Hegel y el cerebro conectado. Por Óscar Díaz

Como si el freno de emergencia del tren de la historia se hubiera atascado, nos aproximamos a otro punto crítico para la humanidad como concepto, al menos hasta ahora: el de la Singularidad. En Hegel y el cerebro conectado (Paidós, 2023), Slavoj Žižek propone un tratado de filosofía de la historia (aunque, por supuesto, donde cabría introducir otros términos adyacentes: de la mente, política o de la técnica) en el que reflexiona sobre su fin, a la manera del famoso sintagma de Fukuyama, y sitúa a la Singularidad como principal candidato para su realización. Žižek argumenta que, frente al dictum de Foucault, nuestro siglo será hegeliano, lo cual no significa que el alemán haya predicho todos los cambios que estamos viviendo (el propio Hegel afirmaba que la filosofía venía después, nunca antes), pero por esto mismo nos abre al futuro, pues el mensaje hegeliano parte de «la premisa de que todos los grandes proyectos humanos salen mal y solo de esta manera pueden acreditar su verdad» (p. 19), o sea, acercarse a la verdad supone fondear en el error, en el fallo. Si, como sugiere, la Revolución francesa quería la libertad y terminó en el Terror, nosotros podemos afirmar que la máquina digital venía a liberar al hombre (del trabajo, de las ataduras) y a liberar al tiempo (del reloj, de la aceleración); en cambio, finalmente, da lugar al desempleo (por las operaciones del propio sistema capitalista), la ansiedad, el control, la vigilancia o la regulación temporal.

A partir de aquí, quiere pensar la cuestión del cerebro conectado en la forma de neuralink, esto es, una conexión directa entre el cerebro y la máquina digital que conduciría a operar directamente acciones tan solo con pensarlas: ¿se verá modificada nuestra concepción de la subjetividad o del espíritu humano? ¿El cerebro conectado trastoca la condición humana, el ser del hombre? Y, en un plano ideológico, ¿qué ocurre con la Singularidad? ¿Es cierto que estamos inaugurando una era posthumana? Žižek se hace una pregunta muy pertinente: «¿vivimos en una época distópica o vivimos más bien en una época de fantasías distópicas?» (p. 23). Establece tres niveles de interrogación: (i) la posibilidad tecnológica real de llevar esto a cabo, (ii) si pese a poseer la tecnológica cabría la posibilidad de compartir nuestras experiencias, ya que eso supondría dar el peso total al cerebro, como si tales experiencias fuesen imágenes contenidas en él, (iii) si, en caso de su realización, sobreviviríamos una vez estuviéramos inmersos en ese espacio mental común.

Una crítica evidente a esta idea de comunicación directa entre cerebros es la postura externalista en filosofía de la mente, que enfatiza que la conciencia no se halla en nuestro cerebro (por ejemplo, Alva Noë). Desde esta perspectiva, sobre todo en una postura radical, como la de Riccardo Manzotti, la idea del cerebro conectado sería imposible en tanto que la realidad no es una suerte de imagen mental, sino que se encuentra diseminada fuera de mi cabeza: en las cosas, el paisaje, los procesos o las interacciones. Por otro lado, la idea de Elon Musk de que conectar cerebros permitiría transmitir pensamientos o percepciones sin mediación del lenguaje se percibe equivocada, puesto que cualquiera de nuestras ideas se compone ella misma de palabras; son estas las que dotan de estructura a aquello que percibimos: «en eso consiste la paradoja de la superdeterminación simbólica: cuando percibo una pistola frente a mí, es la relación con la palabra pistola –abstracta y universal– la que confiere a mi percepción la rica y compleja estructura de los significados que tiñen esa percepción» (p. 51). Ahora bien, neuralink puede continuar, ya que este planteamiento falaz de Musk cabe que sea desechado para aceptar que la máquina también puede conseguir registrar el complejo lingüístico que nos hace pensar.

No obstante, Žižek trae a colación un experimento de 2002 en el que se le implantó un chip a una rata, de tal modo que era posible corregir y guiar sus movimientos a partir de él; ¿corre este peligro quien usara neuralink? Es decir, ¿la rata sabía que algo la estaba controlando, que algo raro ocurría? ¿Y los humanos se percatarían de ello en caso de que sucediese? «Si el sujeto sigue sin darse cuenta de que su comportamiento espontáneo lo dirigen desde fuera, ¿podemos seguir fingiendo que esto no influye en nuestra forma de entender el libre albedrío?» (p. 59). ¿Cabe asumir que la máquina es la mejor a la hora de tomar decisiones, hasta el punto de que nos podría sustituir y decidir por nosotros? Esto nos lleva, dice, a un nuevo Estado policial, en el que el control resulta omniabarcante; Zdravko Kobe recuerda cómo en la perspectiva de Fichte, la policía debía ser capaz de controlar cada acto disruptivo, ya que si todo está bajo un control exacto, cualquier ruptura del orden habitual delataría una irregularidad, pero lo más importante de la postura fichteana es su propuesta de que el Estado no solo ha de castigar los crímenes una vez cometidos, sino antes de que se cometan, imposibilitando, como objetivo final, que estos puedan llegar a acontecer. ¿No es esta una de las esperanzas de los tecnoutópicos contemporáneos?

Para el esloveno, la idea de que en la Singularidad seguiremos siendo quienes somos es errónea, una ilusión mal ideada, «ignora que el eventual ascenso de la Singularidad socavará los presupuestos básicos de nuestro universo intersubjetivo» (p. 152). Además, el punto clave es que pondrá en riesgo la noción de autonomía, de individuos que actúan por su propio dictado y no por un dictado extrínseco (heteronomía). Žižek cuestiona también si acaso aquello que llamamos vida interior se deba a nuestra finitud y que, por tanto, la Singularidad pudiera terminar con ella. ¿Y si con la Singularidad el sujeto estuviera «obteniendo la cosa deseada, pero sin la red de mediaciones que la hacen deseable?» (p. 159). En la Singularidad, al colectivizarse los pensamientos, se desmorona, señala, la vida interior, por lo que esa parte de nosotros desaparecería, la que muchos consideran como esencial en la definición de ser humano, quedando un puro sujeto cartesiano. La inhumanidad, desde esta óptica, sería lo que de lo humano sobrevivirá una vez hiciésemos entrada en la Singularidad; así, esta «es la principal candidata a ‘fin de la historia’» (p. 192).

Notas

Óscar Díaz es Escritor

Fuente: https://www.elimparcial.es/noticia/257181/opinion/hegel-y-el-cerebro-conectado.html

27 de julio de 2023.  ESPAÑA

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