El concepto de amistad fue central en la obra de la intelectual, postula Jon Nixon en su último libro.
Un día de julio de 1967 Hannah Arendt, intelectual pública y polémica autora de Eichmann en Jerusalén, se apersonó en el salón principal de la Universidad de Friburgo para dictar una conferencia sobre Walter Benjamin. Entre los asistentes estaba Martin Heidegger, de 77 años, 17 más que ella.
Con su presencia, el filósofo de El ser y el tiempo revertía los términos en que se inició la relación entre ambos: 42 años antes, en Marburg, ella era una dieciochoañera de primer año que llamó la atención del ocupante del podio, lo que derivaría en un affaire. Ahora el antiguo maestro, con quien Arendt había mantenido contacto intermitente a través de las décadas, no sólo llamó la atención de la ex alumna: la autora se dirigió a él cuando iniciaba la conferencia. Como quien ha rizado un rizo.
¿Fueron amigos? Para el académico inglés Jon Nixon la pregunta no es frívola ni baladí. Y la respuesta no es evidente. Su más reciente libro, Arendt and the politics of friendship, aborda lo que la filósofa alemana-estadounidense entendió por amistad, en permanente vínculo con su pensamiento político y su experiencia. Para llegar ahí se sumerge en la correspondencia con cuatro figuras de las letras y el pensamiento: aparte de Heidegger, el filósofo Karl Jaspers, la escritora Mary McCarthy y el académico Heinrich Blücher, que también fue su segundo marido.
Lo que emerge de esta correspondencia, dice, es “una perspectiva profundamente humanista de la política, que privilegia la deliberación y la reciprocidad”. Y agrega: “Sus amistades y la correspondencia que generaron la muestran haciéndose cargo de sus ideas políticas y de las implicancias éticas de estas ideas en relación con complejos asuntos interpersonales”.
El crítico de The New Republic llamó al libro “una atractiva biografía”, mientras el académico Bob Adamson habló de un “examen forense de la amistad”. La lectura del volumen parece dar la razón a ambos.
¿SOMOS AMIGOS?
De muchos autores e intelectuales se dice que no pueden entenderse sus vidas sin asomarse a sus obras. Y viceversa. Este aserto, plantea Nixon, es particularmente cierto en el caso de Arendt, dadas las circunstancias en que vivió y trabajó (su huida de la Alemania nazi, su asentamiento en EEUU y la compleja relación con el judaísmo y el estado de Israel). Buena parte de su vida, la autora de Los orígenes del totalitarismo trató de encontrarle el sentido a las cosas. Y su gran idea, a través de la cual trató de encontrarle el sentido al propio mundo en el que nació, fue la de “pluralidad”, que reinstala una vieja pregunta: ¿Cómo vivir juntos en un mundo de eventualidades e inconmensurables diferencias? Esta, a su vez, da pie a promesas que reducen la incertidumbre, pero también a nuevas preguntas sobre cómo ir más allá de lo individual y de lo público. Ahí asoma la amistad.
Pero no todas las amistades son iguales. No las de Arendt. En cuanto a Heidegger, en una primera etapa la relación fue de abuso por asimetría: una joven estudiante admira a un destacado profesor, quien saca ventaja de su condición de supervisor académico de ella. La relación extramarital (Heidegger era casado) está poblada de cartas con declaraciones de amor más o menos encubiertas y llega a su fin cuando Arendt opta por seguir estudiando en Heidelberg.
En lo que sigue, la asimetría persiste: el profesor se deja halagar, ignora los méritos de su ex alumna y cuando ésta empieza a ganar nombradía, llega incluso a valerse de sus redes para componer su situación personal, magullada por su adhesión al nacionalsocialismo. La pregunta persiste: ¿Por qué Arendt insistió en cultivar una amistad con alguien que la miraba por encima del hombro, que hasta el fin de la II Guerra militó en el nazismo y que hasta buscó un insólito “triángulo armónico” que incorporara a su esposa? La respuesta de ambos es una: un reconocimiento, que en este caso costó toda una vida lograr.
Distinta fue su experiencia con Jaspers (1883-1969), quien en Heidelberg fue su guía de tesis doctoral. Sin embargo, y a diferencia del caso anterior, la relación jerárquica quedó confinada al doctorado. Para el resto, hubo simetría y horizontalidad. El diálogo de toda la vida que ambos sostuvieron, escribe Nixon, fue entre otras cosas un intento serio y sostenido de lidiar con preocupaciones políticas puestas en un marco mayor, así como de “clarificar sus propias posiciones y discrepancias, y también de compartir sus experiencias: un gesto que involucró crecientemente a sus cónyuges, en la medida que su amistad se extendía a sus propias familias y a sus círculos de amigos”.
Fuente: http://www.latercera.com/noticia/cultura/2015/03/1453-623043-9-hannah-arendt-amiga-de-sus-amigos.shtml
29 de marzo de 2015.