Izquierda-Clase-Composición. Una polemica con Pablo Iglesias

“El nuevo modo de producción capitalista,
el Postfordismo, ha transformado
una condición laboral en una característica genética”
(Sergio Bologna)

“Para poder resistir se necesita un arsenal de nombres
sobre los que no quepa duda alguna.”

(Elias Canetti)

(Elias Canetti)


Un rápido artículo, casi un pistoletazo de salida, del politólogo Pablo Iglesias, titulado “¿Quiénes son los de abajo?” en el diario digital “Público”, ha provocado un debate interesante, estratégico y necesario en la izquierda española. Le han respondido, desde distintas perspectivas y argumentos, “Nega” desde la web de Kaos, John Brown y Guillem Murcia desde las páginas de “Rebelión”, y finalmente Alfonso Lago Rayón desde el diario “Mundo Obrero”. Básicamente Iglesias condensaba su idea ¿posmoderna? ¿postmarxista? ¿premarxista? del desfase epocal de la izquierda histórica, señalando que con la llegada de un nuevo Capitalismo en España y Europa, que no define ni caracteriza, “el trabajo ha cambiado y una de sus consecuencias ha sido el progresivo debilitamiento político y social de las clases obligadas a trabajar para vivir. El grueso de esos obligados a trabajar para vivir sin muchas comodidades, en la más absoluta precariedad o incluso en la pobreza, ya no puede identificarse con un sector específico de los asalariados vinculados a la industria.” Iglesias anuncia la llegada de una nueva subjetividad revolucionaria, el despliegue del espíritu absoluto de San Precario, que ya no se reconoce ni en la liturgia, ni en la simbología ni en la interpelación de la (anquilosada) izquierda viejuna, fordista, adoradora del Blue Collar. El “Precariado” como categoría llegada a reforzar o reemplazar a la de clase marxista (Proletariado) no tiene nada de novedoso en el mercado académico: posee una larga y prestigiosa genealogía, partiendo de la conservadora Hanna Arendt, pasando por el freudomarxismo de Herbert Marcuse, el economista marxista Paul Sweezy, los posmodernos Foucault, Michael Hardt, el filósofo italiano transmarxista Antonio Negri, pasando por el sociólogo Pierre Bourdieu hasta el filósofo liberal Jürgen Habermas y el fin del proletariado fordista anunciado por André Gorz. “Precariado” como categoría fue acuñado por primera vez en textos de sociólogos franceses en los 1980’s, y no por casualidad en esas fechas, ya veremos, para describir trabajadores estacionales, intermitentes o temporales. Los nuevos movimientos sociales y con ideología libertaria enarbolan estos nuevos sujetos revolucionarios desde hace tiempo, pero es a partir de los 1990’s que parece que han resurgido y renacido como símbolos antagonistas y de Aufheben del Marxismo: “Migranti e Precarie!”, emigrantes y precarios, rezaba el cartel de convocatoria al EuroMayDay en Milán 2008; en el cartel para la convocatoria de Hamburgo aparecía desafiante la constelación sagrada de la que habla Iglesias, el nuevo trabajador postfordista y nómada: un limpiador, una cuidadora, un refugiado o inmigrante sin papeles y un trabajador “cognitivo”. El movimiento social contra las relaciones de producción “precarias”, de eso se trata, como el del 15M español, el EuroMayDay o la misma posición de Iglesias, contra la inseguridad, a favor de derechos iguales para todos, tiene el riesgo evidente, a pesar de su popularidad o su grado de movilización y activismo, a no cambiar en absoluto el status quo de las cosas. Es una opinión extendida y contrastada que el Fordismo generó su contrapartida, el obrero-masa, el Blue collar, el famoso trabajador de mono azul (que ni era exclusivamente masculino, ni universalmente sindicalizado: otro mito posmoderno); y es posición bastante extendida y contrastada que el New Capitalism neoliberal, llamémosle Postfordismo, Neofordismo, Loan Production, Toyotismo o como queramos, a partir de 1980’s y acelerado por el derrumbe del capitalismo de estado de la URSS, ha generado un nuevo sujeto todavía para muchos confuso, borroso, inasible con las viejas redes conceptuales del Marxismo “oficial”. Muchas tentativas de definirlo han terminado en el fracaso de incluirlo en una suerte de “No-clase”, se trataría de un No Collar: ni Blue, ni White. Definir el trabajo asalariado posfordista meramente por contraste o exclusión es un grave error teórico pero también político. En algunos países como España e Italia se entiende como precario al trabajador por debajo de determinado ingreso mensual (“Mileuristas”, una perspectiva weberiana), en otros al trabajador integrado pero que no puede salir de un círculo de pobreza infinito (el Working Poor, como en Japón); en Alemania por el contrario se comprende a un trabajador desempleado que ya no puede volver a ingresar en el mercado laboral oficial y externo a toda integración social (muy cercano al Lumpenproletariat marxiano), finalmente en Reino Unido (con el vergonzoso Zero-Hours Contracts, es decir: contratos ¡sin horario!, que ya representa un 10% de la fuerza laboral) no se tiene conciencia del problema… Las relaciones de clases posmodernas parecieran ser confusas, la hegeliana noche donde todos los gatos son negros, y naturalmente desembocamos en pseudocategorías estériles, indiferenciadas, improductivas o sin salida, como “los que trabajan” o “los de abajo” o “todos los que estamos aquí”. La antesala de una variante del Populismo. ¿Es realmente el caso? ¿El proletariado descripto en los términos de Marx ya no representa la negación del Capitalismo? ¿la izquierda histórica ha seguido esta tendencia regresiva y se encuentra en un punto de no-retorno? Iglesias al parecer permanece hipnotizado al nivel de la certeza sensible hegeliana, observa a su alrededor “empobrecimiento”, “pauperismo”, desclasamiento, fragilidad, pérdida de derechos, flexibilidad, ciudadanía clase “B”, muchos trabajos “atípicos” y anuncia por inducción el surgimiento de una novísima subjetividad subversiva: “los de abajo”, una centralidad social que ya no coincide con la vieja Ley de Gravedad newtoniana de Marx.

¿Trabajador o Trabajador Asalariado? La importancia de la desmitificación en el lenguaje político: Marx (y Engels) utilizaban raramente la palabra “Clase” (Klasse), y las relaciones de clases, en cuanto forma específica de mediación social de las relaciones de producción, eran analizadas con ayuda de conceptos y categorías derivados de la base material técnico-económica, que expresan las fuerzas productivas. Mucho menos utilizaban el término Pueblo (Volk), que confundía, adultera, y sigue enmarañando. A esta red conceptual materialista debe retrotraerse el fenómeno “precario” posmoderno, para comprenderlo dentro de una totalidad con sentido, una totalidad que sea una contrapartida. Una totalidad crítica que no puede partir de una falsa conciencia. Ya que toda consciencia que la totalidad del Capital se propone desde sí misma es siempre quimérica e ideológica. Y parece un perogrullo pero debemos repetir aquí que como modo de producción social, el Capitalismo genera formas enajenadas de manifestación de sus relaciones económicas, donde tomadas prima facie, pueden ser no solo superficiales sino contradicciones absurdas, ya que sconden y deforman su necesaria conexión interna. El Capitalismo no solo es un proceso de producción de las condiciones materiales de existencia operando en específicas relaciones histórico-económicas, sino que produce y reproduce estas relaciones mismas, y junto con ellas, a los “portadores” de este proceso. Esta representación burguesa “natural” de cosas y personas, es la que es aniquilada por la Kritik de la Economía Política. Entre la conciencia de pertenecer en tanto que asalariado a los “de abajo” y la conciencia de clase “proletaria” en sentido marxiano, hay un desierto conformado por las formas fenomenológicas velando las estructuras de clase. Iglesias debería saber la importancia estratégica del discurso y de las metáforas: la imagen piramidal-espacial de la estructura de la sociedad burguesa (arriba-abajo) no lleva automáticamente a ningún tipo de salto cualitativo en la conciencia de clase, precisamente a causa de las formas fenomenológicas de esta dicotomía, de la oposición entre lo “alto” y lo “bajo” tomados como leyes dadas, necesarias y objetivas. En la conciencia sociológica dicotómica se expresa el hecho objetivo de la oposición entre el trabajo y el capital en el horizonte de experiencia limitado del trabajador. No es, por tanto, un reflexión de clase, porque la metáfora de la oposición “arriba-abajo” no pueden entenderse como una contradicción social, determinada por el beneficio capitalista, y por esa causa los fenómenos situados fuera del horizonte de experiencia comprendidos con la metáfora piramidal pueden ser percibidos&confundidos en otro plano. Así, “los de abajo” en el plano de una empresa y de la sociedad civil está lejos de incluir en su concepto categorías como explotación, trabajo social, valorización, reproducción o “consumo forzado”. Es una conciencia falsa, invertida, Marx la denomina verkherten Form, “forma distorsionada” de representación de lo real. Ahora entendemos porqué Marx habla de una “inmensa conciencia” (enormes Bewußtsein) cuando el trabajador asalariado comprende y asume subjetivamente su posición como proletario, no con ser un integrante de los precarios, de “los de abajo” o de los que “trabajan para vivir”. De esta forma, la “clase obrera” del capitalismo en cuanto clase “asalariada” se distinguirá de las clases “trabajadoras” de la sociedades anteriores, ya que “asalariada” es la expresión que denomina una relación histórico-vital con el ingreso. Es estratégico entender esta differentia specifica, que en el debate ha quedado oscura y obliterada, entre “trabajador” y “trabajador asalariado” (Lohnarbeiter), que no son idénticos en Marx y conduce a una fatal aporia. “Trabajador” o “Aquellos obligados a trabajar para vivir” (Iglesias) no nos dice nada, salvo señalar ahistóricamente la categoría central del Trabajo como quintaesencia del recambio orgánico, mediado socialmente, entre el Hombre y la Naturaleza. “Trabajo asalariado” nos indica un modo histórico y perecedero de producción, basado en transformar todo trabajo social en mero trabajo dependiente de un ingreso. Por eso, el concepto más concreto, el sinónimo histórico-político más preciso y amplio para esta clase de trabajadores asalariados es la de “Proletariado”, antítesis y opuesto al concepto de clase de los capitalistas: Burguesía. El Ser en sentido hegeliano del trabajador asalariado moderno y su significado histórico político se encuentra encarnado en este sufrido concepto de proletariado. A su vez, el proletariado industrial (Blue Collar o no), en su larga marcha desde la plebe pasando por la manufactura hasta la gran industria, la masa de la fuerza de trabajo simple, empleada productivamente, se presenta como el núcleo de todo el proletariado en su praxis autónoma, como el núcleo de su interés histórico. De tal manera que el proletariado del sistema de fábrica, a través de un largo proceso, es el resultado de un desarrollo que ha introducido el dominio del trabajo abstracto (subsunción es el término técnico) sobre el trabajo vivo y concreto. Marx decía con razón que la lógica de la acumulación del Capital es la multiplicación del Proletariado, pues la tendencia es hacer a la mayor parte de la sociedad “asalariados”, creadores de valor. El Capital en Marx, y a veces queda obstruido en la discusión incluso por aquellos defensores de la ortodoxia, se refiere no a una “cosa” o a un grupo de plutócratas sin alma, sino a una determinada relación de producción social que pertenece a una determinada formación histórica de la sociedad. Debemos retener este precioso adjetivo: “determinada”. ¿No es esto la famosa “abstracción determinada” que Marx no se cansa de subrayar en sus escritos de juventud, en la Einleitung de 1857, en los Grundrisse y en Das Kapital? El Capital “es” esta relación de producción social, una relación cuyo movimiento es una mutación genética permanente. La tendencia constante y la Ley de desarrollo del modo de producción capitalista, conviene recordarlo, es separar más y más del trabajo los medios de producción, así como concentrar más y más en grandes grupos los medios de producción dispersos, esto es: transformar el trabajo en “trabajo asalariado” y los medios con que se produce, en “Capital”. Y en España esta tendencia histórica se cumple como una Ley de bronce natural: nunca existieron tantos “trabajadores asalariados” como en la actualidad, a la que podemos considerar la “quinta generación” proletaria desde 1970: 17 millones en la cúspide del ciclo de crecimiento de 2008, más 3 millones de “falsos autónomos”, autónomos de segunda generación (quizá la auténtica figura del precario), y 500.000 trabajadores “sumergidos” .[1] A través de periódicas crisis económicas, el auténtico conatus del Capital, este desarrollo viene acelerado y extendido, el capitalismo “expropia” a través de su modo natural de funcionar: con la competencia salvaje, por medio del crédito y la concentración como un fulcro de la centralización del capital, pero no solo produce mercancías, decía Marx, sino reproduce la clase asalariada, transformando a todos los productores directos en “trabajadores asalariados” (la famosa “proletarización”). Si ahora analizamos la anatomía del proletariado, no se trata de una clase compacta, como parece creer Iglesias y algunos de sus críticos, homogénea, sin máculas, sino de un complejo que, de igual manera que la clase capitalista, tiene como característica principal ser una “unidad funcional”, una unidad sin uniformidad en el sentido aristotélico (con conexiones internas “explicatorias”), dado que la gran industria fuerza tanto a capitalistas individuales como a los asalariados, tendencialmente, a ser “potencias universalmente intercambiables”, flexibles y móviles. La clase de los modernos asalariados, relación central de producción (trabajo asalariado) y contemporáneamente fuerza productiva social (obrero complejo), incluye una extensa serie de diferenciaciones subjetivas en esta contrastante y engañosa “unidad”, que, esto es muy importante para el debate, y que no ponen en cuestión la existencia objetiva de la clase asalariada. Marx ya lo había notado: diferencias salariales y cualificaciones profesionales son los momentos dominantes en la diferenciación interior del proletariado. Y a su vez, todas las “diferenciaciones” (incluyendo la del “Precariado”) son momentos de la competencia entre los asalariados para mejor vender su “mercancía” especial, su fuerza de trabajo. La existencia objetiva de la clase de los asalariados, su unidad en la diferenciación (competencia), se fundamenta (tal como en la de los capitalistas) sobre una doble competencia: entre los miembros de la misma clase y entre las clases de obreros y capitalistas. A los primeros el juego de suma cero implica el continuar viviendo (dignamente o no); en los segundos su destino se encuentra atado a la tasa de ganancia; a su vez la competencia entre asalariados es excitada por los capitalistas, pues les refuerza la posición hegemónica en la lucha competitiva dentro de su propia clase. Competencia y disponibilidad de la fuerza de trabajo aumentan recíprocamente, por el hecho que un trabajador asalariado no se encuentra en soledad, se encuentran unidos en vínculos materiales y existenciales, y esta “unidad” se fundamenta, como ya vimos, sobre intercambiabilidad de sus miembros, sobre la competencia entre ellos según las condiciones medias en la competencia con la clase de los capitalistas. Las condiciones de esta competencia se encuentran determinadas tanto por la producción progresiva de una relativa superpoblación, “ejército industrial de reserva”, como consecuencia de la creciente composición orgánica del capital, de su expansión cíclica y contracciones en época de crisis en el ciclo industrial. La consecuencia política de esta dinámica de lucha de clases, decisiva para la situación social de los trabajadores, así como para las leyes de la población activa capitalista y la determinación de la lógica del mercado de trabajo a causa de la acumulación capitalista, es la tendencia intrínseca al empobrecimiento, a generar precariedad (como dice Iglesias, reponedoras mal pagadas y a tiempo parcial), a aumentar el “pauperismo oficial”. Se trata, dirá Marx, de una Ley absoluta y general de la acumulación capitalista. Esta circunstancia es la que originó, defensivamente, la idea en asalariados y desempleados de agruparse en coaliciones, en uniones fraternas, cooperativas y sindicatos, para protegerse de estas leyes “naturales” del capitalismo. La Lucha de Clases es precisamente un tipo de “competencia” radical, en la cual los trabajadores asalariados han eliminado de la ecuación la perversa competencia entre ellos mismos, nada más ni nada menos. Y a este respecto respecto al trabajador es una violencia objetiva, a la que se responde con una “reacción”, que inicia la lucha de clases. Un orgasmo histórico con todas las letras, que el nuevo Estado postfordista intenta debilitar o destruir, un Estado que podemos definir como una “Democracia sin Derechos”.

Articulación interna de la clase asalariada: Iglesias redescubre que el Precariado “ya no puede identificarse con un sector específico de los asalariados vinculados a la industria.”, es decir: ya no es, en nuestros términos, reconocible como “proletariado”. Estamos más allá del proletariado, como sentenciaba hace treinta años un tal Gorz. Deducimos antes que el mito de la clase obrera como un granítico sujeto social, sin fisuras y hermético, no es correcto ni puede ser marxista. El proletariado moderno es un complejo, una “unidad en la diferenciación”, y ya Marx (y Engels) reconocieron en su praxis política este fenómeno de segmentación derivado de la propia necesidad de valorización del Capital. El hecho de constatar el crecimiento de toda una nueva serie de estratos asalariados más precarios que la generación anterior, nos está diciendo algo muy importante, ya que, tal como el “capitalista”, el nuevo precario es sólo una “encarnación”, una personificación determinada de un carácter social que el proceso social de producción estampa en los individuos. El exponencial crecimiento de los servicios reproductivos a la acumulación del capital, indica que los costos gigantescos de la valorización del Capital en el ámbito de la producción, se han “descargado”, se han externalizado, se han “precarizado” para mejorar el nivel de ganancia. Y lo mismo con los gastos fatuos del propio Welfare State. La medida estrella de todas las contratendencias del Capital que nos interesa aquí es la de reducir los costos de la reproducción ampliada de la fuerza de trabajo (cargas sociales), juzgadas responsables directas del coste excesivo de la mano de obra (competitividad). El mecanismo despótico al nivel nacional ha sido el Outsourcing, la subcontratación, una figura cotidiana a partir de los 1990’s, se trata de externalizar las operaciones secundarias de creación de valor (los trabajadores improductivos de los que hablaba Marx) hacia proveedores y los nuevos “autónomos” de segunda generación, produciendo un cambio estructural en la misma empresa capitalista. Cada revés económico de la burguesía se atribuyó en parte, justa o no, a esta falta de flexibilidad y de la falta de “reforma estructural” de los mercados laborales heredados del pasado. Estas “contratendencias” del Capital, el “precariado” posmoderno es su producto acabado y más fenoménico, tuvieron sus consecuencias: si en 1980 los trabajadores se quedaban un 72% de la renta, en 2011 esa porción es del 60%. No solo eso: la propia dinámica del crecimiento del Capital orgánico, fixe, y el paralelo aumento de la productividad, hizo que se produjera un impresionante crecimiento del sector de servicios, de los trabajadores “reproductivos”, de tal forma que en España se pasa de una estructura “fordista” del trabajo en 1980, en la cual los trabajadores agrícolas representaban un 18,6%, los Blue Collar (industria) un 27,2% y servicios un 44,9%, pasamos en 2011 a una posmoderna, en la cual los trabajadores agrícolas ahora son 4,5%, los Blue Collar (industria) un 14,2% y servicios un increíble 74,1%. Un caso paradigmático español de este proceso revolucionario, por ejemplo, es la evolución de un gran complejo empresarial fordista como Dragados. El Postfordismo es una gran revolución pasiva capitalista, generando las condiciones de un fuerte aumento de la productividad del trabajo y de la ganancia media, como puede constatarse en España, y nuevas excrecencias, estratos de precarios posmodernos, inéditos en el anterior modelo de la relación capital-trabajo. La “gran fábrica” se hace minimalista, pero no menos decisiva para la definición del proletariado, la ganancia media ya no depende de las “economías de escala” sino con pequeñas cantidades de mercancías, sin stock y con llegada inmediata al mercado, la cadena se hace hiperproductiva e hiperconectada. Se elimina todo excedente de la etapa obesa del Fordismo. Es el Capitalista colectivo el que “exige” un proletariado fraccionado, estratificado, fragmentado. Sería de obligada referencia sobre el tema volver a Marx, a ese brevísimo e interruptus fragmento sobre las clases sociales en el (poco leído) tomo III de Das Kapital dedicado al proceso global de la producción capitalista, donde se “revela” el Capital en su complejidad y totalidad. Es una escasa y apretada página y media, poco conocida, olvidada,dentro de la sección VII, “Los réditos y sus fuentes”, utiliza el término Die Klassen para referirse al conjunto de las tres formas de propiedad (fuerza de trabajo, capital y tierra) a la que le corresponden tres fuentes de ingreso específicas: salario, ganancia y renta agraria, a partir de cada forma de propiedad e ingreso es que Marx define las clases puras (“grandes clases”) del modo capitalista de producción: trabajadores asalariados (Lohnarbeiter), capitalistas (Kapitalisten) y terratenientes (Grundeigentümer). A este entramado objetivo, lógico-histórico, que relacionan e interconectan a las clases, Marx lo denomina öekonomische Gliederung, “Articulación económica”, pero aclara inmediatamente que nunca en la Historia real y material se destaca “con pureza esa articulación económica de las clases”, y en cada clase aparecen “grados intermedios y de transición” (Mittel –und Übergangsstufen) en especial en ciudades y grandes urbes, que “encubren por doquier las líneas de demarcación”, es decir que la propia dinámica de valorización en su complejidad material produce una acción natural de vertuschen, “ocultamiento” de la pureza clasista de cada clase fundamental. Marx habla de esto como un mecanismo necesario de “infinita fragmentación” (unendliche Zersplitterung) “de los intereses y posiciones en que la división del trabajo social desdobla a los obreros”. El Capital simplemente aprovecha, como un efecto de composición, la segmentación de los trabajadores asalariados para, a través de lo político, transfigurarlos en trabajadores divididos. La brecha entre este conciencia-de-sí y al conciencia-para-sí solo la puede cerrar, solo la puede recomponer una organización particular: el partido. No es entonces extraño la perplejidad de Iglesias por fenómenos “naturales” del Capital, pauperismo, precariedad, flexibilidad, que ya Marx consideraba problemáticos de comprender y aprehender desde la inocencia de la certeza sensible. Como decíamos, el (su valorización) Capital “exige” un proletariado infinitamente fraccionado, microestratificado, fragmentado. En este aspecto nada nuevo bajo el Sol. Para tal descripción de esa “unidad diferenciada” Marx utilizaba una categoría específica materialista, no la de un nivel de “estabilidad” con relación a un tiempo histórico pasado (Taylorismo, Fordismo) o con relación a los privilegios históricos de la aristocracia obrera de un momento dado, sino enlazada con la valorización del Capital: la de “Estrato” (Schicht) o “Fracción de Clase” (Klassenfraktion), que tienen un significado manifiestamente descriptivo y clasificatorio: no-político. Marx estableció dentro del concepto, varias categorías y subcategorías, empezando por la de producción material e inmaterial, asalariados de la ciudad y el campo, trabajadores de la gran industria, trabajadores a domicilio y trabajadores adventizos, trabajadores de artículos de lujo; atravesando transversalmente éstas Marx agrega las siguientes: diferencias de cualificaciones y diferencias salariales. De aquí se genera una estratificación “dentro” del proletariado moderno, según su ingreso, que deriva del proceso de acumulación capitalista: en el extremo superior se encuentra la aristocracia obrera (identificada en la época de Marx con los trabajadores ligados a la distribución del gas de ciudad en Londres y agrupada en sindicatos profesionales), y en el último extremo, antes de la superpoblación relativa, los estratos precarios (que comprende todos los asalariados que tienen una ocupación intermitente o tienen salario en estaciones o épocas determinadas). Aparte de estas “diferenciaciones”, de esta constante mutación genética de la unidad del trabajador asalariado en la autovalorización capitalista, Marx enumera la de diferencias nacionales en el interior de la clase (competencia internacional), la que es importante para nuestra discusión es la diferencia en relación con la creación de valor, muy importante para entenderla realidad del precariado posmoderno de Iglesias. Marx identifica trabajadores asalariados “reproductivos”, de comercio y de “servicios”, obreros “improductivos” ocupados en la esfera de la circulación, que no crean “valor” sino colaboran con su creación. (Continuará)
1 Según el INE, De los 17 millones de trabajadores asalariados, un 40% estaban empleados en empresas de +250 trabajadores, y menos de mil empresas empleaban a más de 3,6 millones.

Fuente: Nicolás González Varela

12 de agosto de 2013

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