Intelectual es el único concepto que podría englobar los múltiples destinos que cruzaron el trabajo del genio alemán. Fue irradiador de los románticos en sus inicios y clacisista en su madurez. Un talento que introdujo la problemática del hombre moderno y su trágico camino hacia el conocimiento.
En una Alemania donde la Ilustración volvía sobre sus pasos, cediendo ante la religión, nacía un hombre que devolvería a la ciencia al lugar privilegiado que ocupó luego de la revolución industrial. Un hombre que fue criado en el seno de una familia burguesa de clase media de Francfurt del Main, que nació el 28 de agosto de 1749 y murió el 22 de marzo de 1832, con todos los honores de la corte de Weimar y la sociedad alemana.
Johann Wolfgang von Goethe nunca pudo dominar su enfermiza curiosidad y en su longeva vida hizo de todo: fue poeta, novelista, dramaturgo, científico, botánico, anatomista, físico, pintor, arquitecto, diseñador, filósofo humanista y político. Casi nada, para alguien que además tuvo una inteligencia superdotada innata. “Lo increíble en
Goethe es que estaba más allá de cualquier acuerdo o desacuerdo, era admirado por su genio, todo lo que hacía lo hacía bien”, sentencia Graciela Wamba Gaviña, doctora en Letras y titular de Literatura Alemana en la Carrera de Letras de la Facultad de Humanidades de la UNLP.
En 1770 viaja a Estrasburgo para culminar sus estudios de Leyes y para profundizar en música, arte, anatomía y química. Aquí conocerá a dos personajes clave que marcarán buena parte de su obra literaria: Friederike Brion, modelo de sus personajes femeninos (incluyendo a Gretchen de Fausto) y el filósofo Johann Gottfried von Herder, el cual lo introduce en el estudio de las obras de Shakespeare. El choque con el genio inglés del teatro isabelino lo hizo abandonar la fe en el clasicismo francés (en auge absoluto en Alemania) y su escuela teatral tomada del teatro griego clásico. A su vuelta publica, en 1974, su primera novela de gran éxito: Las desdichas del joven Werther, que contiene claves que luego tomará el romanticismo alemán (culto a la naturaleza, la vida ideal e indefinida) y cuya aguda reflexión sobre el desencanto de los jóvenes suscitó una oleada de suicidios en los adolescentes del país. En 1773 ya había publicado Sobre el estilo y el arte alemán, un ensayo que, junto a la novela del ‘74, inauguran el movimiento literario alemán Sturm und Drang (“tempestad y empuje”), preludio del romanticismo germano.
Wamba Gaviña completa la ecuación: “Goethe es un hombre de ciencia, ha sido un prolijo científico y filósofo, pero sin descuidar el espíritu humano. Es hijo de la Ilustración, por eso ubica al hombre como centro de la cultura”.
La madurez en Weimar
Los contactos de Goethe con los políticos alemanes venían de familia. Esto, sumado a su reconocido talento, hace que en 1775 el duque Carlos Augusto, heredero del ducado de Sajonia-Weimar, lo invite a vivir en Weimar, otro de los centros intelectuales de la época. Aquí se extiende la influencia del escritor por toda Alemania. El mismo año de su arribo empieza a trabajar como funcionario de la corte y a gestar Fausto, el drama lírico trágico que lo inmortalizará.
A diferencia de los grandes genios de la humanidad, Goethe gozó de un gran reconocimiento en vida. Graciela Wamba Gaviña asegura que “inauguró el culto a la figura del escritor y del intelectual modernos, la gente lo seguía por la calle para verlo caminar y algunos se hospedaban en Weimar sólo para saludarlo y estar con él”.
Su cargo de ministro le permite
viajar a Italia en 1786, lo que marca su pasaje de la postura romántica radical hacia un profundo clacisismo, con obras como Tasso de 1789 o Elegías romanas de 1790, las dos de clara influencia estética griega. “El romanticismo explota en emociones, Goethe convivió con el romanticismo en sus inicios, pero no compartió todo con él”, acota Wamba Gaviña.
A su vuelta a Weimar en 1788 se enamora de Christiane Vulpius y tienen un hijo al año siguiente: Julius August Walther von Goethe; a quien el escritor ve morir en 1830. Mientras aprende a ser padre, Goethe continúa con sus investigaciones científicas: trata derefutar en vano la teoría de Isaac Newton sobre los colores y en sus estudios osteológicos descubre el hueso intermaxilar.
En la corte se relaciona con personajes de peso: Beethoven, Arthur Shopenhauer y Friedrich von Schiller. La amistad entre los dos escritores fue considerada como la cumbre de las letras germanas y será Schiller el que lo incentive a continuar con la composición de Fausto, cuya primera versión aparecerá en 1808, el mismo año en que Goethe se entrevista con Napoleón Bonaparte en momentos en la expansión del ejército francés los lleva a ocupa parte de Prusia.
La creatividad de Goethe fue poco común y lo puso en el pináculo de la intelectualidad alemana y mundial; y fue referencia ineludible para decenas de movimientos literarios y estéticos que lo sucedieron.
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