El crítico británico Stuart Jeffries publica el ensayo ‘Todo, a todas horas, en todas partes’, en el que señala que seguimos atrapados en la sociedad del deseo fácilmente controlable por las fuerzas más conservadoras
En 1971, el profesor de Filosofía Política de Harvard, John Rawls, publicaba el libro Teoría de la justicia, uno de los grandes manuales de la socialdemocracia, puesto que la idea central se basaba en que una redistribución más justa de la riqueza beneficiaba a los más pobres y, por ende, al conjunto de la sociedad. Paradójicamente, llegaba en un momento en el que empezaban a abrirse camino las ideas económicas neoliberales de economistas como Milton Friedman asimiladas después por políticos como Thatcher, Reagan o Pinochet, y triunfaban también los filósofos de la posmodernidad como Foucault, Derrida, Barthes y Deleuze que, grosso modo, decían: tu deseo es un derecho. Este cóctel económico, político y filosófico fue explosivo y ganador. La década terminó con la instauración del sistema neoliberal, un Estado cada vez más flaco y la posmodernidad como gran bandera cultural. La era de la libertad. Y en ella seguimos, afirma el periodista, escritor y crítico cultural Stuart Jeffries (1962), solo que con un matiz no menor: “La idea de libertad de la posmodernidad es mentira”, según señala a El Confidencial en una entrevista por Zoom. La ha concedido, precisamente, para hablar de su nuevo ensayo, Todo, a todas horas, en todas partes (Taurus) en el que combate todos los postulados posmodernos a partir de varios hechos históricos (y modas) desde los 70 hasta hoy. Y, sí, ha visto la película ganadora de los Oscar, le ha gustado, pero el título no viene de ahí, sino de que llevamos décadas siendo seres cada vez más deseantes: “Lo queremos todo, lo queremos ya, queremos que nos traigan ahora ese paquete, y me da igual si ese trabajador de Amazon tiene derechos, tiene contrato o no”. En definitiva, según este crítico, es el gran triunfo de Deleuze y el gran fracaso de Marx. A buen seguro un compatriota como Ken Loach, que dirigió la magnífica Sorry, we missed you (2019), firma esta teoría. Todavía queda una izquierda británica.
La posmodernidad y el neoliberalismo llegaron de la mano. Una fue la coartada cultural del otro, explica Jeffries, en una época en la que la protección que hasta entonces había ofrecido el Estado —las prestaciones sociales, los servicios públicos como la educación y la sanidad— se pasaba de moda entre economistas que empezaban a mandar a Keynes al baúl de los recuerdos. Desde 1968 —movimiento que Jeffries detesta— y ya incluso antes, como había hecho notar Susan Sontag con su ensayo Notas sobre lo camp (1964) donde decía que “lo único importante en lo camp es destronar lo serio” (entiéndase lo serio como los derechos laborales, entre otras cosas), las ideas procedentes de la universidad (francesa) se iban haciendo cada vez más fuertes. Y estas, explica Jeffries, insistían en aspectos que hasta entonces no habían protagonizado las revoluciones sociales: “Para empezar hubo una división entre los estudiantes y los trabajadores. Lo que se propugnaba era la liberación del individuo (el yo). Es verdad que también hubo grupos que se tornaron fuerzas de cambio como las mujeres y las personas de color. La sexualidad fue otra fuerza de cambio, pero la vieja idea marxista había desaparecido. Habíamos sido atrapados por la seducción de los bienes de consumo. Los preferíamos a ellos que, realmente, a la libertad”.
“Estos teóricos posmodernos no fueron distintos de los neoliberales. Una sociedad entregada a la autogratificación es mucho más fácil de controlar”
Ahí estaban Deleuze y Guattari, que inocularon la idea del deseo. “El deseo era lo que nos iba a liberar. Y olvídate de los partidos de izquierdas, de los sindicatos que estaban luchando por conseguir más vacaciones”, comenta Jeffries. Quedaba inaugurada la época en la que el deseo se había convertido en un derecho. Lo que escondía esta idea, sin embargo, era bastante desastroso, como había defendido Herbert Marcuse (filósofo de la Escuela de Fráncfort, contraria a los posmodernos): “Estos teóricos posmodernos franceses no fueron tan distintos de los neoliberales. Una sociedad que está entregada a la autogratificación resulta mucho más fácil de controlar (…). La liberación contracultural de Eros puede ser fácilmente cooptada por fuerzas conservadoras”, escribe Jeffries en referencia a Marcuse, quien también había predicho que la liberación del deseo desenfrenado lo que hacía era producir otro sistema de explotación más sofisticado. No es difícil verlo hoy con campañas como las cañas de España. Y con un reverso aún más tenebroso: “Deleuze y Guattari imaginaron que el deseo subvertía el orden social, pero es más probable que su liberación, al menos en las condiciones del capitalismo neoliberal, haya dado carta blanca a las tendencias más rapaces y explotadoras de dicho orden”, escribe el crítico. En otras palabras, “la aparición de depredadores sexuales como Harvey Weinstein y Donald Trump”. Las orgías de los 70 eran, al fin y al cabo, “una fantasía masturbatoria masculina”.
Y lo cierto es que la cultura de la época abrazó con enormes ganas esta tendencia. Lo cuenta el músico David Byrne, fundador de Talking Heads, y poco sospechoso de ideología de derechas, quien manifiesta que aquellas ideas posmodernas fueron muy liberadoras: podías vestir como quisieras, ponerte el pelo azul, tener todo tipo de relaciones sexuales… Ahí estaba también Madonna, otro epítome posmoderno que puede ser virgen, sexi y sexual a la vez. “Era una liberación estética que, además, iba en contra del modernismo, que incidía en lo funcional, lo rígido, limpio (como la arquitectura brutalista), pero que también tenía gran idea de vivir en comunidad, en colectivo, y eso suponía también una cierta idea socialista. Las ideas posmodernas buscaban romper con todo eso en aras de una liberación. Pero esa liberación era mentira. La posmodernidad era una nueva mutación del capitalismo, el apoyo cultural para un nuevo tipo de capitalismo en el que todavía estamos viviendo”, refrenda Jeffries.
Trump, un posmoderno
Desde luego, aunque los filósofos franceses de los 60 y 70 se tenían por personas de izquierdas, uno de sus alumnos más aplicados es Donald Trump —y Jeffries suma a Bolsonaro y a Boris Johnson— con la ideología de la posverdad y los hechos alternativos. “En Francia, la filosofía cambió completamente con todas esas ideas de que no hay una única verdad, todo ese escepticismo acerca de los significados y que el idealismo de la revolución y el progreso se había perdido. Los Trump, Bolsonaro, Boris Johnson no leyeron a Deleuze, pero todas esas ideas están revoloteando por ahí. Porque la cultura de la verdad murió y lo que ha quedado es la cultura de la mentira. Por ejemplo, Johnson lleva mintiendo toda su carrera”, manifiesta. Durante todo este ensayo, otea la idea de que seguimos siendo posmodernos: sociedad individualista, narcisista, con la verdad por los suelos y un lenguaje condenado a la ironía. Jeffries se enfrenta a quienes dicen que la posmodernidad está o muerta o en declive, y en parte gracias a la cultura digital que llegó a comienzos de los 2000 y con acontecimientos tan brutales como los atentados a las Torres Gemelas de 2001. Como si con eso se nos hubiera quitado la tontería. “No, no me lo creo”, apostilla el crítico.
“En Francia, la filosofía cambió completamente con todas esas ideas de que no hay una única verdad. Trump con la posverdad es su alumno avanzado”
“Sí, ahora está esa idea de que el mundo digital ha dado pie a un nuevo mundo en el que triunfa la literalidad y de que ya no se puede anhelar ser decadente, posmoderno y que la ironía ha muerto. No, yo creo que todavía vivimos en las sombras de la posmodernidad. Por ejemplo, con todo lo que tiene que ver con esas distinciones entre sexo biológico y el género. Toda esa gente que no cree en el sexo biológico como un concepto científico, sino que todo es fluido. Eso es absolutamente posmoderno: la posverdad, esta idea posmoderna de la ciencia, que la objetividad científica no existe…”, argumenta Jeffries. Y se puede llegar a defenestrar a una escritora como J. K. Rowling —por cierto, votante laborista— y no leer más Harry Potter porque ella sí defiende el sexo biológico. O lo que está ocurriendo en el mundo del arte, donde artistas y arquitectos comprometidos con causas sociales a su vez son contratados en países de nula credibilidad democrática. Y no pasa nada. “Sí, ahí tienes Arabia Saudí con esas construcciones cuando es una de las sociedades más represivas del mundo. Y parece que no vemos esa contradicción. Ya no hay verdad”, ratifica el crítico.
El expresidente Donald Trump da un discurso en la convención de la Asamblea Nacional de Rifle el pasado 14 de abril. (Reuters)
Y el lenguaje de la ironía, que lo que hace también es crear una distancia con el otro. Es una vez más jugar con un significado que puede ser como el gato de Schrödinger. ¿Qué es verdad? “Seguimos impregnados de ironía. Y eso nos lleva al colapso, por ejemplo, que hay en la política. Y es terrible. Vivimos en la era del cinismo. Y eso hace que personas como Trump puedan controlarnos mucho mejor”, añade Jeffries.
¿Qué hacer?
Uno de los ensayos más famosos de Lenin es ¿Qué hacer? Y es siempre la gran pregunta. Jeffries no tiene la respuesta con respecto a nuestro mundo. Solo sabe que echa de menos la sociedad que se creó tras la II Guerra Mundial y que duró más o menos 30 años. “Yo nací en 1962 y Reino Unido era un estado socialdemócrata que proporcionaba pensiones, seguridad social… Y todo eso ha sido arrancado, destruido por políticos más o menos conscientes de hacerlo. Yo quiero volver a ese mundo porque era mejor, era más justo”.
“Yo nací en 1962 y Reino Unido era un estado socialdemócrata. Y todo eso ha sido destruido por políticos más o menos conscientes de hacerlo”
Quiere pensar en que las nuevas generaciones mejoren un poco lo que tenemos. De hecho, hay cierta conciencia con respecto al clima, animales, sexualidad y también redes sociales y gigantes tecnológicos. “Tengo una hija de 17 años que es vegana y se autodefine como bisexual. Y habla de una serie de cosas que yo nunca pensé a su edad. Es muy atenta y amable de una forma que con 17 yo nunca lo fui. Y creo que es generacional porque todos sus amigos son así. Usa las redes sociales, pero de una manera crítica. No está en Twitter porque detesta a Elon Musk. Eso sí, discute mucho con su madre por todo el tema del género. Pero está bien. Todo eso me hace sentir bien”, zanja el crítico. Al final, frente a los agoreros, el futuro es siempre la última esperanza.
Notas
Fuente: https://www.elconfidencial.com/cultura/2023-04-19/posmodernidad-ensayo_3612342/
20 de abril de 2023