Nunca me gustó, por restrictiva y excluyente, la dicotomía esa entre izquierdas y derechas. En realidad, nunca me hicieron gracia las dicotomías, fueran las que fueren. Sencillamente, porque pienso que la vida, la existencia, es lo suficientemente complicada como para analizarla e interpretarla de acuerdo a esos patrones o esquemas de razonamiento tan simples. Sin embargo, seguimos siendo herederos de aquella España maniquea que lo dividía casi todo entre izquierdas y derechas.
Conservo aún algunos amigos y compañeros a los que les sigue resultando imposible hablar de política sin acudir a ese esquema tan facilón y simplista para interpretar la compleja realidad social de nuestros días. Pienso que la manía por ese etiquetado a la hora de interpretar la vida política es consecuencia directa de la falta de ideas y argumentos políticos. Para ellos, la derecha y la izquierda se identifican con los dos cristales de las gafas mentales con las que interpretan la vida entre los humanos.
La escritora franco americana Anaïs Nin dejó dicho que vemos las cosas, no son como son, sino como somos. Y tenía razón. Con demasiada frecuencia vemos e interpretamos la vida como queremos que sea o hubiese sido, en lugar de cómo realmente es. De igual manera solemos decir lo que nos conviene en cada momento y circunstancia en lugar de lo que realmente pensamos o sentimos. Incluso, llegamos a manipular el lenguaje en función de nuestros intereses personales o de grupo.
Ser de izquierdas o de derechas siempre ha significado, al menos teóricamente, una determinada manera de interpretar y vivir la vida, entendida ésta tanto en un sentido general y filosófico como la convivencia de hombres y mujeres. Lo que sucede es que esos conceptos se han puesto, y se ponen aún, por desgracia, al servicio de la intencionalidad política y hasta del fanatismo partidista.
Todavía hoy sigue resultando vergonzosa la existencia de aquellas dos Españas, una de derechas y otra de izquierdas, una azul y otra roja, una nacional y otra republicana, una vencedora y otra vencida. Y mucho más vergonzoso aún que esas Españas se hayan enfrentado en una guerra civil que costó un millón de muertos. Por eso abomino de esas actitudes políticas que aún hoy intentan revivir aquellas furibundas rivalidades políticas entre izquierdas y derechas que dividía la vida política en buenos y malos.
En democracia son tan imprescindibles la izquierdas como las derechas políticas. Es más, unas no podrían existir si no existieran las otras. Es como el hombre, cuya existencia sería imposible sin la presencia de la mujer, y viceversa. Las izquierdas y las derechas son igual de buenas a la hora de significar esa determinada manera de vivir e interpretar la vida. Ya está bien de utilizar esos conceptos políticos como armas arrojadizas para arañar réditos en la vida política.
La filósofa y ensayista española doña María Zambrano (1904-1991) decía que la democracia es la sociedad en la cual no sólo es posible sino exigible ser persona. Y no hay otra manera mejor de ser persona que respetando, en libertad, nuestras coincidencias y nuestras discrepancias, ejerciendo nuestra capacidad para convivir en el consenso, el discenso y la tolerancia. El fanatismo -también el fanatismo político- es la única fuerza de voluntad de la que sólo son capaces los débiles de creencias e ideas.
El viejo Lucio Anneo Séneca dejó dicho, hace casi veintiún siglos, que una persona inteligente y tolerante es la que está lo suficientemente convencida de sus ideas como para interesarse, sin excesos hostiles, por las convicciones de sus contrarios, de las que siempre puede aprenderse algo. Cuánta falta hacentodavía hoy que muchos políticos lleven a la práctica consejos tan sabios como el que nos brinda nuestro filósofo hispano romano.
El que fuera ministro de Asuntos Exteriores español en el Gobierno de Felipe González, Fernando Morán, afirmó un día que el gran enemigo de la democracia es la militarización del pensamiento político. Yo sostengo que uno de los riegos que se corren al creer demasiado en algo -también en el terreno político- es caer en el fanatismo, en el ciego convencimiento de que sólo lo que yo creo es bueno y todo lo demás es malo.
En este sentido, muchos hombres y mujeres que hoy hacen política siguen cayendo en el error de sustituir la tolerancia y el respeto por la discrepancia y la pluralidad políticas por la afirmación de que sólo es verdad lo que ellos dicen y desean. En política no siempre una cosa es verdad y la contraria mentira, pues con frecuencia ambas gozan de toda la legitimidad ética y moral que asiste al mundo de las ideas.
La comisión de errores a través de la historia es imputable tanto a las derechas como a las izquierdas, y hay ejemplos sobrados para demostrarlo, ejemplos que no voy a citar ahora. Son errores que hay que recordar, no para echarlos en cara a los contrarios ideológicos, sino para evitar volver a cometerlos.
El escritor mejicano, aunque de origen panameño, Carlos Fuentes, ha dicho en su libro de memorias En esto creo (Alfaguara, 2002), que el desafío de las izquierdas del siglo XXI consiste en aprender a oponerse a sí misma para nunca más caer en los dogmas, falsificaciones y arbitrariedades que la mancillaron durante el siglo XX. Son errores que también están, claro, y en abundancia, en el haber de las derechas.
Es evidente que en política, como en tantos otros ámbitos de la vida, nadie está en posesión de la verdad absoluta, entre otras muchas razones porque ese tipo de verdad no existe.
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by gore