José Revueltas. El orden, la tragedia, la escritura

Sobre la aparición de Un escritor en la tierra.
Centenario de José Revueltas, coordinado por Edith Negrín, Alberto Enríquez Perea, Ismael Carvallo Robledo y Marcos T. Águila,
Fondo de Cultura Económica,
México DF, 2014,
327 páginas.

Para mis padres, Gabriel Carvallo Jiménez y Luisa Elena Robledo Gutiérrez.
Porque en todo empeño hay oculto, siempre, un sentido.
Entonces hay que cumplir con la palabra ardiente de pertenecer. ¿Y quién es el escritor, qué manos tiene, para estar por encima de las cosas, por encima del desorden. Él, representante, que debiera ser representante del desorden, del caos, de la lucha, de las tinieblas que quieren llegar a convertirse en luz? ¿Quiénes somos para no pertenecer? Nuestra primera condición es estar en la tierra.

José Revueltas. El escritor y la tierra.


José Revueltas y Heberto Castillo en la cárcel de Lecumberri.José Revueltas y Heberto Castillo en la cárcel de Lecumberri. Foto de Julio Pliego, sin fecha, Fundación Elena Poniatowska Amor, AC., en José Revueltas. Iconografía, Fondo de Cultura Económica, 2014, México DF, p. 42.

En una entrevista de 1971 con Federico Campbell, Jaime Augusto Shelley hizo una afirmación certera y lapidaria:

– No es posible la militancia política en un país imaginario –dice Shelley–. La militancia política te conduce a dos opciones: la de José Revueltas, en donde inventas todo y no produces más que gotas reducidas, o a la creación de un partido político como el de Heberto Castillo, o sea, volver al año del 61 cuando se creó el Movimiento de Liberación Nacional y se hicieron una serie de juegos que no condujeron a nada.

– La otra vía ya sabemos cuál es…, –contrapuntea entonces Campbell. A lo que añade Shelley–:

– La otra vía, claro, son 25 año de cárcel…

Al final hubieron de coincidir los dos, Heberto y Revueltas, en la cárcel de Lecumberri en el contexto del movimiento estudiantil del 68. Y para ese entonces no era para Revueltas la primera vez. Los dos fueron hijos de la revolución mexicana, el proceso ideológico–político, cultural y social más importante y fascinante que hizo que México ganara con derecho propio su lugar entre las naciones protagonistas de la historia universal en su fase de despliegue durante el siglo XX.

Revueltas nace en 1914. Heberto en 1928. Los dos optaron por la acción política directa para influir en la dialéctica del proceso conformador del estado nacional mexicano del siglo XX, bien sea para empujar y organizar al movimiento obrero en el sentido de la radicalización por vía comunista de su dirección histórica, caso de Revueltas, bien sea para la recuperación del sentido –más que comunista– nacionalista revolucionario –o nacional revolucionario– del estado mexicano por vía del proyecto de liberación nacional, caso de Heberto Castillo, fundador tanto del Movimiento de Liberación Nacional (1961) como, posteriormente, del Partido Mexicano de los Trabajadores (1974).

La foto que aparece al inicio de este artículo tiene por tanto un significado profundo y emblemático. José Revueltas y Heberto Castillo fueron hombres decididos a desgarrar su vida consagrándola toda a un proyecto de envergadura mayor, levantando con ello una estatura heroica. Y es eso, de alguna manera, lo que se puede apreciar en la foto, en el sentido de que la cárcel es un momento de la vida del estado. Es la imagen de la crítica y la acción dispuestas a una altura desde la que lo que se quiere no es el respeto por la diversidad sexual o el establecimiento de leyes contra los toros o la obesidad infantil, la defensa del medio ambiente o la reducción del impuesto sobre la renta; es la exigencia asumida en la acción –exponiendo el cuerpo, literalmente, haciendo de la libertad una necesidad conscientemente asumida– para modificar a través de la conquista del núcleo del poder del estado la estructura que coordina y troquela la forma entera de una sociedad política, estableciendo los mecanismos fundamentales de sus relaciones sociales y de producción, y confiriéndole sentido y dirección a su marcha histórica en función de una serie de principios cardinales a partir de los cuales se configura la cohesión moral atenazada por una idea específica de la lealtad civil. Los dos, en definitiva, pusieron en práctica una forma precisa, intensa, de entender la pasión política, conectada de manera orgánica y directa con las ideas de nacionalismo, revolución y socialismo.

Pero la fotografía que aparece al final de este artículo es igualmente emblemática, apasionante y significativa. Y ahí es solamente Revueltas el que aparece. Es un gesto que nos estremece y que está lleno de sentido y de pasión intelectual. En esa foto está Revueltas estudiando, en alguna sala común de la cárcel de Lecumberri, en espera de no importa qué proceso o audiencia o procedimiento carcelario. Pero está leyendo, impidiendo que se le escurra perdido el tiempo; un tiempo tan agónicamente necesario para avocarse al cumplimiento de un esquema de trabajo teórico inabarcable por estar en expansión constante, pero al que había que dar trámite se esté donde se esté. Es la foto que nos ofrece a un José Revueltas haciendo de la política, como Marx, acción teórica. Acción conscientemente teórica.

Heberto Castillo y José Revueltas fueron dos gigantes de la izquierda mexicana. Los dos hicieron de suvida una función de la militancia y la organizaron, poniendo en práctica la divisa de los estoicos para quienes vivir es militar. Los dos dejaron su huella en la historia política nacional en general, y en la de la izquierda política y revolucionaria en particular. Los dos fueron protagonistas de la dialéctica del orden y la tragedia a partir de cuya tensión se dibuja la trayectoria de la historia. Pero Revueltas escribió. Y lo hizo como los grandes.

Y no se trata solamente de que haya escrito grandes relatos o grandes novelas, sino del hecho de haber desarrollado su técnica y genio creativo en una dirección que le permitió expandir y enriquecer la tradición de la narrativa mexicana, alcanzando una nueva cúspide mediante la conexión, en síntesis renovada, de la herencia de la novela de la revolución mexicana con lo mejor de su tiempo, e incrementando también con ello su densidad específica al ofrecer un nuevo cifrado expresivo de conjugación de la belleza y el poderío narrativos con la intensidad teórica e ideológica. Revueltas se metió con los mejores, lo que hace que su obra tenga el estatuto de un clásico de nuestra lengua. El expresionismo y la intensidad y tensión heroica de un Malraux, de un Malaparte, de un Vasconcelos o de un Saint Exupéry, conviven con el tono y tempo de un Azuela, o con la compleja y bella arquitectura sintáctica de un Magdaleno, para encontrar en la obra de Revueltas la impronta, la potencia y el dramatismo sentencioso de un autor profundamente bíblico, de nervio ruso, dostoyevskiano, que además y por si fuera poco filtraba la materia y forma literarias por la matriz del materialismo histórico de modo tal que, como resultante narrativa, quedaran trabadas la marcha histórica del México revolucionario con las estructuras que a escala mundial definían en su colisión y antagonismo la dialéctica de la gran política en el sentido atribuido por Gramsci, es decir, el de la política como tarea histórica que tiene que ver o con la destrucción o con la formación de nuevos estados, con las guerras y las revoluciones, con las grandes formaciones nacionales. Esta es la tesitura desde la que concibió él, Gramsci, su magistral y perfecta interpretación de Maquiavelo, dibujada a un nivel dramático en donde era posible ver a El Príncipe no ya como otro tratado frío y sistemático más, sino como un libro vivo, en el que la ideología y la ciencia política quedaban fusionadas en la forma dramática del mito, configurando de una manera más concreta y encarnada a la pasión política.

La revolución mexicana y la revolución bolchevique fueron las dos grandes formas de la historia que atenazaron la poética de Revueltas en el más amplio sentido, desbordando con ello el torrente de la novela de la revolución –nada de esto se ve ni en Azuela ni en Rafael F. Muñoz, por ejemplo, ni en Francisco L. Urquizo o en Martin Luis Guzmán–, y haciendo de su obra el testimonio de quien quiso ver a escala ontológica los mecanismos de configuración y desgarramiento de la voluntad de los hombres en el momento de verse determinada por la forma en que la consciencia individual se transforma al contacto imantado con la historia, con la teoría y con la ideología. Esa dialéctica viva entre el orden y la tragedia política se transformó con Revueltas en escritura de ficción, haciendo del material de su decurso arcilla de poderoso mito:

Pocas veces sería tan inexacto, tan imprudente, con la vida de un hombre en entredicho –nos dice Manuel Llanes–, en circunstancias tan actuales y reconocibles, decir que ficción y la realidad sin más, se oponen: fantasía la primera, indispensable la segunda. El mito que Revueltas relativiza y luego reconstruye dice que no es así, en una celda oscura donde se supone que cierta revelación sólo puede estar al alcance de un hombre cuya vida, con toda seguridad, se extingue, para que viva el personaje novelesco que llega de esa forma hasta nosotros.

Manuel Llanes, «Idea de ficción en Los días terrenales», en Un escritor en la tierra. Centenario de José Revueltas, FCE, México DF, 2014, p. 120.

Y podría pensarse quizá que ha sido esa la imagen que hizo gravitar a diecinueve estudiosos de su vida y obra, convocados en feliz coincidencia y unidad de propósitos por Edith Negrín, Alberto Enríquez Perea, Marcos T. Águila y por mí, para hablar o escribir o para evocar, en definitiva, a José Revueltas en el centenario de su nacimiento. El resultado de ese esfuerzo lleva por título Un escritor en la tierra. Centenario de José Revueltas, y fue editado por el Fondo de Cultura Económica en 2014 en su colección Vida y pensamiento de México, con la coordinación general, por parte del FCE, de Adriana Romero Nieto, editora y responsable del área de literatura de esta prestigiada casa editorial.

Apreciándolo como figura poliédrica de portentosa capacidad de irradiación, se ofrecen en Un escritor en la tierra aproximaciones a la obra revueltiana organizadas con arreglo a cuatro bloques teóricos. Las evocaciones requeridas. Semblanzas y reminiscencias es el primero, coordinado por Ismael Carvallo. Es una sección de evocación pura, y reúne los recuerdos de quienes tuvieron la fortuna de haberlo conocido de manera personal y directa. Aquí se dan cita Elena Poniatowska («José Revueltas»), Philippe Cheron («José Revueltas, una evocación»), Sara Lovera («Mis recuerdos de Pepe Revueltas»), Adolfo Sánchez Rebolledo («Revueltas: la honestidad»), Enrique González Rojo Arthur («Mi encuentro con Revueltas»), David Huerta («Un sueño vigilante e insomne»), Eraclio Zepeda («José Revueltas: el orden y el desorden») y Enrique Semo («Revueltas: angustia, genio, hazaña»).

Se trata de pinceladas con las que se ha querido iniciar el libro, ofreciendo un boceto vivo de alguien que, como dice Enrique Semo, fue lo más cercano al genio que le fue dado conocer, o que, como afirma González Rojo Arthur, hizo que la madurez llegara de golpe nomás fue asignado dentro de la célula Carlos Marx del PCM en la que junto con otros jóvenes militaba:

«Nuestra situación cambió de golpe con la asignación de José Revueltas a la célula Marx. Abrimos de pronto los ojos. Revueltas traía consigo una interpretación distinta de la historia del PCM, de sus crisis, sus expulsiones. Caímos en cuenta de que el Comité Central fomentaba a lo largo y a lo ancho de la organización la ausencia de “memoria política”, que decía el autor de Los errores. La célula Marx perdió, pues, la inocencia al incluir en su seno a una persona tan inquieta, atormentada y crítica como José.»

Enrique González Rojo Arthur, «Mi encuentro con Revueltas», Un escritor en la tierra…, p. 30.

Edith Negrín es quien coordina el segundo bloque: Los días terrenales. El narrador, en donde comparten el espacio Negrín misma («Jornada hacia el corazón de las tinieblas: “El apando”»), José Manuel Mateo («Instantánea de José Revueltas (Canción, memoria y biografía)»), Manuel Llanes García («Idea de ficción en “Los días terrenales”»), Marcos Daniel Aguilar («Los mitos de un escritor democrático») y Álvaro Ruiz Abreu («Revueltas, su escritura al margen»). Aquí fueron reunidas interpretaciones centradas en el ejercicio literario y novelístico de Revueltas, el aspecto quizá más estudiado de toda la amplia y polifacética gama de producciones a las que consagró su empeño creativo. La ficción, la militancia, la Biblia, el existencialismo, la pasión, lo telúrico o la mexicanidad son algunas ideas en torno de las que se organizan estos trabajos, presentándonos las claves explicativas de este apasionado lector de la Biblia, en cuyos textos, como dice Negrín, se asumen muy frecuentemente «los mitos del libro fundador para cargarlos de intencionalidad política» (p. 62), y en cuya obra narrativa general se le cierra el paso de manera tajante a «la idea de una ficción literaria autónoma y por completo emancipada del mundo, tan popular en ciertos contextos tocados por el ansia de cosmopolitismo» (p. 101), como señala Manuel Llanes en el arranque de su penetrante ensayo «Idea de ficción en Los días terrenales».

El tercer bloque, Cuestionamientos e intenciones. El político, es coordinado por Alberto Enríquez Perea, y reúne los textos de José Woldenberg («Esperanza defraudada. Una lectura de “Los errores”»), Alberto Enríquez Perea («Confesiones “terrenales” de José Revueltas») y Conrado J. Arranz («Al encuentro del sentido político del hombre. Un viaje a través de las novelas de José Revueltas»). En esta sección se recogen reflexiones hechas a la luz de las consecuencias políticas directas producidas por la publicación de algunas de sus más emblemáticas e intensas obras, como Los días terrenales o Los errores. «Si Los errores fuera solamente los primeros seis capítulos del libro estaríamos ante una novela oscura, irónica, plagada de personajes rampantes, cínicos, cabrones. Una especie de thriller siniestro que narra el intento de un asalto por parte de unos tipejos delirantes y sórdidos», nos dice José Woldenberg en las palabras iniciales de su ensayo titulado «Una esperanza defraudada. Una lectura de Los errores» (p. 145).

Pero Los errores es mucho más –añade luego Woldenberg–. Un testimonio desgarrado y desgarrador de la política comunista en los años treinta del siglo XX. La continuación de la reflexión iniciada en Los días terrenales (1949), pero ahora no circunscrita a lo acontecido en México sino abarcadora del movimiento que pretendió tener y tuvo un aliento universal. (p. 146)

Y es precisamente Los días terrenales la obra sobre la que Alberto Enríquez Perea centra por su parte su atención en «Confesiones terrenales de José Revueltas», analizando pormenorizadamente el periplo –que resultó ser clásico en todo el mundo–, del militante comunista que por fidelidad a los principios y al método se ve necesitado de rectificar, de retractarse o de confesarse ante el riesgo de la fatal expulsión.

La cuarta y última sección se titula México: una democracia bárbara. El crítico, y fue coordinada por Marcos T. Águila. Agrupa los ensayos de Fernanda Navarro («Revueltas, el gran estoico y visionario. Un viaje por la autogestión»), de Marcos T. Águila y Jeffrey Bortz («¡Con los dientes apretados! José Revueltas ante las huelgas ferrocarrileras de 1958 y 1959») y de Ismael Carvallo Robledo («La idea de México en José Revueltas. Interpretación desde el materialismo filosófico»).

En este bloque último se analizan algunos aspectos de la praxis crítica de Revueltas, si se puede decir así, como fue el caso del movimiento ferrocarrilero con el que se cierra la quinta década del siglo XX, y que es desmenuzado por Marcos T. Águila y Jeffrey Bortz en un interesantísimo trabajo de reconstrucción de las huelgas del 58 y el 59, deteniéndose tanto en el análisis de las relaciones entre ese movimiento obrero y la militancia comunista como en la metodología de Revueltas para su comprensión orgánica. «El movimiento ferrocarrilero no “sobrevino” como platillo volador –dice Revueltas en cita que insertan Águila y Bortz en su texto– que súbitamente cae en el apacible corral de un obrero–campesino pobre, al cual volverá famoso de la noche a la mañana. Las premisas de este movimiento ya estaban establecidas desde que fue puesto en marcha el Plan del Sureste» (p. 279).

Fernanda Navarro analiza algunas posibilidades políticas en función de la idea de autogestión que Revueltas teorizó, sobre todo, en el contexto del movimiento estudiantil del 68, e Ismael Carvallo Robledo cierra el libro con un ensayo de confrontación de la metodología del materialismo histórico marxista–leninista de Revueltas con la metodología del materialismo filosófico de Gustavo Bueno, a la luz del papel que la idea de México cumple en toda la obra del primero desde un punto de vista situado a escala filosófico–política.

La cuadratura elegida hace que, en un cuidado equilibrio editorial, en el inicio de Un escritor en la tierra aparezcala evocación de Elena Poniatowska, y que el final lo ocupe un ensayo de confrontación entre el marxismo de Revueltas y el materialismo filosófico de Gustavo Bueno desde el que se ha propuesto «la vuelta del revés de Marx». No hay una tesis central porque en realidad no puede haberla. Es una aproximación colectiva realizada desde distintos planos y perspectivas, y ha tenido la sola intención de conmemorar el natalicio de una figura cuyo radio de influencia no deja de expandirse. Algunos son especialistas académicamente reconocidos. Otros, como es mi caso, llegamos a él por libre y sin otra conexión que la pasión intelectual, sin esperar retribución o reconocimiento o título alguno. Dos de los trabajos, el de Manuel Llanes y el mío, están escritos explícitamente desde las coordenadas teóricas del materialismo filosófico de Gustavo Bueno. El resto de los textos fueron escritos desde la perspectiva de la historia política, la de la historia de las ideas, la del ensayo literario o desde una mezcla singular de unos y otros. Historia, filosofía, política, materialismo, literatura, dialéctica.

Pero hay algo en lo que puede que todos los colaboradores, o tal vez quizá casi todos, coincidamos: en algún momento de nuestra vida hemos estado pegados a un libro de Revueltas de la misma forma en que él lo estaba al suyo, lápiz en mano, en esa fotografía que es diáfana y que es perfecta y que nos lo dice todo. Es una fotografía que, vista hoy a la distancia, y por más que, como le dijera Shelley a Campbell, de todo aquél empeño no hubieran salido más que gotas reducidas, lo que nos ofrece en realidad no es otra cosa que la imagen de un vencedor. Es la imagen de un preso vencedor. En una u otra dirección, a favor o en contra, su figura fue y es para algunos de nosotros, y para muchos, una guía no ya nada más política. Es mucho más que eso: es un modelo, la medida de una intensidad intelectual y vital única y poderosa. Es la imagen invencible del Revueltas autodidacta que formalmente no habrá pasado de los estudios secundarios, pero poseedor de un genio teórico intenso y apasionado, forjado y nutrido en bibliotecas públicas, que hizo de él un escritor fino, refinado y soberano técnicamente, y un intelectual de primera línea pero como los estoicos o como Sócrates, carente de vanidad porque sabe lo mucho que todavía le queda por aprender y estudiar, como se observa en la foto, y que es a fin de cuentas lo que determina el grado de su ignorancia. La cárcel era tan solo un momento, un paréntesis dentro de la dialéctica de la acción política, que, al ser teórica, demandaba hacerla inteligible y contrastable en el terreno de la geometría de las ideas. Es el José Revueltas que estaba poniendo en práctica aquello que en algún momento afirmó como simple divisa metodológica: el hombre y su pensamiento, como cualquier otra materia, obedecen a una ley de perpetuación dialéctica, el hombre superior hace consciente en sí mismo esta ley y encuentra la filosofía.


José Revueltas en la cárcel de Lecumberri.Foto: Rogelio Cuéllar, sin fecha, en José Revueltas. Iconografía, Fondo de Cultura Económica, 2014, México DF, p. 39 (fragmento).

Ahora no tenía anteojos y su mirada se había empequeñecido tanto que le era preferible mantener los párpados cerrados sin que pudiese remediar una dura y áspera desolación interior sacudiendo su alma. Así era más pobre y más débil y más humilde de todo lo que antes fue, y aunque esto contribuyera a fortalecerlo dábale miedo dentro del corazón, porque en fin de cuentas no era otra cosa que una humana criatura, con el cuerpo vencido y con los ojos sin siquiera mirar bien, ni siquiera mirar bien las cosas del espíritu porque estaban llenos del asombro de la vida y de la muerte y por ello secos en definitiva. «Pues si la lumbre que está en ti es oscuridad, la oscuridad ¿cuánta será?», recordó las palabras del Evangeliosegún San Mateo. «Cuán poca es entonces –se dijo–, cuán poca y cuán incierta la pobre luz de los hombres».

José Revueltas ¿Cuánta será la oscuridad?
Fuente: http://www.nodulo.org/ec/2015/n159p04.htm

4 de junio de 2015. ESPAÑA

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