Entrevista a Boris Groys: “El consumo es hoy la gran ideología”

El filósofo alemán publica Bajo sospecha. “En la época de la cultura del espectáculo, todo el mundo quiere ser protagonista, y de paso tener éxito”. “¿Y quién es el espectador?”, se pregunta
Boris Groys nació en BerlínOriental en 1947, cuando la ciudad estaba dividida, y se formó en la antigua Unión Soviética, en Leningrado. Estudió allí Filosofía y Matemáticas entre 1965 y 1971, y luego anduvo trabajando por aquellos parajes (primero en Leningrado, después en Moscú) hasta que emigró a Alemania, a la Occidental, en 1981. Colonia y Münster fueron algunas estaciones de su nuevo recorrido académico hasta que se instaló en 1994 en Karlsruhe como profesor de Filosofía y Teoría de los Medios de Comunicación. Ha enseñado en universidades de California y Filadelfia, y desde enero de 2001 es rector de la Academia de Bellas Artes de Viena. Miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte, ha sido comisario de numerosas exposiciones (de Andy Warhol, Guy Debord, Tracy Moffat y Gary Hillberg, Derek Jarman…). Fue hace poco el responsable de la lección inaugural de los Encuentros PhotoEspaña, donde habló de fotografía y de sus cambios materiales. De la decena de libros que ha publicado, se han traducido aquí Sobre lo nuevo (Pre-Textos) y Políticas de la inmortalidad (Katz), un libro que reúne cuatro largas conversaciones con Thomas Knoefel. Estos días aparece Bajo sospecha. Una fenomenología de los medios, y en octubre se publicará Stalin, la obra de arte total (ambos títulos en Pre-Textos), que servirá de soporte a una exposición que prepara la Fundación Juan March en Madrid.

“No hay otra opción para disentir que reivindicar la infelicidad, la enfermedad, el fracaso, la ruina”

PREGUNTA. ¿Cómo entiende la filosofía en una época tan poco amiga del pensamiento?

RESPUESTA. La filosofía se ocupa desde siempre de preguntas eternas que no tienen respuesta. Así que hay un espacio donde están aquellos que se han entretenido con estas cuestiones, y de lo que se trata es de hacerse un hueco ahí. Es un lugar poblado de muertos (Platón, Kant, Descartes…) y tienes que buscar tu manera particular de ocuparte de esas preguntas que no tienen respuesta, dialogando con ellos, discutiendo, peleando si hace falta. Si son preguntas que pueden contestarse, ya no serían eternas y no estaríamos hablando de filosofía, sino de ciencia o de arte. Que son otras maneras de responder a esas cuestiones que nos afligen.

P. ¿Y cómo se ha instalado usted en ese territorio?

R. A la defensiva. Vivimos un tiempo lleno de discursos -ideológicos, políticos, religiosos…- y de actitudes que no dejan de bombardearte y acosarte por todas partes, así que lo que pretendo es neutralizarlos. Soy un filósofo al estilo del protagonista de aquella serie televisiva Kung Fu. Nada de atacar, defenderse, y desarmar tanto ataque.

P. Ha dicho que “la época de las explicaciones y justificaciones ha terminado”, y habla de malos tiempos para disciplinas como el arte, la literatura o la filosofía, que considera “variantes sublimes en las estrategias de autoexplicación”…

R. No tengo una gran simpatía por las autoexplicaciones. Tienen un componente psicológico enojoso, el del afán de estar delimitando cada rato tu propia identidad. Que si soy así, que si mi género es éste, que si lo mío tiene que ver con esto y lo de más allá…

P. ¿Cómo caracterizaría la sociedad actual, la de la cultura de masas?

R. Estamos en la época de la cultura del espectáculo. Lo que está cambiando es que ahora todo el mundo quiere ser protagonista, todos quieren mostrar lo que saben hacer, y de paso tener éxito. Ahí están MySpace o YouTube: todos quieren expresarse, todos son artistas. Con lo que hay un nuevo problema: ¿quién es el espectador? Guy Debord, el analista más lúcido de la cultura del espectáculo, se suicidó. El último espectador atento se suicidó. Así que hablamos, pero no sabemos quién está escuchando, escribimos y no sabemos si hay alguien que lee. Para que haya espectáculo tiene que haber espectadores. Así que todos esos afanes de proyectarse, de crear espectáculo, se sostienen en una hipótesis imaginaria: que hay alguien ahí.

P. Vivió mucho tiempo en Rusia ¿Cómo valora lo que ha pasado allí desde que terminó la llamada guerra fría, de la que fue al parecer la potencia derrotada?

R. No me atrevería a ir tan lejos, no creo que perdiera la guerra fría. Lo que ocurre es que hay mucha desinformación y tampoco se sabe muy bien qué está pasando en los países ex comunistas. Hay un fenómeno muy claro: son sociedades que están abandonando un sistema de consumo colectivo para pasar a uno de consumo privado. La gente quiere consumir ahora. Y la ideología del consumo se ha convertido en la gran ideología. En Rusia, pero también en China y en Vietnam y en Cuba y en todos los países que fueron socialistas. En Rusia hay ahora un montón de millonarios y el desarrollo de la cultura de masas ha sido allí espectacular. La presencia mediática de los nuevos ricos no obedece tanto al afán de ostentar su poderío como a la exigencia de la cultura de masas de estar ahí para ser alguien. La felicidad artificial de los grandes escaparates se ha convertido en la única meta.

P. Frente a esa exigencia de felicidad, usted ha reivindicado el fracaso, la enfermedad…

R. El valor fundamental de las sociedades capitalistas es la salud. Si se ve hoy el amor con bueno ojos, y ya no es esa tragedia que contaban los románticos, es porque han comprobado que practicarlo es saludable, que hacer el amor reduce el estrés o cosas por el estilo. También en Estados Unidos se considera que es bueno pensar una media hora al día porque ha habido estudios que han demostrado que se trata de una actividad que, siempre que no se abuse, genera unos procesos químicos que son provechosos para la buena salud. No hay otra opción para disentir que reivindicar la infelicidad, la enfermedad, el fracaso, la ruina.

P. ¿No se trata de una mera pose?

R. Le voy a contar un caso muy ilustrativo. Cuando Alexander Shaburov, un amigo artista, empezó su carrera en los años noventa, fue saludado con muy buenas críticas. Pero no tardaron en advertirle que tenía un problema muy grave: una mala dentadura. Sin embargo, tuvo suerte, y le concedieron una beca para que se arreglara los dientes. Y lo hizo. Y le ha ido bien. Hoy no se puede ser un buen artista si algo va mal a la hora de sonreír.

P. Ha dicho que en la antigua Unión Soviética había más libertad que en los países capitalistas, ¿a qué libertad se refería?

R. La única libertad que de verdad cuenta es la de ser libres del trabajo. Y en los países comunistas gobernaba una burocracia que, por lo menos ésa fue mi experiencia, era bastante floja. Así que te podías escaquear con facilidad. Nadie puede escapar, en cambio, de las redes del mercado. Al mercado no puedes engañarlo porque dependes de él, del dinero que te proporciona para vivir. Hay una idea falsa en Occidente y es que la vida está llena de deseos. Pero si de verdad a alguien lo liberas de sus obligaciones, se va a dormir. La verdadera libertad es no trabajar. Por eso había tanta libertad en los países comunistas, porque nadie daba ni golpe. Y por eso hay tan poca en un mundo dominado por el mercado. –

Política de la inmortalidad: cuatro conversaciones con Thomas Knoefel. Traducción de Graciela Calderón. Katz. Madrid, 2008. 288 páginas. 21 euros.

La exposición La Ilustración total. Arte conceptual de Moscú, 1960-1990 se celebrará en la Fundación March de Madrid del 10 de octubre de 2008 al 11 de enero de 2009. En septiembre se editará un volumen con el mismo título escrito por varios autores, de 300 páginas y 24 euros.

Boris Groys. Bajo sospecha. Traducción de Manuel Fontán del Junco y Alejandro Martín Navarro. Pre-Textos. Valencia, 2008. 300 páginas. 22 euros.

Fuente: http://www.elpais.com/articulo/narrativa/consumo/hoy/gran/ideologia/elpepuculbab/20080726elpbabnar_1/Tes

26/07/2008

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