La neurociencia concibe al ser como un agregado de información que se integra (falsamente) en una conciencia de sí; a esto podemos oponer la filosofía del ser de Heidegger, anclada en la copresencia, en el mundo y con el mundo
Cuando la física moderna se emplea a sí misma para establecer la fórmula del mundo, lo que ocurre es lo siguiente: el ser de las entidades se resuelve a sí mismo en el método de lo totalmente calculable.
Heidegger
La neurociencia, la biología y la física –sin duda tres de las ramas dominantes de la ciencia contemporánea– tienen en común una creciente concepción de la naturaleza fundamental de las cosas en términos de la información. Como dijera el físico John Wheeler, from bit to it. Lo que en la filosofía es el ser, en la ciencia cada vez más se trata como un principio informático, una ontología lingüística, matemática y programativa. De otra forma Heisenberg había dicho: “los átomos no son cosas, son tendencias”, lo cual sugiere que deberíamos de pensar en la realidad como una especie de infraestructura matemática con una tendencia probabilística a hacerse manifiesta. Este es el paso de la información a la realidad.
Según el filósofo Lawrence Berger: “Se puede argumentar que la ciencia cognitiva tiende a ignorar la importancia de lo que muchos consideran las características esenciales de la existencia humana, prefiriendo concebirnos como procesadores de información en lugar de humanos de sangre caliente inmersos en un mundo de significado”. Berger tiene en mente al neurocientífico Michael Graziano, quien escribió en el New York Times que “realmente no tenemos sentimientos internos de la forma en la que muchos creemos”, y que en realidad la conciencia de sí que creemos tener es un error que surge al intervincular la percepción de un objeto con un sujeto que percibe: “no hay impresión subjetiva; sólo información en un aparato de procesamiento de datos”.
Esta visión de la conciencia como un epifenómeno (ilusorio) de la computadora humana nos hace habitar en una realidad indirecta –casi dentro de un software– en la que lo único con lo que convivimos es con paquetes de información “que forman representaciones del mundo que son las bases de todas las relaciones que tenemos con nuestros congéneres”, dice Berger. A este desamparado mundo filtrado siempre por la información, opone la noción de la presencia y la posibilidad de comunicar y revelar el ser que tienen las cosas en la filosofía de Heidegger:
La idea es que nuestra presencia en el mundo tiene un efecto sustancial en cómo las cosas se desenvuelven, más allá de los procesos físicos o fisiológicos que supondrían ser la base última de la actividad humana. Así, por ejemplo, cuando sentimos que alguien realmente nos está escuchando, nos sentimos más vivos, sentimos nuestro ser verdadero emergiendo a la superficie –es en este sentido que la presencia en el mundo importa.
La forma en la que las cosas cobran esta presencia significativa que vivifica el ser, es a través de la atención humana. Heidegger habla de la importancia de percibir las cosas ontológicamente y no sólo instrumental o utilitariamente: objetos como un martillo que sólo son concebidos mecánica y hasta automáticamente como herramientas funcionales de alguna manera desaparecen a nuestro alrededor. En este sentido hay una conexión en su pensamiento con la filosofía oriental, especialmente el zen, que llama a presenciar la naturaleza de los objetos con la más circunspecta atención: esta atención aguzada es una comunicación del ser –un desocultamiento de lo esencial; las cosas no pueden más que mostrar su naturaleza esplendente cuando se les mira con cuidado. La apertura al ser permite que seamos lo que presenciamos: nuestra conciencia crece al presenciar un atardecer, una montaña, un jarro de agua, las alas de una cigarra, el rumor del viento entre los árboles; integra lo que observa y se exalta.
heidiLa atención es en Heidegger “el lado humano de un proceso universal de manifestación de entidades”, algo que recuerda un poco el principio del colapso de onda a través del acto de observación en la mecánica cuántica: al poner atención (o medir) una partícula hacemos que manifieste un estado definido, onda o partícula, el gato muerto o vivo, mientras que antes de atender a un fenómeno se encuentra en un estado de superposición e indeterminación. La mirada atenta no sólo hace visible el mundo manifiesto también hace que lo inmanifiesto se revele. Para provocar esta revelación esencial, Heidegger habla de la importancia de quedarse con las entidades con las que nos encontramos, puesto que quedarse con las entidades “permite una revelación más profunda de su naturaleza”, explica Berger.
Es posible probar este efecto de atención-revelación. Por ejemplo observar qué sucede cuando nos quedamos con una piedra y le otorgamos nuestra sostenida atención, abiertos a lo que se puede manifestar. Esto debería de hacer que experimentemos la piedra más allá de lo que comúnmente experimentamos cuando interactuamos con una piedra, al estar “en contacto directo con ella a través de mi presencia de mundo”, dice Berger. Quizás nos podamos acercar a un misticismo cotidiano en la percepción del ser. Aunque según Heidegger la filosofía no se ha hecho la pregunta por el ser, tenemos numerosos relatos místicos de este desocultamiento radiante del ser, de lo infinito en lo infinitesimal. James Joyce escribió en Ulises que cualquier cosa, si uno la mira fijamente, provoca visiones místicas. Por ejemplo, Santo Tomás con una piedra: “Encontré una cierta piedra, roja, brillante, transparente y en ella vi la forma de todos los elementos y también sus contrarios”. O Aldous Huxley, bajo una luz de transfiguración óntica (aunque también bajo la mezcalina):
Como flores brillaban cuando los veía… Libros rojos, como rubíes; libros esmeraldas; libros empastados con jade blanco; libros de ágata; de topacio amarillo; libros de lapislázuli cuyo brillo era tan intenso, tan intrínsecamente significativo que parecía salir volando de los anaqueles para ocupar insistentemente mi atención.
Una de las aportaciones de Heidegger –especialmente relevante en la actualidad, donde la atención dividida por innumerables estímulos hace que casi nunca estemos del todo con algo, con un objeto, o con una persona, en la totalidad presente, buscando desocultar el ser– es la noción de que no estamos separados del resto de la realidad, hay una comunión entre el ser y el mundo, somos siempre ser-ahí, ser-con. “Heidegger ni siquiera distingue entre lo mental y lo físico; para él, nuestra experiencia es un evento en el mundo”, dice Berger. “Pertenecemos conjuntamente a los árboles y a las piedras, porque nos hacemos manifiestos juntos… y está relación afecta lo que nosotros y las piedras somos”. Es posible hacer una lectura holística y poética de la filosofía de Heidegger y, me parece, esta es la lectura más relevante para nuestra época. La ciencia puede definir el ser en términos reduccionistas, como mera información que se despliega físicamente y constituye la naturaleza y esta definición seguramente no es errónea, solamente es incompleta, es una sola perspectiva, que resulta de calcular el ser. Otra perspectiva, más rica y profunda, es que el ser es incalculable y existe más allá de la forma.
Heidegger consideraba que la tecnología (techné), al igual que la poesía, tiene el atributo de hacer manifiesto, de revelar las cosas. Pero esta acepción de la tecnología no es la que hemos practicado como civilización. En cambio, interpretamos las cosas como equipo e instrumentos en función a un sistema particular de propósito y sentido y perdemos conciencia del ser. Heidegger no divide del todo entre sujeto y objeto, o entre el ser humano y el ser de las cosas, por lo que en el trance de ver todas las cosas –el planeta mismo– como recursos energéticos, también el ser humano se convierte en un recurso, en energía para usarse y gastarse, nos volvemos infraestructura humana, bio-techné y nos alejamos del ser. Sin embargo, hay una posibilidad latente de habitar poéticamente incluso con la tecnología, preguntándonos siempre por el ser.
La poética de Heidegger viene de Hölderlin, quien escribió en su Hiperión:
Ser uno contodo –esta es la vida divina, este es el cielo del hombre. Ser uno con todo lo que vive, regresar a un estado beatífico de disolución de la identidad hacia el Todo de la Naturaleza– este es el pináculo del pensamiento y la alegría, la sagrada cima de la montaña, el lugar de eterno sosiego, en el que el mediodía pierde su calor opresivo y el relámpago su voz y el mar hirviente es como el campo floreciente de grano.
Esta fusión en el seno de la naturaleza es el fulgor secreto del Dasein que se desoculta y presenta al mundo como todo-presencia que irradia todo-abarcante. El Ser abraza a los seres que se disuelven en él. También Heidegger, también nosotros en nuestra extraña extensión del ser en la tecnología, queremos regresar a la unidad: al ser puro.
Twitter del autor: @alepholo
Fuente: http://pijamasurf.com/2015/05/heidegerr-vs-la-neurociencia-o-por-que-la-presencia-poetica-importa/
14 de mayo de 2015.