historia como destino no tiene sentido. Por otro lado, en esa misma sociedad cada momento del presente es elevado a tendencia histórica, cada momento se ponen de manifiesto nuevas fuerzas históricas que producen cataclismos inevitables o primaveras inesperadas. Pero esta segunda actitud no hace, en el fondo, más que consolidar la primera: las tendencias históricas que con tanta rapidez se proclaman en los medios sólo duran el soplo de tiempo que se necesita para expresarlas en palabras, palabras que literalmente se las lleva el tiempo del torbellino del presente.
Hegel analiza cómo el Estado revolucionario de 1789 se destruye a sí mismo al poner en práctica la libertad absoluta: ejecutando la muerte que acompaña a la idea misma de libertad absoluta, pues la virtud que es el aspecto subjetivo de esa libertad absoluta tiene que sospechar de todo aquél y de todo aquello que no se ajusta a esa virtud. De esa conciencia virtuosa nace la depuración necesaria del que disiente. Pero la liquidación del Estado revolucionario se encuentra con la personalidad histórica de Napoleón, quien, según el mismo Hegel, rescata del desastre de 1793 el estado previo, asumiendo la tarea de transformarlo en la tarea histórica de hacer realidad en Europa estados basados en el poder constitucional.
La Historia que necesariamente produce no sólo la revolución de 1789 sino el imperio el terror de la Convención en 1993, practica con Napoleón la astucia rescatando el Estado y transformándolo en constitucional. La Historia se niega a que los humanos tengamos una idea unívoca de ella, aunque sólo Hegel sea capaz de desentrañar todos sus movimientos dialécticos que conducen al Espíritu absoluto en su autoconciencia.
Inmersos como estamos en el presentismo de la cultura actual, volver la mirada a la Historia es tarea no solamente difícil, sino de enorme riesgo, pues la fuerza del presente empuja a usar la Historia y sus episodios como ejemplos para el presente, instrumentalizando y deformando su posible conocimiento al servicio de una apología partidista de un interés particular actual. Pero la primera lección de volver la mirada al pasado radica en aprender que es preciso tomar distancia del presente y de su poder cegador, con una segunda lección ligada a la primera, y que consiste en despedirse de la idea muy presentista de que lo que nos sucede hoy no tiene paralelo alguno en la Historia porque todo es novedoso.
La negación de que de la Historia se puede aprender algo si se le deja hablar y no se recurre a ella para acumular argumentos utilitaristas para el debate presente tiene como consecuencia que se pierde la capacidad de detectar lo realmente nuevo cuando se produce. Esta consecuencia, unida a la consecuencia de que la manipulación de la Historia impide aprender de ella y lleva a repetir lo que se ignora de ella, hace que muchas interpretaciones del presente estén inermes ante el significado de los acontecimientos, sujetas a la sensación de novedad, incapaces de ver lo que de repetición o parecido con episodios pasados tienen, e incapaces de percibir lo que de novedoso puedan tener.
Muchas verdades puede haber en la denuncia de la desigualdad creciente en las sociedades de capitalismo avanzado, mucho de verdad puede haber en la crítica de la política económica de austeridad propugnada por las instituciones de la Unión Europea, pueden ser creíbles las críticas al capitalismo financiero que condiciona los sistemas económicos actuales, pero muchas de esas verdades, mucha de la verdad de la crítica a la política de austeridad, mucha de la credibilidad de la crítica al capitalismo financiero pierde fuerza por la simple razón de su incapacidad de percibir los argumentos contrarios, espejo de su incapacidad de mirar al pasado y aprender de él.
De esa manera no se analiza suficientemente el peso de la transformación del capitalismo, de uno de producción a uno de consumo, en la estructura del trabajo, tampoco se analiza suficientemente la influencia, unida a lo anterior, de las nuevas tecnologías en el mismo mercado de trabajo y en los salarios. Y con ello se pierde la posibilidad de entender, al menos, algunas de las causas de la desorientación ideológica de los partidos socialistas, pues ha desaparecido la base de su misma existencia, la importancia de la producción manufacturera en la economía.
Teniendo en cuenta que las críticas a la política de austeridad se han traducido en crítica concreta a Alemania, a Merkel y a los alemanes en su conjunto, conviene recordar que Europa comenzó a recobrarse económicamente tras 1945 cuando se integró a Alemania en el plan Marshall y en los proyectos de revitalización económica de Europa, como planteaban ingleses y americanos y no aceptaban los franceses: la condición puesta por estos fue siempre que se integrara a Alemania bajo el manto de una referencia a la unidad europea. Y la disposición de Alemania a renunciar al marco a favor del euro fue comprada por Mitterand a cambio de su apoyo a la reunificación alemana.
LA CRÍTICA al capitalismo financiero, crítica bien merecida, olvida o esconde que éste está compuesto por fondos de inversiones en los que participan muchos ahorradores anónimos y muchos tenedores de fondos individuales de pensiones, y por grandes fondos de pensiones canadienses, estadounidenses y australianos que necesitan de resultados para pagar las pensiones de funcionarios y trabajadores públicos de esos países entre otros. Es decir: que parte del capitalismo financiero y especulativo tiene cara y caras, rostro y espaldas encorvadas por el trabajo.
La mirada a la Historia con voluntad de aprender es trabajo arduo, como lo es el de tomar en serio la complejidad de la situación actual en las sociedades occidentales. Ello debiera obligar a análisis menos monocausales de las situaciones por las que atravesamos, y más abiertas a explicaciones multifuncionales. Tarea, sin embargo, ardua y poco compatible con la inmediatez de los medios de comunicación actuales, que condicionan incluso lo que se denomina pensamiento analítico, que se produce para ser publicado y publicitado en esos mismos medios.
En esta presión del presente parece ya olvidado que los griegos, lo españoles, los portugueses, los italianos, y en parte también los franceses hemos vivido durante muchos años por encima de nuestras posibilidades, de una riqueza que no era producida por nosotros: más funcionarios de los que nos podíamos permitir, mejor asistencia sanitaria de la que podíamos pagar, más universidades, aeropuertos, autovías y kilómetros de alta velocidad, y maestros mejor pagados de los que nos podíamos permitir. De igual manera que construíamos, comprábamos y llenábamos de muebles y electrodomésticos más viviendas de las que podíamos pagar con lo que teníamos. La austeridad no debía haber venido impuesta desde fuera, sino haber sido consecuencia de un examen de conciencia serio.
Podemos es la consecuencia de tanta irresponsabilidad, pero a uno le gustaría recurrir a la astucia de la Historia para pensar que gracias a Podemos una generación que por desidia e irresponsabilidad propia, y por incompetencia y corrupción de los políticos estaba perdida para la política, volverá a ella, que en democracia, «política» no puede significar otra cosa que volver al acuerdo constitucional y a la representatividad, simplemente porque la alternativa no es posible, a no ser que los de Podemos y sus votantes se hayan convertido a aquella definición de democracia tan autoritaria, totalitaria y autodestructiva que cree que política no es el arte de lo posible, sino el arte de hacer posible lo imposible: el grito a que venga la violencia a arreglar lo que no puede arreglar la política.
Si la Constitución actual no cohesiona a la sociedad española, menos lo podrá hacer cualquier alternativa que venga de la mano de Podemos. Y si el análisis de la situación económica actual sólo piensa en los pecados de los demás, pero es incapaz de criticar los propios, el futuro no verá solución a los problemas que nos atenazan, sino su agravamiento. Pues, a pesar de Hegel, los humanos seguimos muy lejos de ser Espíritu absoluto, no somos omnipotentes, aunque todos los actuales obedezcamos perfectamente al retrato que hizo Carl Schmitt en su análisis del romanticismo político recurriendo a la categoría del ocasionalismo: la realidad no es más que escenario para proyectar la, supuesta, omnipotencia de la subjetividad.
Fue consejero del Gobierno vasco y es ensayista y presidente de Aldaketa
Fuente: http://www.elmundo.es/opinion/2015/02/02/54cfd993268e3e6a098b456e.html
3 de febrero de 2015. ESPAÑA