Rector de la Universidad Bicentenaria de Aragua
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El observar la naturaleza, nos induce a generar pensamientos que se articulan con la visión de una educación natural más fluida y eficiente. El contacto ambiental, nos conlleva a pensar la necesidad que nuestra educación retome sus fuentes de información del entorno que rodea al ser humano, que concluya el divorcio ecológico y la alienación del individuo con lo que le rodea.
El hombre no es una isla, la comunicación es una función inherente a su salud, a su bienestar y calidad de vida. Pero este atributo, esta condición, no es exclusivamente humana. Forma parte de la dinámica de la naturaleza, del cosmos, de todo aquello que palpamos y sentimos, esté o no dotado de vida. Esa es la revelación de la ciencia y del conocimiento en general en los últimos años. Y constituye el motor que dinamiza la búsqueda de nuevos encuentros con el saber. La educación no puede ser el discurso para negar el cambio, el dogma para permanecer igual, la negación permanente de la comunicación con lo novedoso, con el estímulo externo, con lo que ocurre allá fuera.
Tampoco puede ser, como en efecto lo ha sido, un muro de contención para el desarrollo interior del individuo, para el hallazgo y ejercicio de su espiritualidad, para la expresión de ese ser interior que clama por traducir sus emociones y fuerza creativas, que requiere su manifestación mas allá del lenguaje formal y que comienza a producir objetos que hablan de su naturaleza esencial.
Así entonces, la filosofía educativa debe comenzar a experimentar una apertura no conocida en épocas pasadas. Porque, justamente, la observación del conocimiento desde todos los ángulos y puntos de vista posibles, la necesidad de brindar coherencia a la diversidad fenomenológica que comenzamos a percibir frente a nosotros con evidencias múltiples y diversas de conexiones no exploradas en las redes del conocimiento que comenzamos apenas a distinguir, nos llevan a propiciar una apertura que nos orienta hacia la comprensión de los sucesos sin crear abstracciones desconectoras de los enlaces resolutivos de la diversa gama de problemas que tenemos que aprender a observar sistémicamente.
Es obvio, el ocaso de las disciplinas autónomas, autógenas, que creaban formulaciones de la realidad sin la participación de las otras. Es evidente que la división de las funciones y tareas que crearon la sociedad industrial se ha visto desbordada por la necesidad de incorporar los talentos y competencias brindada por el aprendizaje de los individuos, ya que en ellos se encuentran soluciones integradas superiores a las obtenidas por la repetición en serie de las tareas.
Necesitamos entonces comenzar a proveer desde la educación, el saber que nos permita ampliar nuestro aprendizaje, hacerlo más flexible.
Un saber fundado en el intercambio y la necesidad, abierto para resolver los retos del tratamiento de una información cada vez mas creciente, que si bien es cierto brinda una gran cantidad de información, también genera la necesidad de tratarla de manera más fresca, más sencilla, más accesible a las grandes mayorías, asumiendo el reto de traducirlo con la mayor sencillez posible, justamente para que el grueso de la población pueda acceder a ella, porque allí se encuentra la clave para el desarrollo humano.
Que el conocimiento no sea, en modo alguno, represado por las minorías. Todo lo contrario, que se expanda y se sintonice con el gran conglomerado humano sin excepciones favoreciendo una amplia inclusión, porque todos, absolutamente todos, formamos la diversa unidad que conforma al cosmos y el reto de la filosofía educativa de los nuevos tiempos es el saber captar esta realidad para interpretarla como destino en medio de sus continuos cambios y transformaciones.
Fuente: http://politica.eluniversal.com/2008/11/08/opi_art_filosofia-educativa:_08A2117927.shtml
CARACAS, VENEZUELA. Sábado 08 de noviembre, 2008