Es escritor y ensayista. Artículo publicado en el décimo número de la revista “Percontari”, del Colegio Abierto de Filosofía.
El siglo XX estuvo signado por la trágica violencia desatada por sistemas totalitarios que ensayaron una reinvención radical del ser humano, lo que podríamos denominar como la tentación del superhumanismo.
Aunque no culparemos a Friedrich Nietzsche por las masacres del nacionalsocialismo, es evidente que la lectura –sesgada y superficial- de parte de su obra por los jerarcas de ese movimiento abonó las tesis y prácticas racistas en busca del Übermensch.
Si el hombre era un ser a medio hacer, un simple puente entre la bestia y el superhombre, entonces esta relativización de la dignidad de lo humano permitía el ejercicio de coerciones extraordinarias en procura de un utópico perfeccionamiento.
Otro tanto puede afirmarse del socialismo (seudo) científico, el comunismo real que amparó en la meta del “hombre nuevo” la servidumbre estatal más terrible de la historia. Este “hombre nuevo”, según uno de sus teóricos, el guerrillero estalinista Ernesto Guevara de la Serna, debía ser “una fría máquina de matar”.
Esta tentación de la reinvención o sustitución radical de lo humano no ha desaparecido, volviendo en el siglo XXI bajo nuevos ropajes, como el transhumanismo del filósofo británico Max More, cuya propuesta ha sido calificada por Francis Fukuyama como “la idea más peligrosa del mundo”.
Un eco de este transhumanismo en la ficción literaria es detectable en la novela Inferno de Dan Brown, donde un seguidor de esa corriente perpetra un atentado bioterrorista para reducir drásticamente la proliferación de seres humanos.
También reaparece el superhumanismo en una de las versiones más extremas y desquiciadas del feminismo, formulada por Donna Haraway en su “ideología cyborg”: la aspiración a un “nexo comunal con los animales y las máquinas” donde no sólo se deconstruye el género en la subjetividad y la cultura, sino también el sexo biológico objetivo.
Frente a estas concepciones nacidas de la soberbia, encontramos sensatez y ética civilizatoria en las corrientes del iusnaturalismo clásico, moderno y contemporáneo, donde se postula al hombre como portador de ciertos derechos naturales consustanciales a su ser.
Desde la mención de Aristóteles a la “justicia natural” en su Ética nicomaquea, la filosofía estoica y las ideas de Marco Tulio Cicerón, se desenvuelve este modo de ver lo humano realzando su dignidad, que tiene continuaciones notables en la Escuela de Salamanca y el tomismo, así como una expresión de gran estatura retórica y programática en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, donde se sostiene que “todos los hombres son creados iguales (…) dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables” y que entre estos están los derechos a “la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.
Es sintomático que la mayor democracia del mundo haya sido fundada sobre esta apuesta sin dobleces por la dignidad del hombre y no en las riesgosas elucubraciones acerca de lo superhumano.
Fuente: http://eju.tv/2016/08/hacia-una-critica-del-superhumanismo/
30 de agosto de 2016.