Desde principios del siglo pasado varios intelectuales de América Latina empezaron a encontrarse con esa pregunta incómoda: ¿existe una filosofía original de América Latina? Había dos opciones: O bien la había y entonces sólo era cuestión de describirla y desarrollarla. O bien no la había y tocaba inventarla.
A lo largo de la centuria, esa disyuntiva fue tomando dimensiones dramáticas, urgentes. En la décadas de los cuarenta y cincuenta se formaron varios centros de pensamiento dedicadas a aclarar este panorama.
Una generación de fuertes pensadores como Leopoldo Zea (México), Augusto Salazar Bondy (Perú), Germán Arciniegas (Colombia), Enrique Dussel (Argentina), entre muchos otros, crearon tradiciones de estudio crítico del pensamiento y la historia de las ideas.
En Ecuador, el filósofo español Juan David García Bacca, quien impartió cátedra en la Universidad Central entre 1938 y 1942, asumió un estudio específico de la filosofía contemporánea. Sus ideas, concentradas a la sazón en la filosofía analítica, no plantearon aún un enfoque particular sobre el pensamiento ecuatoriano.
De todas formas, cuenta Joaquín Hernández Alvarado, catedrático de la Universidad Católica de Guayaquil, la preocupación por la filosofía en el continente devino principalmente en dos tendencias: la filosofía de la liberación (derivada de la teología homónima) y la historia de las ideas.
Las dos vertientes se encontraron en la Declaración de Morelia, suscrita en 1975 por Enrique Dussel, Francisco Miró Quesada, Arturo Andrés Roig, Abelardo Villegas y Leopoldo Zea. En ella se apunta la necesidad de volver los ojos de la academia sobre las ideas de los intelectuales de la Colonia, así como a las manifestaciones culturales ancestrales.
En Ecuador esa fórmula tomó cuerpo a principios de la década de los ochenta en el curso de filosofía e historia que lideraron los maestros argentinos Arturo Andrés Roig y Rodolfo Mario Agoglia. A partir de ese proceso surgió expectativa sobre los derroteros que tomaría en el futuro el pensamiento filosófico ecuatoriano.
Más de 20 años después, la filosofía nacional es una quimera intelectual que respira incertidumbres y ya no está embellecida por expectativa alguna. ¿Qué pasó?
En primer lugar, el sentido de la patria ha quedado desplazado en el tiempo actual, teoriza Hernández, “y las filosofías nacionales dependían un poco de la idea de ese estado nación. Con la crisis de esa idea también cae la otra”.
Por otro lado, sigue el maestro, la metodología de la historia de las ideas “era de índole positivista con un poco, quizá, de ideología marxista, pero no alcanzaba para sostener un sistema original”.
Carlos Paladines, profesor de la Universidad Católica de Quito, acusa ese estado de cosas pero resguarda un capital intelectual. “Filosofar (en Ecuador) ha sido una forma de enfrentar la realidad, a través del discurso de denuncia, y de buscar las causas de los problemas. Eso se ha hecho en el seno de otras disciplinas científicas”.
Por eso, Paladines encuentra desarrollos filosóficos en las obras pedagógicas de Eugenio Espejo, Juan Montalvo, Eloy Alfaro. Ideas que “están, por decirlo así, vestidas con ropaje político, ideológico, sociológico… pero que constituyen un cuerpo filosófico”.
Esas sendas, para Carlos Rojas, catedrático de la Universidad del Azuay, no han podido engendrar una propuesta filosófica contemporánea. “El pensar filosófico atraviesa una de sus peores crisis. Salvo una o dos universidades, no hay centros en los que se desarrolle la filosofía en sentido sistemático”.
Para Rojas, los planteamientos de la filosofía han migrado a otros ámbitos. “Hay núcleos de reflexión filosófica bastante avanzados en estudios de género, de interculturalidad o literatura. Ahora se debería buscar la filosofía allí”.
Hernández Alvarado concuerda con esa ubicación, pero tiene sus matices: “En la revista País Secreto se publican ensayos valiosos para pensar la especificidad cultural latinoamericana. También está Bolívar Echeverría, cuyo pensamiento está inscrito en un enfoque universal de problemas de identidad de la región”.
Ximena Núñez, profesora de la Universidad Central, cree que la filosofía ecuatoriana, antes como ahora, responde a la circunstancias de quienes la hacen. “Emilio Uzcátegui y Agustín Cueva forjaron sistemas de pensamiento en los que se buscan soluciones a nuestros problemas específicos. La filosofía responde intelectualmente a la situación histórica de todos los seres humanos”.
De todas formas, la enseñanza de la filosofía como una construcción estricta y rigurosa se sigue enseñando en algunas universidades del país. La problemática ahora es la posibilidad de insertar las reflexiones académicas y la producción de conocimiento en un ámbito que reconozca la identidad como una red compleja de influencias culturales.
Paladines concluye: “Ser latinoamericano no es sólo una determinación geográfica, externa de la filosofía, sino una acción cualificadora que le es interna. No se trata de un territorio sino de la comunidad humana, concreta, histórica, localizada en un territorio”.
Cortesía del diario ecuatoriano El Comercio
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Nadie puede decir que el hambre existe si antes no ha sentido hambre.
La filosofia en el Ecuador ha existido siempre. El resultado es todo aquello que nos rodea tenemos un Pais unico pequeño pero grande al mismo tiempo y eso se debe a nuestro arte de pensar Y cuado uno hace bien las cosos es porque piensa y pensar es filosofar.
te amo mucho