De visita en México, el poeta, teólogo, pintor y filósofo habla sobre su experiencia de lo sagrado.
A sus 81 años, el poeta, teólogo, pintor, filósofo Hugo Mujica aparenta un estado de bienestar y juventud que, afirma, se lo dan sus dos horas y media de caminata y la práctica de yoga. Piensa que en esta etapa de su vida cualquier plazo es definitivo, como la visa que le acaban de conceder por diez años a Estados Unidos; ya no tendrá necesidad de gestionar una nueva. Vino a México, desde su natal Buenos Aires, en primer lugar por las ganas de visitar el país y enseguida porque Vaso Roto le reeditó el libro Señas a cielo abierto. Los estados anímicos en la filosofía de Heidegger, que apareció antes, en el 2022, en Argentina, y presentó hace una semana en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Fue también a Monterrey a dictar una conferencia sobre poesía y mística, además de ser invitado a un Festival Internacional de Poesía para leer el 21 de marzo en el Palacio de Bellas Artes con otros poetas como Marco Antonio Campos, Nuno Júdice, Zingonia Zingone y Emilio Coco. En esos días me concedió la siguiente entrevista.
—Heidegger, un personaje muy polémico por su participación con los nazis y su relación con Hannah Arendt.
Heidegger es una figura polémica fuera de la filosofía. A mí me interesa ver si sus errores están dentro de la filosofía. Tan es así que los nazis prácticamente lo echaron porque no vieron cómo les podría servir. Nadie va a disculpar su conducta. No es muy común que el pensamiento, las obras sean congruentes con la vida. Sartre apoyó al estalinismo, Borges simpatizó con Pinochet, Platón estuvo del lado de los tiranos, Emmanuel Levinas apoyó a los sionistas contra los palestinos. A mí Heidegger me interesa más como creador que como filósofo; con Nietzsche, hizo de la filosofía un género literario. Entre los escritores también hay muchos ejemplos de contradicción entre obra y vida.
—En tu poesía hay referencias constantes a tu identificación con los otros, sobre todo desde la perspectiva de la compasión, del dolor: “El hombre y su dolerme”, “Pongo mi lágrima en sus ojos para que podamos ver”.
A propósito de mi libro más reciente, un crítico destacó cómo rescato lo débil. La poesía italiana estuvo siempre muy cerca del débil y de lo socialmente malo, como podría ser la figura de la puta. Un gran tema por lo demás. Existe una poesía que busca la compasión no solo hacia lo humano, sino a lo viviente, hacia la naturaleza, con la que pretende establecer una relación no de dominio, no de agresión, sino de diálogo.
Lo refleja con gran claridad mi libro Brasa blanca, que es el hueso del hombre, el hueso humano. Allí hago énfasis en esa mirada hacia lo débil, hacia lo insignificante; no hacia lo humilde, que es un concepto que no me gusta. Últimamente trabajo la idea de la chispa, “cumple su eterno siempre y enciende su nunca más”. Somos un instante, pero un instante lo es todo, es una vida. Así la chispa ocupa su tiempo y su función. La chispa puede ser también la poesía.
Hay un rabino que aparece en el Talmud como una persona muy bella. Todos hablan de lo bello que era. En otro momento, un rabino instruye a sus alumnos para comprender su belleza. Les dice que deben de buscar un cuenco de oro que nunca haya sido usado y llenarlo con granos de granada, cubrirlo con pétalos de rosa y exponerlo al sol. Cuando la luz solar provoque una chispa, entonces conocerán lo bello que era; esa chispa representa la belleza del rabino: la chispa de la creación.
—Profesas una religión y eres al mismo tiempo un hombre que busca la libertad y el albedrío desde la teología y la filosofía. Vienes del anarquismo y has asumido la poesía como una acción de libertad. Pero la mirada religiosa se enfoca desde la restricción. ¿Es un conflicto el lenguaje de la fe para nombrar la libertad?
Sí, toda religión parte del dogma, de reglas y de normas que evidentemente encarnan la restricción. Si no estás de acuerdo con esas reglas debes buscar otro sistema de reglas y de dogmas. Pero más allá de los religioso está lo espiritual, lo místico, que son otras formas de libertad. Saquemos la religión y centrémonos en la experiencia de lo sagrado, que ha sido siempre acción constitutiva del hombre. Esa es libertad pura porque es lo naciente, lo celebratorio, aquello que aún no se configura como utilidad.
El hombre estableció primero una relación muy hermosa y curiosa con lo cósmico porque era un vínculo milagroso. El milagro de la belleza cotidiana, de que el sol salga todos los días, de que llueva, de que se repitan esas acciones de la naturaleza. Pero alguien pensó que para evitar que se rompiera esa armonía en medio del caos era necesario establecer leyes. Después nació la espiritualidad y tiempo más tarde nació la religión. Y milenios después nació la idea de Dios. La religión captó la mística, pero la prohibió. El cristianismo terminó con la mística en el siglo XVIII y dio inicio a la racionalización de lo religioso.
Siempre supe que la libertad no está, hay que ponerla. Abrí espacios donde nadie creía que hubiera libertad. Para mí la libertad no es algo que se dé, es algo que uno hace. No llega, hay que buscarla, reconocerla, hacerla.
—¿La religión es el opio de los pueblos?
Yo me formé en el sindicalismo anarquista, fui obrero. Era mi alimento de todos los días. Esa afirmación tiene mucho de razón, pero las ideologías son también sistemas religiosos, son dogmáticos. El comunismo es también una religión, pero el opio nunca será el que consumimos nosotros, será siempre el que consume el otro. Cuando hablamos de la poesía mística lo que pretende señalarse es el acto creador. Comienza por el mito de la hoja en blanco, del vacío, del surgimiento de algo que no estaba. La poesía por definición es un acto místico. No porque hable de asuntos espirituales sino porque abre un espacio a la irrupción que se dice a través del poeta. Para identificar un poema místico hay que saber primero si nació de un acto místico. La mística es un género literario, pero los poemas con esa etiqueta no serán necesariamente poemas místicos.
—¿Eres un poeta místico?
Yo no me considero un poeta místico, así me han identificado. Es como si afirmaran que soy un santo, y eso está por verse. En gran medida esa consideración se debe a que viví una experiencia de silencio de siete años. Tengo en realidad poca comunicación con poetas identificados con la tradición mística en la poesía; me interesa más la interlocución con los creativos, me atrae más el acto creativo; no diría más que la poesía, porque esta se manifiesta a través de la creación. Pero lo que me vuelve loco es el cómo se manifiesta esa chispa, cómo al nombrarla te arroja al plano del lenguaje, cómo al rozar la nada se enciende la chispa del acto creativo.
—Tu poética es de formas breves, tu obra respira en pequeños ciclos, cargados de significados. ¿Alguna relación con la tradición oriental?
Creo que se exagera con Oriente. Vengo de esos siete años de soledad, de silencio, de un despojo que te pone en comunión con la desnudez de todos los demás. No hay influencia del oriente cultural, es la vida desnuda. La mística es la posibilidad de captar la vida antes de que se haga proyecto, que se haga historia.
Yo solo hablo de tres o cuatro cosas en mi poesía. Mi vida es así. Cuando doy clases advierto que puedo exponer a mis alumnos la materia en diez… doce minutos máximo, pero estoy obligado a llenar una hora. Si soy honesto, me bastan unos cuantos minutos para tratar lo sustancial, para decirlo todo. Uno tiene qué comer y entonces está obligado a cumplir con los tiempos impuestos. Yo capto la vida en esencias. Veo el dibujo, los detalles, pero no me interesa la descripción. Como el ejemplo del rabino y la aparición de la chispa, no en las comparaciones y la necesidad de describir la belleza, para terminar diciendo que se parecía a Brad Pitt. Es el entendimiento de la belleza, su desnudez, lo demás sale sobrando. Por eso mis poemas son breves, porque intentan llenar un espacio a partir de la irrupción. Todos mis ensayos son glosas de las intenciones poéticas, de allí tiro, comienzo a tirar y a mezclar con otras intenciones.
—Silencio y vacío, dos conceptos físicos que se vierten en tu poesía como enigmas de la existencia.
Hablamos de lo último que conocemos. Las teorías mecanicistas de hace veinte años referían un saber total, pero la física cuántica nos ha enseñado que no sabemos. Eso es lo más maravilloso que se ha dicho. Hay momentos en que se va la realidad: eso es un vacío. Acaban de encontrar los Agujeros Blancos que, a diferencia de los Agujeros Negros, no representan una condensación de la materia sino el nacimiento de la materia. No la absorción sino la expulsión de la materia.
Para mí, vacío, o nada, es la realidad última. Como experiencia de la realidad puedo pensarla como un vacío, pero luminoso. Yo lo viví en esa experiencia de soledad de siete años en la que te sacan el lenguaje para dejarte en la desnudez. Te sacan los proyectos porque debes obedecer, y te sacan la voluntad, te cambian el nombre, te retiran los espejos para que no te veas la cara. Es un proceso de deconstrucción. El Yo no tiene de qué agarrarse, se muere de hambre. Luego te das cuenta que el yo era la molestia, lo que lo incomodaba a uno.
Esa carga moral o ética que te exige no desaparece, pero descubres que no eres eso. No desaparece nada, simplemente no te identificas con esos valores. No nos pusieron en el mundo, nacimos mundo, crecimos mundo, vivimos mundo. No te desligas, simplemente esa desnudez, como en todas las mitologías, te ilumina y te devuelve al barrio donde viviste la infancia, a tus orígenes. Pero vuelve otro y para otra cosa.
La soledad, la desnudez, te convierte en escucha. Eres oído para darte cuenta que una planta habla y que las estrellas se comunican y son yo.
—¿A qué edad comenzaste a escribir poesía?
Comencé a escribir a los 33 años de edad. Publiqué por primera vez a los 40, en 1983. Cuando estaba en los monasterios no nos dejaban leer si antes no íbamos con el guía a contarle la vivencia. Él le decía a uno lo que debía leer con base en esa experiencia. De lo contrario, si lees antes de contar, metes tu vivencia en lo que ya sabes. Primero tienes qué vivirlo, como en la escritura.
—Alma es un concepto y una palabra recurrente en tus poemas. Alma es también un término muy común entre los poetas que no tienen un propósito espiritual, incluso es una palabra bastante manida en poemas de dudosa factura.
El problema con la palabra alma es lo mismo que con el tema de lo religioso. A ese término se le revistió de religiosidad, pero alma significa viento. Alma es respiración, es vida. En el Génesis, en los primeros capítulos, antes de que Dios cree, Dios es un mito del lenguaje. Si lo extraes de allí, queda el caos, el aliento, la palabra. Caos en griego quiere decir boca que se abre. Se abrió la boca, salió el aliento, se dijo palabra y comenzó todo. A mí me interesa ese lugar del aliento que luego se traduce como alma. Donde ya no es caos, pero todavía no es palabra. Tienes que inspirarlo, estar inspirado con ese aliento para que tu palabra esté viva y no quedarte en el nivel de las palabras que se repiten unas a otras.
—Como artista plástico ¿qué lugar vienen a ocupar las imágenes en tu discurso poético? ¿Cómo juega tu visión de pintor en la elaboración de las imágenes poéticas?
Pinté durante seis años, mi primera carrera fue Bellas Artes. Más que nada influye en la diagramación de mis poemas. En esa fase hay tanta corrección como en la redacción de los poemas, o en la búsqueda de una palabra. Aunque es una lógica muy estricta ignoro el porqué. No la manejo.
Nunca estuve en la escritura manual. Cuando comencé a escribir literatura lo hice directamente en la máquina, y ahora en la computadora. Sobre mi escritorio tengo una reproducción de Morandi porque yo quería escribir como pintaba ese artista. Dibujo mucho con pluma fuente, siento mucho placer de hacerlo, pero no se me ocurre escribir con ésta, no está en mi lógica, a pesar de que el olor de la tinta y el contacto con el papel podrían hacer propicia la escritura. Debo aclarar que la mayor influencia en mí no proviene de la literatura, sino de la música. No podría escribir ni vivir sin música.
—Viviste en Estados Unidos y en Francia. ¿Qué relación mantienes con los idiomas desde tu escritura poética?
Mi biografía es una relación de vida con los idiomas. Cuando nací me dieron la lengua madre en la que me comunico a diario. En Estados Unidos viví nueve años y me tuve que dar la vida allí, conquistar un idioma para sobrevivir, porque no hablaba nada de inglés. Al ingresar al monasterio me dieron otro lenguaje, que es el silencio. Con el clima del silencio, adentro de esa experiencia, comencé a escribir. El francés lo aprendí en la secundaria, lo hablo bien, pero nunca tuve una relación íntima con esa lengua. El alemán me sirve para leer a Heidegger. Nunca he usado los idiomas para traducir; pienso que la traducción es un oficio, un oficio que yo no ejerzo, al menos no profesionalmente.
—El poeta, como nos recordaba George Steiner, es un hacedor de dioses y un perpetuador de hombres. ¿Puede aún fungir como tal?
No, no lo creo. Hoy eso sería simplemente una poesía política. Eso ya pasó. Yo he tenido una participación política en diversos grados y compromisos, pero eso no me obliga a pensar que todo es político. Tengo una amiga bióloga que afirma que todo es biológico, porque si no hubiera células no habría políticos. Yo como teólogo diría que todo responde a un plan de Dios. Por eso, cada vez que veo a un político me digo de inmediato, no me merece, y cambio de canal.
—¿Dios en verdad tendría un proyecto con la creación del hombre?
Se dice dios con mucha liviandad. ¿De qué Dios hablamos? En mi charla en Monterrey decía que el Dios cristiano, judío en realidad, del Génesis, no es creador, es arquitecto. Porque, por ejemplo, tú como poeta, como creador, comienzas a escribir y dialogas con el poema, y éste se modifica, se va por otro lado. En el judaísmo, la Torá fue hecha antes que Dios, antes que la Creación y se bajó para efectuar un plan. En el cristianismo el cordero es sacrificado antes de la creación del mundo. Así, recibimos un programa de estudio hecho. Yo creo que no hay propósitos, hay acontecimientos, colisiones. Me gusta mucho la palabra carambola. El cuerpo suele decidir, anticiparse a las situaciones, aunque la mente se piensa a sí misma como la que decide y determina.
—¿Puedes aún guiarte por ese principio del no saber sabiendo de Juan de Yépez?
Chapeau para Juan de Yépez. Si se le estudia bien, uno puede percatarse que San Juan de la Cruz era muy poco religioso. Era el único que fechaba sus cartas con números y no como hacía la mayoría: día de San Benito, día de santa Úrsula, etc. Todos sus tratados eran para impedir que lo llevaran a la hoguera, para demostrarle a la Inquisición que todo estaba en orden. Él era de una experiencia mística total y no le quedaba muy cómodo el lenguaje religioso. A diferencia de Teresa de Ávila, que no soportaba el vacío, pues cada vez que lo encontraba se le aparecía Jesús, los ángeles, los santos y se ponía a charlar y charlar con ellos. San Juan la criticaba y hasta le ofrecía un pedacito de hostia para calmar su gula espiritual.
—¿Cómo experimentas esta realidad de apariencias y de telepresencias? Sobre todo pensando en el anarquista que fuiste.
Soy muy pudoroso con mi contemporaneidad. Leí cómo Platón se rasgaba las vestiduras porque aparecía la escritura y eso significaba el fin de la filosofía, Heidegger predecía que la escritura a máquina le ponía fin a todo porque acababa con el pulso. He visto a tantos pensadores rasgarse las vestiduras por la aparición de instrumentos modernos. Yo me siento dichoso de haber nacido y vivido una época de tantos recursos tecnológicos. Sé que todo es un desastre, que vivimos una época, una cultura que ya terminó, pero aún no está muerta, y otra que anuncia su nacimiento. Soy, por otro lado, muy receloso de lo que un contemporáneo pueda analizar sobre el momento que transcurre. Estamos aplastados por exceso, no por carencia. Los milagros de Jesús ante los grandes saltos de la civilización son un chiste.
Por eso, la poesía con su gratuidad y su sentido de lo inútil es lo que nos da esperanza. La poesía es para nada, pero después de que está hecha ella sabrá qué hacer. Hoy en día la revolución radica en lo gratuito, en la belleza de lo inútil, en no anteponer el para.
—Poesía y filosofía, dos conocimientos de la gratuidad, expulsados de la República de la educación para triunfar y dominar.
Bueno, ya estaban expulsadas desde el momento en que las universidades y los colegios se convirtieron en expedidoras de títulos, en certificadoras para el mercado. A mí me parece bien que la filosofía no sea una disciplina enmarcada entre los requisitos de titulación, sobre todo porque la filosofía como tal no me interesa, lo que me importa es el pensamiento. Es equivalente a mi interés por la creatividad en el lenguaje. Una cosa es la filosofía como historia de los filósofos y sus teorías y otras es pensar. Con mis grupos en la universidad no tuve programa de filosofía, yo iba y les contaba lo que estaba pasando con mi pensamiento o les contaba mis ideas sobre la película que acababa de ver. Fue todo un éxito. Tenía un grupo de más de cien muchachos. Me parece bien que a los chicos que estudian filosofía se les evalúe un trabajo y se les extienda un diploma. Pero se han cometido excesos, verdaderas groserías, como crear un doctorado en mística.
—¿Buscas la interlocución con poetas y con filósofos?
Soy solitario. Pero como me gusta mucho viajar disfruto los festivales de poesía donde suelo encontrar gente que me interesa. Pero evado las reuniones para beber cerveza y hablar solo de poesía. Mi lugar en el mundo es en la soledad, con mis perros, mi música y mi escritura. Dialogo aún con un par de hermanos: Georg Trakl y Hölderlin.
Escucho mucha música, pero podría en un momento dado quedarme solo con Bach. Suelo pensar que la única verdadera prueba de que Dios en verdad existe es La pasión según San Mateo, de Bach. Y si Dios no existe, entonces La pasión según San Mateo es Dios.
Notas
Fuente: https://www.milenio.com/cultura/laberinto/hugo-mujica-las-ideologias-son-sistemas-religiosos
15 de abril de 2023. MÉXICO