Si ahora vuelvo la vista hacia los presuntos filósofos que han aparecido desde Kant, no veo desgraciadamente a ninguno en cuyo honor pudiera decir que su celo verdadero y total haya sido la búsqueda de la verdad: antes bien, encuentro que todos, aunque no siempre con clara conciencia, han pensado en la mera apariencia del asunto, en la notoriedad, en imponer y hasta mistificar, y se han esforzado con ahínco en conseguir la aprobación de los superiores y luego de los estudiantes; con lo que el fin último sigue siendo «rebañar placenteramente el rendimiento del asunto».
Como indican las comillas y alguno sabrá, lo que precede no lo escribió un servidor. Se debe en parte a Arthur Schopenhauer, que lo compuso originalmente en alemán, y en parte a Pilar López de Santa María, que hizo la magnífica traducción española que acabo de transcribir de ‘Sobre la filosofía de la Universidad’ (opúsculo incluido en ‘Parerga y Paralipómena’, Trotta, Madrid, 2006).
Schopenhauer se refería con esas palabras a los filósofos que en su tiempo enseñaban en la Universidad, y con mayor encono a aquellos que habían alcanzado el poder y el reconocimiento que a él se le negaban: singularmente, su muy odiado Hegel. Pero descontando lo que en su ánimo pudiera haber de resentimiento personal, la diatriba ‘schopenhaueriana’ conserva, además de la belleza del estilo literario de su autor, la vigencia de una certera advertencia para aquellos que proclaman entregarse al desarrollo y la transmisión del saber. Una advertencia que si era pertinente en aquellos días lejanos, mucho más lo es en la encrucijada en que se encuentra la Universidad de nuestros días: en un mundo en crisis que por un lado desconfía, más que lícita y fundadamente, del mercado y los mercaderes, y por otro se encuentra a su merced. Como humanos, no podemos dar la espalda a la búsqueda honesta de la verdad de las cosas; como habitantes de la realidad que nos toca vivir, hemos de aceptar que hay unas reglas, unos equilibrios de poder, unos intereses creados, una oferta y una demanda que determinan lo que es posible y lo que no, lo que cabe sostener y lo que está condenado al ostracismo. ¿Cómo conjugar ambas exigencias?
En la Universidad que yo conocí, la de hace 20 años, no eran pocos los que, en las palabras del irascible Arthur, anteponían sin muchas contemplaciones el «rebañar placenteramente el rendimiento del asunto». Es decir, que habían resuelto la disyuntiva de la manera más simple. En la de hoy, uno teme que esa especie, lejos de disminuir, ha aumentado su cuota. Incluso desde ciertos sectores se preconiza esa estrategia, el cálculo mercantil en sus diversas variantes, como único futuro posible para la Universidad. Pero ahora que acaba un curso y que el próximo empieza un nuevo tiempo, quizá sea el momento de la ingenuidad, la que sin duda hay en exigir que ahí no se quede todo. Que alguien mantenga un reducto donde impere el «celo de buscar la verdad». Porque si no, pronto todo será propaganda. Feliz verano a todos.
Fuente: http://www.elmundo.es/suplementos/campus/2009/554/1244584805.html
SPAIN. 10 de junio de 2009