ENTREVISTA Gustavo Bueno ‘No tengo tiempo para estar enfermo’

Gustavo Bueno, en la biblioteca que perteneció a su padre y a su abuelo, ambos ‘médicos-filósofos’. JAVIER BARBANCHO

Hoy [1º de septiembre de 2014] cumple 90 años el único filósofo español que cuenta con un sistema filosófico y una Teoría de la Ciencia propios, tan fértiles como para poder descifrar a Platón o a Spinoza, sin dejar de lado a Pablo Iglesias o a Artur Mas. Un ejemplo de fortaleza, con una obra erigida en constante pugna con las ideologías y los mitos de nuestra sociedad.

Santo Domingo de la Calzada. Entre el constante trasiego de peregrinos rumbo a Santiago, nos reciben en la puerta de su casa natal su hijo, Gustavo Bueno Sánchez (59 años) y su nieto Lino Camprubí Bueno (33 años), continuadores de la saga familiar y representantes de las diferentes oleadas que el Materialismo Filosófico fundado por Bueno ha ido generando desde los 60. Nos acompañan al jardín donde, al fondo, encontramos al filósofo sentado, trabajando en la redacción final de las últimas clases impartidas este verano en torno al deporte [“¿Un tema menor? ¡Pero qué coño va a ser un tema menor el deporte!”]. A una década del centenario, su vitalidad sorprende. Transmite una fortaleza insólita para su edad, impaciente por comenzar la entrevista, “porque es lo que toca hoy”. En la vieja biblioteca de la casa, frente al piano, comienza la enésima lección del maestro.

Desde la atalaya de sus 90 años, ¿cómo ve usted el pasado, el presente y el futuro?

La atalaya te la da el público, los otros. Tú no te sientes en ninguna atalaya, para mí es un año más, un día más… Pero sí, desde hace 10 años se han ido muriendo todos los amigos de mi generación. A algunos los has visto degenerando, en silla de ruedas o con alzheimer hasta morir. Y cuando ves el espejo, sabes que te va a tocar a ti.

Más allá de Santo Domingo, en su vida ha habido cuatro ciudades que han marcado su trayectoria. Empezando por Zaragoza, donde comenzó sus estudios de Filosofía espoleado por una frase que repetía mucho un profesor -“la excepción que confirma la regla”- y donde recibió el influjo de Eugenio Frutos, proveedor de lecturas de Heidegger, Husserl o Sartre, en pleno año 1943.

Un verdadero pedagogo y maestro, que se interesaba por los discípulos. Me dijo: “Tiene que leerse este libro”, y me dio la Evolución creadora, de Bergson. Y fue el gran libro que leí en primero de carrera. Me puso al día. Para que luego digan que en el franquismo… Teníamos acceso a todo lo de Freud, pero porque acudíamos a las clases de Psiquiatría, en Medicina. No existían los muros que ha habido después entre las facultades, la gente tenía curiosidad por todo.

Termina la carrera en Madrid, se doctora con una tesis sobre el fundamento de la filosofía de la religión y decide presentarse a las oposiciones de catedrático de instituto.

Nunca he tenido vocación gremial, no me he puesto la toga en mi vida. Durante las milicias universitarias, en La Granja, rodeado de monárquicos, Luca de Tena me sugirió vagamente que en el ABC podía haber un sitio para mí. Pero como me insinuaron que entrara en ese grupo de apoyo a Don Juan, les respondí con los versos que recitaban a Don Carlos, adaptándolos: “Tiene Don Juan en el trono / puestos sus dos ojos ya / pero lo que es el tercero / en su vida lo pondrá”. Me llamaron plebeyo y ahí acabó la historia. Entonces, a través de unas clases de latín que comencé a dar en una academia, empecé a cogerle gusto al asunto y decidí preparar las oposiciones. Y la plaza sale en Salamanca.
Una ciudad que le sirve en bandeja tanto la escolástica medieval como lo más actual por aquel entonces, el Círculo de Viena.

Así fue. La directora de la biblioteca histórica me dejaba sacar todo lo que yo quería, los infolios de los Conimbricenses, lo que fuera. Por otra parte, encontré unos libros de Russel y Carnap, en la biblioteca del Instituto, que los dejaría ahí algún profesor republicano.

En el fondo todo era Lógica. ¿Ahí se va gestando su Teoría de la Ciencia, el Cierre categorial?

Y en las visitas que hacía a unos laboratorios de Fisiología muy modernos que había organizado Tovar. Me explicaban los aparatos, hacíamos pruebas con ellos. Ya en Madrid solía redactar las memorias de oposición a médicos, biólogos y geólogos. Ese contacto directo con las ciencias fue clave para el sentido que adquirió la Teoría. Empezaba a rondarme la idea de las ciencias como partes que conectan con partes de la totalidad, que cuando cerraban el circuito el resto no les interesaba, porque lo que quedaba fuera ya pertenecía a la Filosofía. Eso lo desarrollaría en Oviedo.

Ganó la Cátedra de Historia de la Filosofía y se trasladó para allá en 1960. ¿Qué fue lo determinante para comenzar a crear un sistema propio?

Lo primero que me influyó fue que Oviedo era una ciudad industrial, a diferencia de Salamanca, donde todo giraba en torno a la universidad, a los estudiantes. Preguntabas por dónde quedaba la facultad y la gente no sabía contestarte. La población estaba compuesta por ingenieros, trabajadores de la siderurgia… Y eso era lo que yo estaba buscando: desvincular la ciencia de los libros. Por otra parte me había dado cuenta de que mientras no dijeras “Franco”, al haber libertad de cátedra, podías decir lo que te diera la gana.

Pero pasaron 10 años hasta que comienza a publicarlo.

Al principio estaba absorbido en preparar las clases, discutiendo en los seminarios, hasta que me pidieron que respondiera a Manuel Sacristán, y escribí El papel de la Filosofía en el conjunto del saber. Los libros han salido siempre por encargos, salvo El animal divino, cosa que me parecía normal: que lo pidieran era la prueba de que había una demanda mínima.

Siempre ha presentado su sistema en confrontación dialéctica con el resto de alternativas, polemizando. ¿Poder explicar a los demás desde sus coordenadas es la prueba de una mayor verdad?

Prueba no, es simplemente una corroboración de que funciona, que al menos en la controversia sale ganando.

Y el hecho de publicar su teoría de la sociedad política cuando se hundió la Unión Soviética, ¿significa que la caída del Muro le obligó a replantear la conexión del Materialismo con el Socialismo?

Éramos filo-soviéticos en los 70 pero no confiaba nada en la URSS, porque estábamos suscritos a la revista Soviet Studies y aquello era una basura. Había un profesor de Física Nuclear en Oviedo muy amigo mío que pidió a la Unión Soviética unos microscopios y ordenadores y le enviaron unos cacharros que no funcionaban. Yo les decía: “Esto va a caer, pero hay que esperar a que caiga para meterse con el asunto”. Y esperé. Saqué el Primer ensayo sobre las categorías de las ciencias políticas en plena Perestroika, y por prudencia tomé como ejemplo al Imperio Romano. Pero donde decía romano quería decir soviético.

En relación a cómo se fue gestando su Teoría de la Ciencia, salieron trabajos específicos aplicándola a la Economía, la Física, la Política, la Geología, el Derecho, etc. Hasta que en 1992 empieza la publicación de la obra completa, prevista en 15 volúmenes, de los que sólo se editan cinco. ¿A qué se debe esta interrupción? ¿A un giro en sus intereses hacia asuntos secundarios, más mundanos?

Se ha debido a diversas circunstancias, hasta personales, como cuando intentamos retomarlo en 2006 y mi mujer sufrió un ictus; eso fue decisivo, me dediqué enteramente a ella. Además, en estos último años, no sé por qué, a la gente no le han interesado estas cosas. A los profesores de Física no les importaba un pimiento, sólo cosas como el Big Bang, el genoma, síntomas de lo que hoy se ha convertido en el fundamentalismo científico. En las conferencias veía que preferían que les hablara de los epicúreos o de ética. Así que el giro lo impuso también la demanda, dejé de dedicarme a la Teoría del Cierre porque no había interés.

Es evidente que con el nuevo milenio sus análisis se han centrado en asuntos diferentes: los mitos de la cultura, de la felicidad, de la izquierda y la derecha, el problema de España, el aborto, la telebasura… Hay quien le achaca haberse replegado hacia temas menores.

Eso es un error monumental, propio de los profesores de Filosofía, que cuando van a a preparar un tema, por ejemplo la televisión, empiezan por mirar la bibliografía que hay al respecto: “A ver, Aristóteles… no dijo nada de la tele; Santo Tomás, nada; Kant, nada… O sea: no es un tema filosófico, es un tema menor”. Un espejismo.

Ha hablado de fundamentalismo científico y su último libro se llama El fundamentalismo democrático. ¿Nuestro presente podría estar caracterizado por ambos fundamentalismos?

Sí, los mitos de la ciencia y la democracia. La ciencia, presentada en singular y con mayúscula, queda sacralizada y sirve para todo, hasta para vender pasta dentífrica: “Testado científicamente”. Cuando se le da la palabra a un científico se limita a decir vulgaridades: que si la ciencia es un saber empírico… ¡Pero que tu saber no es empírico, imbécil! Llaman empírico a tener un laboratorio, pero eso no es empírico, es tecnológico. Por otra parte, la ciencia se está reduciendo a tecnología.

¿Y la democracia?

La democracia parlamentaria, tal como se entiende, me parece un mito completo. Hay una maniobra: presentar la corrupción como la culpable de todos los males, dejando intacta a la democracia. Lo vemos con el caso Pujol; todo el mundo hablando de eso cuando el problema político de España es Mas. La objeción que hago a la democracia es que sea entendida como la democracia del autobús, donde el rumbo a seguir se vota periódicamente: un viajero, un voto. ¿Por qué se escoge la mayoría como criterio, cuál es la escala? ¿Entonces la democracia de la ONU consiste en que valga igual Mónaco que China, cuando uno representa a 30.000 ciudadanos y el otro a 1.3 millones? Eso no es democracia, la ONU es la democracia del autobús.

¿Participa Podemos de ese fundamentalismo democrático en la medida que pretende solucionarlo todo con “más democracia”?

Viven en la utopía. Son un grupo de profesores de la Facultad de Políticas, gente de libros, con teorías organizativas de los círculos concéntricos, pero que no saben nada de Economía. Dicen creer en el pueblo, cosas así. Como para explicarles que Aristóteles situaba la democracia al lado de la demagogia o que para Rousseau la democracia es la tiranía. Yo creo que Podemos no tiene importancia porque se deshará cuando empiece a funcionar, cuando empiecen los círculos a reunirse entre sí. Objetivamente es imposible que prospere porque tiene una contradicción interna y porque confían en una idea de democracia que no tiene sentido.

¿Cómo está afrontando el Gobierno del referéndum soberanista?

En un principio pensé que lo que había que hacer era meter los tanques en Barcelona, pero claro, Mas sacaría a la calle a un millón de personas, su fuerza de choque, como ya ha demostrado, y el peligro radicaría entonces en que países como Suecia, Dinamarca, Noruega, Letonia, los herederos de Olof Palme, reconocieran a Cataluña. Se armaría un cristo porque, aunque Francia y Alemania no la reconocieran, la situación sería irreversible. La alternativa es ir dando largas y más largas, a ver si se enfrían. Ir poniendo dificultades económicas, etcétera. Dando un giro a la fábula del conde Lucanor: está lazorra al acecho, esperando a cazar, y viene uno y le saca un diente. La zorra sigue esperando y le saca otro diente. Y cuando se quiere dar cuenta está desdentada. La estrategia del Gobierno está siendo muy prudente, al menos si va dirigida en este sentido y es cierto el peligro de reconocimiento.

¿Cabe hablar de una cierta influencia política de su obra, en la medida en que ha habido políticos que le han leído, como Aznar o Carmen Alborch?

Yo creo que no ha influido, o muy poco. Los políticos no tienen tiempo de leer ni de discutir. No es que no les interese; están tan convencidos de las cuatro premisas que manejan (el pueblo, la democracia, etcétera) que ya tienen bastante. Todo lo resuelven diagnosticando problemas como un déficit de democracia.

Abordemos ahora el porvenir. Define el futuro como “el tiempo constituido por las personas sobre las que uno influirá sin que ellas puedan influir ya en uno” (lo de El Cid y las batallas que ganó después de muerto). Su sistema ha superado el puerto de Pajares (acusación que le han hecho en el pasado), con discípulos que no han recibido su magisterio directo y que provienen de toda España, incluso de Alemania o de Hispanoamérica.

¿Resulta satisfactorio haber alcanzado cierta objetivación de cara a esas batallas futuras?

No es que mi sistema haya “alcanzado” nada. Si lo comparamos con el principio, se puede decir que la difusión es mucho mayor, está más extendido por América y hasta se ha traducido un libro al chino. Eso no tiene por qué cesar, está internet… Pero dadas las condiciones, igual puede apagarse que seguir adelante. Recuerdo que hace ocho años vino un grupo desde Ucrania interesado en traducir toda mi obra. Empezaron a estudiar español para aprenderse la teoría. Vaya usted allí ahora a preguntarles. Al final es una cuestión aleatoria, meteorológica.

Su longevidad y fortaleza, ¿se explican por su oficio? ¿Hay alguna relación?

Tiene mucho que ver, sin duda. Porque si hubiera tenido otra profesión los problemas serían diferentes y el organismo funcionaría de otro modo. El hecho de hacer lo que hago me da un distanciamiento de las cosas inmediatas que hace que no me asuste. Pero no por una cuestión erudita, sino por haber estado con el mismo hábito durante tantos años, por la actividad permanente, que no te deja tiempo de pensar en otras cosas. No tengo tiempo de estar enfermo.

Ars longa, viat brevis. Al cumplir los 80 años reconoció notar cierta urgencia por resolver asuntos pendientes, “pero necesitaría otros 30 para resolverlos y me doy ocho o nueve años más de vida”, dijo. ¿Nos pedimos otros 10?

Ojalá, pero yo creo que no. Tengo unas carpetas tremendas de cursos que hemos dado sobre el Universo, la Cosmología, la Evolución. Y me están insistiendo en publicarlo, porque son borradores, que ahora mismo ni entiendo. Para eso necesitaría ocho o 10 años más. Y no creo que tenga ese tiempo.
Fuente: http://www.elmundo.es/cultura/2014/09/01/5403970eca4741d6698b4585.html

2 de septiembre de 2014. ESPAÑA

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