Filósofa, profesora e investigadora
La primera gran polémica periodística del año (y de esta guisa uno de los contendientes, Arcadi Espada pretende limitar a una por década) se juega entre dos viejos espadachines. Arcadi defiende los valores de la vieja guardia del cardenal, el otro, Javier Cercas, insiste en ser un postmoderno.
Tras la disputa por la cuestión de la esencial del periodismo hay una defensa a ultranza de dos nociones muy distintas de la verdad, de hecho una sería “la verdad” y la otra, humilde, desencantada, entrenada en dictaduras y dogmatismo, ha renunciado a ser ella para limitarse a ser ‘verosimilitud’ declarada, es decir, se reconoce como no absoluta y advierte a navegantes.
Al muro del cementerio, como cita Gistau, se han acercado “compañeros de camareta” o ‘mandaos’ de ambos bandos que diría yo. Como un cortejo de padrinos que quieren tener su momento de gloria en la disputa y decir dentro de unos años: “yo lo ví, yo estaba allí”, la multitud que se agolpa para ver y participar en tal espectáculo refuerza la idea de una lucha de más envergadura de lo que a primera vista parece.
El cardenal y sus espadas insisten en una noción fuerte de verdad que por supuesto es accesible a sus privilegiadas plumas. Se refugian en la auto atribución de la posesión de la verdad en un mundo rodeado de descerebrados relativistas. Quisieran ser ese Platón que señala a los sofistas y que opone su reminiscencia a la verborrea oportunista. Y de reminiscencia va la cosa, ya que se juega la lectura del pasado y la construcción del presente. Y eso no es todo.
Pero no estamos ni en Grecia ni en la Edad Media que otorgaba carta de trascendencia al cardenal por el hecho de ser cardenal. Tampoco se puede esgrimir el criterio de autoridad del profesor, como hace una alucinada “Defensora del lector” en El País. Los púlpitos ya no dan puntos ni credibilidad. La verdad se ha esfumado sin posibilidad de retorno desde hace tiempo, pero sin duda desde que Nietzsche decretara el fin de los hechos y el comienzo de las interpretaciones. Igual que la idea de Dios, la idea de verdad se ha diluido cual fantasía que es, y su marcha, para bien o para mal exige de nosotros como individuos y como sociedades una mayor capacidad crítica, una mayor capacidad de imaginación para relacionar, preguntar, analizar, comparar y sospechar sobre lo que pensamos, lo que decimos, lo que escuchamos y lo que leemos.
Pretender poseer la verdad es estar realmente poseído por el sueño dogmático de una razón que como todos sabemos, crea monstruos.
En esta discusión el valor de la palabra y del lenguaje son el campo donde se dilucidan las posturas. Pensar que uno se “limita a explicar lo que pasa” como buen periodista y para ello usa palabras y simplemente dice lo que es, es pretender que el lenguaje puede expresar una realidad con verdad. Esto significa que Arcadi Espada, que escribió estas palabras en una de las columnas de esta polémica, debe creer que la verdad sigue siendo una correlación entre lo dicho y lo que es. Pretensión legítima pero alucinatoria, ya que presupone un ser capaz de todas esas cosas. Mientras, en el debate filosófico niega la mayor. Creer que uno dice lo que cree decir es otro arrebato. El lenguaje es de por sí simbólico, y, de nuevo, para bien o para mal, hace casi imposible la expresión totalmente fiel, objetiva y de ahí, tampoco parece posible una lectura literal. No existe la objetividad ni la literalidad. Para bien y para mal.
Por ello me pregunto, si, siendo el periodismo un oficio que gusta de usar los arquetipos, las categorizaciones tajantes, los adjetivos mil veces repetidos que hacen que parezcan los apellidos indisociables de cada causa y de cada personaje, no habrá sufrido en este caso un resfriado por miedo justamente a no controlar los símbolos. A no poder fijar de una vez para siempre un significado a un significante, de no poder cerrar con llave y poseer ciertos arquetipos asociados a sus plumas. Me pregunto si esta lucha por el grial no es simplemente una excusa con la que seguir construyendo dos castillos simbólicos en guerra constante por el mero hecho de que siga el espectáculo, es decir, que siga el negocio. Las plumas son solo el contenido casual de un continente. Los símbolos son amigos casuales y de la conveniencia que cada uno quiere para sí. Los símbolos no se pueden comprar (que ya les gustaría a más de uno) y por ello hay que lucharlos para atribuírselos y en la medida de los posible, absorberlos a la propia identidad, a la propia misión ideológica. He ahí la lucha.
En esta lucha el espectador actúa de una forma sintomática. Los cientos de comentarios que hay en ambos periódicos, El País y El Mundo, jalean a ambos periodistas y a ambas ideologías por igual y en todo ello se intuye un anhelo de “verdad”, sed de certezas que cada uno busca en su entorno cuando solo puede encontrarlas en su interior. Si el lector supiese de sí, de sus límites y potencias, quizá sería más crítico y se resignaría a tener siempre que leer entre líneas y entre medias verdades, no clamaría al cielo por un juego de palabras que la falta de humor y de libertad no deja ver. No buscaría verdades, y menos aun en los periódicos.
Si esta trama se lidia por una frase del señor Rico que escribió al final de un artículo: “P.S. En mi vida he fumado un solo cigarrillo.” (cito el ‘P.S.’ que no he visto reproducidoen ningún medio cuando citan la susodicha cita y cito el punto que la completa y añado que es un punto y final, por si es de interés para algún hermeneuta; les llamo la atención sobre la ausencia de tilde en la palabra ‘solo’ y así, prosigo mi comentario), yo leería, con una actitud benévola, sin acritud, con apertura y con voluntad de entender, que este señor no se ha fumado uno, sino miles, y esta interpretación es tan legítima como entender que no fumó ni siquiera uno. Las palabras engañan, nos engañas, nos traicionan, a escritores y a lectores y pretender controlarlas siempre y en cada rato es matar la propia naturaleza del lenguaje y además, presuponer que nuestra humanidad en algún punto es infalible.
En filosofía hay un debate inconcluso sobre el significado de una frase de Heidegger. La frase incluye en un momento dado el signo de puntuación de la coma. El debate sobre el sentido de esta coma ha generado río de tinta mayores que los invertidos hasta ahora en la frase del señor Rico. Y seguirán, porque el lenguaje no es unidimensional.
Cuando uno cree decir “la verdad y nada más que la verdad” se miente y miente. Y como hay muchos tipos de mentira, no hay que escandalizarse, sino que hay que entrenarse. Igual que no existe la salud mental desde que Freud fuera Freud ya que vivimos de neurosis en neurosis y tratamos de sobrevivir así, no existe la verdad desde que Nietzsche fuera Nietzsche, por lo que se trata de vivir entre medias verdades, medias mentiras, botellas semillenas y semivacías, ficciones con pretensiones de veracidad o ficciones con voluntad de entretener. Pero en todo caso, mentiras. Difícil de aceptar, pero al menos es honesto y humilde. Y no hay drama, solo representación dramática.
Aquel que pretender ser el verdadero emisor de la verdad no es sino un peligro por ser un alucinado. No quiere decir que sea malo, pero amenaza la convivencia creyendo que el dedo divino lo ha designado y que conoce a Dios o el absoluto y su absoluteza. Y si no lo cree y es una impostura para arrastrar a las masas sedientas de certezas, entonces es malo también.
Mientras Gistau capea el temporal clamando contra los intelectuales de alcoba y reclama honras para el periodista de a pie que tiene que lidiar con el fango de los hechos para, supuestamente, hacer periodismo de verdad. Y dale con los hechos….
El debate es infinito porque afecta a toda la tradición filosófica, a la cuestión de cuál sea la naturaleza de la historia, del periodismo y en todo caso, la naturaleza del lenguaje. Pero creo que por hoy es suficiente. Tampoco hoy encontraremos la verdad. Espero haber sido verosímil en mi exposición y apasionada en mi humilde relativismo.
Para contactar con el autor: [email protected]
Fuente: http://www.elimparcial.es/sociedad/experimentos-con-la-verdad-cercas-y-espada–79581.html
SPAIN. 27 de febrero de 2011