Es urgente saber hacia dónde se dirigen los acontecimientos pero para eso es preciso desocultar el velo del presente e interrogar por él. En otras palabras, debemos dilucidar en qué época nos encontramos.
Según Jürgen Habermas aún seguimos estando en la modernidad, sin embargo algunos pensadores han objetado esa concepción, como por ejemplo Jean-François Lyotard, Gianni Vattimo o Richard Rorty, entre otros. Estos últimos han hablado de que estamos en otra etapa superadora conocida como “posmodernidad”.
Murió el polaco Zygmunt Bauman, el de las ideas “líquidas”
¿Qué es la posmodernidad? Este término ya aparece en 1917 en una obra de Rudolf Pannwitz en la cual se define al hombre de esa presunta etapa como “fuerte en los deportes”, “consciente de su nacionalidad” y “saliendo del nihilismo”; algo parecido al superhombre de Friedrich Nietzsche o al ideal hitleriano. Arnold J. Toynbee señala que la posmodernidad es un período que comienza en 1875 y refiere al cambio político desde el pensamiento nacionalista-estatal hasta la interacción global.
En rasgos generales, la filosofía, al intuir una pérdida del eurocentrismo moderno, ahora intenta pensar la sociedad bajo nuevos parámetros, como por ejemplo el problema actual del “saber” y de la acumulación de datos informáticos transnacionales. En definitiva, solo atina a nombrar “posmoderno” al período que abarca desde el triunfo de las sociedades posindustriales después de la caída de la Unión Soviética que aún conviven con las sociedades en vías de desarrollo.
De la sombra de Sartre a la sublevación
Sin embargo, el prefijo “pos” parece ser una trampa semántica que indica a las claras que hablar del “después de algo”, en el caso de la historia, es en realidad reconocer la ignorancia de la premisa. Lo que señala que nominar a estos tiempos como “pos” es lo mismo que decir que estamos en una época indefinida y anómala. En definitiva, los pensadores contemporáneos no tienen ni idea acerca de dónde nos encontramos en términos históricos.
El paradigma posmoderno intentó señalar más bien a un universo hipotético librado del modelo suprasensible platónico y con un presunto anclaje en la realidad. Tal fue la crítica de Nietzsche, quien postulaba superar “el mundo de las ideas” ya que para él el cristianismo era puro platonismo occidental. Por esa razón anunció la “muerte a Dios” y reivindicó al hombre y a las cosas de la tierra.
El dilema de dos presocráticos
Hay que admitir que Nietzsche no fue un derrotista (como por lo general se lo entiende), sino que pensaba que el nihilismo debería dar lugar al “último hombre” para forjar luego al “superhombre”. Pero en contra de sus deseos, este proceso se dio en sentido opuesto: en vez de crear nuevos valores solo se vació al sujeto y se “nihilizó” el paso de la historia.
Martin Heidegger intuyó el problema: la nueva época no sería liberada del platonismo como se esperaba sino, más bien, el plano suprasensible se convertiría en técnica. Reemplazamos el mundo de las ideas para realizar el mundo concreto y, en su defecto, caímos víctimas de un espectro virtual donde no estamos seguros donde está la simulación y donde está la realidad. Se “asesinó” al Dios cristiano y a cambio se erigió a un Dios digital. Los pensadores posmodernos, con la intención de construir un cosmos de la materia, solo lograron la anomalía de desestructurar lo ideal y llevarnos a un vacío epocal.
El gran difusor del pensamiento alemán
Volviendo a la pregunta que planteamos al comienzo acerca de en qué época nos encontramos, es claro que ya no es posible definirla por los paradigmas racionalistas modernos pero tampoco es la etapa posmoderna anunciada. Hoy nuestra época parece carecer de sustancia. Sin proyectos ni mañana. La historia huele a duelo. Los relatos se desintegran por la sencilla razón de que son bombardeados por una pluralidad de hiperinformación y las realidades se transforman en jardines borgeanos cuyos senderos se bifurcan en modo holográfico.
Es claro que estamos en un limbo socio-político y filosófico. Eso es innegable. Es una era llena de nada. Estamos en un instante a-histórico suspendido, girando sin sentido dentro de una sociedad relativista cada vez más desorientada. Y en los limbos están suspendidos todos aquellos que han muerto.
Una filosofía emancipatoria
La etapa actual es un recuerdo de un presente indefinido. Es una era que ha fenecido. Es una época “fantasma”. En el folklore popular los fantasmas son entes que han perdido sus cuerpos, es decir, su sustancia, y se han detenido en el tiempo. Los fantasmas están fijados en sus crisis y son angustiosas evocaciones que ignoran su condición. No están en este mundo pero tampoco han alcanzado el otro. Viven agónicos en un purgatorio eterno en triste transición. Retornando una y otra vez sobre su detención, regresando sobre sí mismos en un círculo de locura.
En las creencias populares hay que liberar a los espíritus en pena para que descansen y alcancen la luz. Nuestra época quedó fijada en el espectro de una modernidad que ha muerto, en el recuerdo melancólico de una era perdida, pero para su mal, es incapaz de pensar un porvenir. Lo único que hemos visto en este nuevo milenio son proyecciones huecas e incorpóreas de las etapas anteriores.
El gran provocador
La tecnología y la digitalización del mundo no permiten pensar el flujo del tiempo ni tomar consciencia de esa condición; no invitan a reactivar la historia. El sujeto se ha inhabitado y en su empobrecimiento ha dejado de tener “contenido”. Se ha vaciado al confundir su ser en sus prótesis tecnológicas de las que depende y ni siquiera le interesa pensar el porqué.
Theodor Adorno y Max Horkheimer en su libro “Dialéctica del iluminismo” explican que la modernidad concluye en su fracaso cuanto la razón pura llega a su exacerbación. Es allí que esa razón alcanza el punto más álgido cuando se torna instrumental y por su misma saturación se transforma en irrazón. Al romper el mundo de las ideas platónico se ha caído en la locura.
Después de la bombas atómicas arrojadas sobre Japón, el “Homo rationalis” muta en el “Homo tecnologicus” y, a través de esa misma técnica, el sujeto desconoce sus fundamentos en la desmaterialización de su ser perdiéndose como tal en la imposibilidad el construir el futuro. En 1945 Albert Camus, refiriéndose con lucidez a este hecho absurdo, escribió desde el editorial de “Combat” que “la civilización mecanizada acaba de alcanzar su más alto grado de salvajismo (…). Hay cierta indecencia en celebrar un descubrimiento que está al servicio, ante todo, de la mayor furia destructiva que el hombre conoció por siglos”.
La posmodernidad ha sido una anomalía fugaz de la historia. Fue un intento ciego para no asumir la muerte del tiempo. La historia ha pasado por su agonía y por su “pasión”. Hoy asistimos a su crucifixión y a su entierro en el cementerio de la indiferencia. Sin embargo, no esperemos el milagro de la resurrección, los dioses esta vez no dejarán una tumba vacía ya que es tarea del hombre presente hacer que sus restos renazcan, establezcan un nuevo sujeto y retomen nuevamente el sentido del acontecer.
Notas:
Sergio Fuster es Teólogo, filósofo y ensayista.
Fuente: https://www.gacetamercantil.com/notas/168629/
28 de julio de 2020