Pensamiento de Irene Ortiz Gala sobre el objetivo de la filosofía en este siglo.
¿De qué debe ocuparse la filosofía? Diferentes filósofas y filósofos de distintos países del mundo nos aportan sus reflexiones. Partiendo de esa pregunta, unos plantearán el cometido de esta disciplina, otros nos hablarán de dónde han de estar sus límites, si es que los tiene, o de hasta dónde pueden llegar sus análisis, etc.
Me parece, en primer lugar, que la filosofía debería marcarse objetivos humildes. En contra de las grandes expectativas que se han depositado en ella durante los últimos años —la valedora del pensamiento crítico, la que podía y, aún más, debía cambiar el mundo—, diría que la filosofía puede hacer poquitas cosas.
Esto no lo digo como un lamento ni como un reproche. No creo que la filosofía tenga poco que hacer hoy, como resultado de una sociedad acelerada que ha expulsado el pensamiento sosegado o que ha olvidado cómo pensar críticamente. No estoy echando de menos ningún pasado mítico en el que la filosofía fuera el faro de su época. Más bien, tengo la sensación de que la filosofía se ha mantenido siempre en una cierta irrelevancia. Y, sin embargo, a veces, tarde, mal y, quizá, insuficientemente, algunas obras filosóficas sí han transformado el mundo.
En La paz perpetua, en 1795, Kant escribió sobre el derecho cosmopolita y la posibilidad de una gran confederación de Estados que pusiera en el centro la vida y su conservación, es decir, que privilegiara la paz por encima de la guerra y sus intereses. Dos años después, en La metafísica de las costumbres, explicó que la paz perpetua es ciertamente una idea irrealizable. Sin embargo, añadía, los principios políticos que establecen las alianzas entre Estados, y que sirven para acercarse al estado de paz perpetua, son sin duda realizables.
Este es el objetivo —o al menos, el que a mí me gustaría que fuera— de la filosofía: vislumbrar fines sobre los que dirigirnos, y esto no es en absoluto quimérico. La filosofía, ni puramente consoladora ni trágicamente desesperanzadora, puede estar ahí para crear mundos. Puede imaginar nuevos escenarios que funcionen como horizontes regulativos, es decir, como destinos deseables a los que llegar —aunque estos, por definición, sean inalcanzables—.
En el poemario de 1986 titulado Hombres en el puente, la poeta Wislawa Szymborska publicó un poema titulado El ocaso de los hombres que cierra con estos versos: «No hay preguntas más apremiantes / que las preguntas ingenuas». El poemario, que discute vehemente con las tradiciones filosóficas que han permitido (o, incluso, han propiciado) la barbarie en la Tierra, recuerda que, a veces, la totalidad se revela en los fenómenos más anodinos de la vida ordinaria.
Tengo la sensación de que la filosofía se ha mantenido siempre en una cierta irrelevancia. Y, sin embargo, a veces, tarde, mal y, quizá, insuficientemente, algunas obras filosóficas sí han transformado el mundo
Tengo la sospecha de que los filósofos y las filósofas harían bien en recordar estos versos. La capacidad transformadora de la filosofía política de Kant y del derecho cosmopolita no se evidenció hasta 150 años más tarde, cuando, en 1951, la Convención de Ginebra sobre el Estatuto de los Refugiados calcó la definición kantiana de la hospitalidad. La pregunta de la que partía Kant no era particularmente grandilocuente o extravagante, algo así como «qué era —o, más bien, podría ser— la hospitalidad».
Cuando me contradigo y afirmo que la filosofía debe marcarse objetivos humildes, que tiene poco que hacer y, a la vez, que en determinadas circunstancias, la filosofía puede transformar el mundo, pienso en esos versos de Szymborska. Las filosofías que pueden incidir en el mundo son las que parten de preguntas ingenuas.
Conservar la inocencia que permite deshacernos de las nociones que han sido normalizadas, que llegamos a tomar por acontecimientos naturales —quién y qué es un ser humano, por ejemplo—, me parece que es un objetivo, por lo menos, honesto. Preguntas ingenuas que nos lleven a cuestionar los lenguajes y las taxonomías con las que pensamos el mundo; a poner en duda el monopolio de sentido de las categorías con las que interpretamos nuestro presente. Esta tarea es la que retengo como esencial para la filosofía hoy.
Nada más —o nada menos— que pensar los lenguajes con los que abordamos la urgencia de lo cotidiano, que, como explica Roger Chartier en su texto Escuchar a los muertos con los ojos, nos permiten pensar nuestro vínculo con el mundo, con los otros y con las propias palabras. Seguramente no es un objetivo ambicioso, pero pocas cosas se me antojan tan apremiantes como jugar con los términos con los que pensamos el mundo para rumiar los pasados imaginados y las comunidades por venir.
Notas
Filosofía & co. – Filosof@
Pensamiento de Irene Ortiz Gala. Filósofa
Irene Ortiz Gala es doctora en Filosofía y Ciencias del Lenguaje por la Universidad Autónoma de Madrid (España) y directora filosófica de FILOSOFÍA&CO. Su tesis doctoral obtuvo la calificación de summa cum laude y mención internacional. Realizó el grado en Filosofía y el máster en Crítica y Argumentación Filosófica en dicha universidad, en la que además es profesora. Ha sido investigadora en la Universidad Francisco de Vitoria y ha realizado estancias de investigación en la Scuola Normale Superiore, en Pisa (Italia). Ha publicado varios artículos, entre los que cabe citar La desigualdad de la ciudadanía (2020) y La enfermedad de la ciudad. Una mirada a la literatura vírica (2020).
Fuente: https://filco.es/pensamiento-de-irene-ortiz-objetivo-filosofia/
14 de diciembre de 2022. ESPAÑA