Hace años coordina encuentros filosóficos en el barrio de Belgrano. En esta entrevista analiza la actualidad porteña.
Egresó de la UBA con el promedio más alto en carreras de Filosofía en todo el país, lo que le valió el premio Presidencia de la Nación. Licenciada en Filosofía, doctora en Ciencias Sociales, autora de varios libros, docente universitaria, becaria del Conicet y fundadora de la Asociación Argentina de Filosofía Práctica, Roxana Kreimer se dedica, desde la filosofía, a asesorar a la gente en sus cuestiones cotidianas. Además, organiza reuniones en el barrio de Belgrano, donde los participantes abordan y debaten temas con una perspectiva filosófica. El rol de los intelectuales en la política, la inseguridad y la actualidad del escenario porteño son los ejes de esta entrevista.
–Con la aparición de Carta Abierta o del Grupo Aurora, ¿hay un resurgimiento del debate intelectual en la Argentina?
–Por lo que veo, los políticos suelen llamar a los intelectuales y científicos que publican en la prensa, y la mayoría de los investigadores no tiene relación fluida con los medios de difusión. De modo que sería necesario crear mecanismos regulares como para que la política pueda basarse en la evidencia científica y no meramente en la opinión. Respecto a Carta Abierta y al Grupo Aurora, no creo que sean representativos del servicio que podrían brindar los intelectuales e investigadores al país, que, a mi modo de ver, debería estar centrado en un conjunto de propuestas concretas basadas en la evidencia científica, y no meramente en especulaciones, opiniones y apoyos políticos coyunturales.
–Hablando de evidencia científica, está probado que el aumento de las penas no es eficaz para bajar la tasa de criminalidad. Aun así, mucha gente sigue pensando que la mano dura es una solución. ¿Por qué?
–Las encuestas de las que tomé noticias indican que la mayoría sabe que la inseguridad responde a problemas sociales. Los medios de difusión, sin embargo, están dominados por el reclamo de la política de mano dura. En parte, probablemente, prime este reclamo porque los que más manifiestan en la calle son los que exigen políticas represivas, y los medios divulgan estos actos. Los que juzgan que la pobreza y la desigualdad constituyen “inseguridades” no salen a manifestar, en parte también porque una muerte supone la existencia concreta de personas culpables y esto genera la indignación que impulsa a salir a la calle.
Mientras que a la pobreza y a la desigualdad la ciudadanía se acostumbra, en general no alcanza a vislumbrar tan claramente a los responsables como lo hace cuando se asesina a alguien, y rara vez se generan en este sentido indignaciones suficientemente poderosas como para manifestar. Hay estudios que muestran que para la mayoría de las personas dejar morir –de hambre, por ejemplo– es éticamente menos grave que matar.
A veces la indignación surge cuando muestran más en detalle cómo vive un niño pobre. Hay un 50 por ciento de los niños argentinos por debajo de la línea de pobreza, y esto parece no suscitar una indignación lo suficientemente poderosa como para que se traduzca en un reclamo concreto de la ciudadanía.
–Si tuviera que definir a la cultura porteña, teniendo en cuenta
que sus cafés filosóficos son bien porteños, ¿cómo la describiría?
–Los cafés son la gran institución porteña. Pocas ciudades del mundo tienen tantos, y pocas privilegian una actividad económicamente tan improductiva como el diálogo entre amigos. Con frecuencia la filosofía aparece en esas charlas de café, tal como postula el tango “Cafetín de Buenos Aires”. El porteño es amigable y amiguero. Cuando se ríe con el otro, y no del otro, tiene un sentido del humor exquisito, muy irónico.
Entre sus rasgos negativos, el más grave es el incumplimiento
de las promesas –desde la impuntualidad hasta el quebrantamiento de acuerdos establecidos–, aunque también merecen ser mencionadas su tendencia general a la ilegalidad y a trasgredir las normas, su falta de confianza en las instituciones, su carácter excesivamente quejoso y su mentada viveza criolla, que consiste en sentirse el centro del mundo y abusar del otro considerándolo un estúpido o un gil.
También suexceso de confianza en el psicoanálisis, en desmedro de otras corrientes de la psicoterapia que cuentan con evidencia científica. Sólo en Buenos Aires y en París el psicoanálisis sigue siendo la corriente hegemónica en psicoterapia.
–¿Qué evaluación hace de Macri y de su gestión?
–A nadie debería sorprender que Macri mande a reprimir y perseguir a los muchos pobres que viven en las calles de Buenos Aires o que nombre para cargos importantes a funcionarios de claro espíritu antidemocrático, como Abel Posse, y destruya el patrimonio cultural porteño tal como ocurrió con el desmantelamiento de la biblioteca del Teatro Colón, de la que, por ejemplo, desaparecieron los programas de las funciones que se desarrollaron durante décadas en ese teatro histórico. Sus acciones de gobierno defienden las prerrogativas de los privilegiados y hunden todavía más a los sectores desfavorecidos. Un problema que va más allá de su acción de gobierno es que la posibilidad de que sus políticas tengan alcance nacional vuelve kirchneristas a quienes podrían apoyar proyectos más emancipatorios.
–La violencia, verbal o física, y la escalada del conflicto social dominaron 2009. ¿Qué puede aportar la filosofía para que los conflictos se puedan tramitar más productivamente?
–En primer lugar, enseña a dialogar. No hay democracia sin buenas herramientas para el diálogo. No es casual que la filosofía y la democracia hayan nacido más o menos por la misma época. Es importante evitar los ataques personales. Un buen diálogo se centra en las ideas y elude toda calificación de las personas que las expresan. En el debate de ideas, el ataque personal es una falacia ad hominem (contra la persona) porque se trata de un argumento ilegítimo que se desvía de lo que se discute. Por ejemplo, cuando se cuestionaba al Gobierno nacional por destinar tanto dinero al fútbol, el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, dijo: “Que ahora aparezcan estos personajes, haciéndonos sentir que son los grandes preocupados por los que la pasan mal, me da vergüencita ajena”. Aun cuando fuera cierto que algunos representantes de la oposición tradicionalmente no hayan tenido preocupación por acabar con la pobreza, el ministro se desvía de lo que se discutía.
–En el espacio público hay una suerte de guerra abierta entre los grupos piqueteros y la clase media porteña, y últimamente parece acelerarse. ¿Por qué?
–Han sido escasos los momentos históricos en que la clase media y los sectores populares trabajaron juntos por la justicia social. El Cordobazo fue uno de ellos. La clase media se ha movilizado sólo en contadas ocasiones para acabar con otras “inseguridades”, tales como el hambre, la pobreza o la desigualdad. Pero, paradójicamente, uno de los precios de la injusticia social es la falta de tranquilidad de los grupos más favorecidos de la sociedad. Sólo cambios estructurales podrían permitirnos a todos tener más trabajo –trabajando menos horas–, circular libremente y vivir sin miedo a que el vecino nos
robe o nos mate.
Fuente: http://www.noticiasurbanas.com.ar/info_item.shtml?sh_itm=f08519cee70726c5d85c4cb4db3492d5
ARGENTINA. 11 de enero de 2010