Mauricio Beuchot piensa que la verdad no está en la pura interpretación de las cosas, sino en la proporción razonable que se pueda establecer entre el texto y su contexto, entre los datos y el pensamiento.
Por eso, no cree que la hermenéutica haya acabado con la metafísica, al contrario, esta sigue viva gracias a la analogía, el arte de proporcionar y diferenciar las cosas de la vida y del pensamiento, para liberarnos de equívocos y dogmatismos que pululan por nuestros cerebros. En un artículo reciente (En: Estudios Filosóficos, 163, pp. 521-534), retoma la valoración de la filosofía práctica de Aristóteles, hecha por Gadamer, y se fija en la prudencia como modelo ético del arte de interpretar un texto. Como nosotros andamos estos días devanándonos los sesos tratando de interpretar el texto constitucional, podríamos fijarnos un poco en esta virtud de la prudencia, que es parte de la ética y que busca siempre la “recta razón de lo factible”, para obrar lo mejor posible a la hora de votar el 28 de septiembre.
La virtud de la prudencia, dice Beuchot citando a J.Pieper, “no debe confundirse con la astucia o zorrería”, pues no es un vicio, sino un hábito del bien y busca los mejores medios para lograr tanto el bien individual como el bien común. La prudencia conjunta lo teórico y lo práctico, lo particular y lo universal. Esta virtud busca la justificación de los medios en el fin, pero en el sentido aristotélico de que el fin tiene que ser bueno, no en el sentido maquiavélico, ya que este Maquiavelo lo tergiversó todo poniendo los medios del Estado, no al servicio del bien común, sino al servicio de mantenerse en el poder. Y ahí están el dilema y el verdadero problema de ciertas ideologías que disfrazan su ambición de poder en supuestos discursos de modernidad y nos hablan de globalización a ultranza o de socialismos del siglo XXI para gobernar con poderes absolutos. En el acto prudencial, se llega a una decisión después de haber deliberado razonablemente, no solo con fría inteligencia, sino con un pensamiento lleno de humanidad. Es lo que necesitamos todos: mirar sin apasionamiento lo que se juega en esta coyuntura política y votar con sinceridad.
Así que hay que deliberar y entender las razones antes de decidirse porque estamos cansados de tanta propaganda sin debate; vayamos al texto, para poder sopesar con la cabeza las cosas, poniendo en cada mano los bienes y los males que se seguirían de un Sí o de un No. Y pudiera ser que el Gobierno tenga un plan b a cualquier alternativa que resulte de la votación en el referendo. En el contexto actual, el texto constitucional quiere ser un borrón para una cuenta nueva que promete ser panacea de todos los males del pueblo. Pero
¿es eso suficiente?
¿Habrá verdadera proporción entre el instrumento y los fines que se prometen?
Si esos males persistieran después, como pueblo tendremos que asumir las consecuencias y
¿a quién echaremos la culpa?
¿a quienes nos encantaron las orejas con promesas desmedidas o a nosotros mismos por no haber creído que esta vez venía el lobo de verdad?
Como le decía Bécquer a cierta mujer:
“Cuando un poeta te escriba un buen poema de amor, ¡desconfía de su amor!”.
Y ese es un problema añadido de la nueva Constitución, no es que tenga tanta poesía, sino demasiado verso.
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Quito, Sábado 23 de Agosto de 2008