Entre el fundamentalismo y el relativismo

Las palabras son nuevas, pero las actitudes que esas palabras revelan son tan antiguas como la misma religión. Fundamentalismo, integrismo, fanatismo, conservadurismo, intolerancia…, son los nuevos nombres del miedo de la humanidad. Miedo al vacío, a la inseguridad, al cambio, a la falta de identidad, a la incertidumbre. Sobre todo, miedo a la libertad. De ahí que, aunque estas palabras conserven el matiz religioso de su origen, hoy sobrepasan las fronteras de la religión. Hay intolerancias políticas o fundamentalismos económicos.
Los hombres han buscado siempre fundamentos en qué apoyarse y en qué encontrar seguridad. Las cosas están en un constante cambio y ahí no se puede encontrar seguridad y certeza. Pero el mundo de lo sagrado se hacía presente en los ríos o en las montañas, en los santuarios o en los libros revelados. Esa era la realidad absoluta que relativizaba todo lo demás.

Cuando después de un largo proceso de desacralización se llega al mundo de las ciencias que lo explican todo por las leyes de la naturaleza o de la sociedad, quedan los libros sagrados que contienen la voluntad eterna revelada por Dios. Al menos, esa verdad no puede cambiar por mucho que las ciencias avancen.

Formas del fundamentalismo

El fundamentalismo nació así, como una reacción contra la teoría de la evolución, en los ambientes protestantes de Estados Unidos al principio del siglo XX. Había que establecer claramente los fundamentos de la verdad frente a las nuevas conquistas de la ciencia. Y los fundamentos estaban en la Biblia, expresión literal de la voluntad de Dios. Ahí nada se podía cambiar, pues sería atentar contra la revelación. Dios había dictado la verdad revelada a los autores sagrados.

Este modo de pensar no era nuevo. Cuando se trató de aplicar los métodos de la crítica histórica a la Biblia, ya en el siglo XVIII, surgió el temor de la negación de la fe y de la misma verdad revelada. La Biblia no era un libro al que se pudieran aplicar tales métodos. Los textos eran intocables y había que aceptarlos así, como estaban escritos.

El fundamentalismo se dio sobre todo en las religiones llamadas “del libro”, aquellas que se fundan en un libro revelado. Es el fundamentalismo cristiano, judío e islámico. También el Corán es un libro dictado por Dios al profeta. Y del fundamentalismo al fanatismo y a las guerras de religión no hay más que un paso, que se dio con demasiada frecuencia. Si se tiene la verdad, hay que defenderla frente a los que la niegan. Y aquí todos los medios son válidos.

Otras veces se utilizó la tradición como defensa contra los cambios actuales. Volver al pasado, en el que ya no es posible hacer cambios, es también encontrar un fundamento firme que dé seguridad frente a las innovaciones que parecen afectar a la misma fe. Es la respuesta del integrismo de finales del siglo XIX y de todos los tiempos. La tradición, que es esencialmente interpretativa con una constante referencia a la sagrada Escritura, se detiene en un tiempo, en una expresión o en un conjunto de dogmas, y se considera tan fundamental como la misma Escritura. Ante las adaptaciones de las iglesias a los tiempos en la liturgia, ritos o expresiones de la fe, el integrismo cree que se traiciona la fe que se vivió en tiempos pasados y que se consideran la edad de oro de la religión. Hay que volver al pasado y, si es posible, al origen mismo, en el que no cabe engaño ni traición.

Una vez idealizado el pasado, se trata de volver a él, de hacer una revolución hacia atrás alejándose de los tiempos de cambios actuales. Ese pasado puede ser la iglesia de cristiandad, cuando la religión dictaba leyes y repartía el poder en la sociedad; o la Edad media tan mística y tan cristiana; o los tiempos en que se rezaba en latín; o las comunidades primeras, en las que “todos tenían un solo corazón y una sola alma”.

Una iglesia así, anclada en el pasado, se convierte a su vez en fundamento de sistemas políticos o económicos. Garantiza el orden y la disciplina de los sistemas de producción, por lo que es preciso defenderla a cualquier precio. Por el contrario, una iglesia profética supone un peligro o un estorbo que es preciso evitar. El neoconservadurismo de ciertas sociedades capitalistas o neoliberales es la expresión de este nuevo fundamentalismo.

Como se ve, las formas de fundamentalismo son muy variadas, aunque el modo de comportamiento sea semejante. Una vez absolutizados los textos sagrados, una forma determinada de institución eclesial, la tradición o un modo de vivir el evangelio, todo lo demás queda relativizado. Pueden absolutizarse también los valores económicos, políticos, ecológicos o las convicciones propias o los propios intereses. Lo absoluto es el atributo propio de Dios, por lo que todo lo absoluto se convierte en algo divino, eterno e inmutable.
Es la verdadera realidad que se acepta sin crítica, frente a todo lo demás, relativo y cambiante. En caso de oposición, el creyente ya optó por lo que considera absoluto, y será intransigente en contra de todo lo que se oponga. En nombre de esa realidad absoluta la violencia se justifica por sí misma: el error no tiene derecho a existir. Es preciso erradicarlo por todos los medios.

La violencia se extiende a las mismas personas que están en el error. Por encima de ellas está la verdad y en nombre de esa verdad se emprenden guerras o se utiliza cualquier clase de coacción, aunque lleve a la muerte o a la negación de la libertad.

Características del fundamentalista

El fundamentalista es acrítico. La verdad no debe ser analizada, pues si se demostrara que una parte de ella es falsa, ya no sería intocable y el sistema se derrumbaría. No importa que se encuentre con la evidencia de la ciencia o de la historia. Esa evidencia ya ha sido desautorizada de antemano: nada puede oponerse a la verdad absoluta. Si Dios ha hablado y la fe consiste en aceptar esa palabra de Dios, ¿quién puede atreverse a poner en duda lo que Dios ha revelado al hombre?

Por lo mismo, el fundamentalista está cerrado al diálogo. Si dialogar es encontrar con otro la verdad, el que ya posee la verdad desconfiará del diálogo. El diálogo serviría, en todo caso, para imponer la verdad a los otros. Pero eso ya no sería diálogo.

Tampoco hace falta estudiar o investigar. Si Dios ha hablado, ya ha comunicado a la humanidad la verdad completa. ¿Para qué pensar, si no se puede encontrar nada nuevo? Pensar es ponerse en peligro de llegar a conclusiones erróneas. El fundamentalismo se presenta como una repetición irreflexiva de palabras recibidas. Hay que volver a decir lo que ya se dijo y vivir lo que ya se vivió. Es preciso ser fieles a la Escritura y a la tradición.

El fundamentalista es intolerante. La tolerancia es para los débiles y para los inseguros. El que posee la verdad tiene la obligación de comunicarla a los demás, si es necesario por la fuerza. Parecería que la violencia es un fenómeno inherente a la religión: violencia sufrida, cuando la religión es débil o violencia impuesta cuando es fuerte.

Los partidarios del fundamentalismo no viven aislados; forman grupos en los que encuentran su identidad y la seguridad que necesitan. La vivencia de la propia identidad amenazada o el vacío de identidad establecen lazos que se van extendiendo en redes cada vez más amplias. Serán el refugio para los que se sienten amenazados por un mundo cambiante y peligroso. Al anclarse en el pasado de la tradición o en la seguridad de los textos sagrados, se aíslan del mundo y de la cultura para constituir su propio mundo y su marco cultural característico, lleno de desconfianza frente al progreso de la ciencia y de la técnica.

Cuando se identifica religión y política, como sucede en el Islam y sucedió en la iglesia de cristiandad, se identifican también los intereses religiosos y políticos. La ruptura con el mundo se hace más profunda y el recurso a la violencia más amenazador. Vuelven a aparecer las cruzadas y las guerras santas. En el nombre de Dios el mundo se divide: pueblos del norte o del sur; países ricos y países pobres; musulmanes o cristianos y paganos. Se ha llegado al final de la historia.

En el fondo de estas divisiones está el fundamentalismo religioso, político o económico. Los privilegiados son los que poseen la verdad; los demás han quedado al margen de la historia. Si quieren salvarse, tendrán que renunciar a sus errores y aceptar la verdad de los otros, entrando en su mundo religioso o político, fuera del cual no hay salvación.

Causas del fundamentalismo

Si no fuera porque es más antiguo, se podría creer que el fundamentalismo es el resultado de la cultura posmoderna. En todo caso, aquí es donde encontrará su justificación.

Por el año 1970 se empezó a conocer el pensamiento de unos filósofos que se llamaban a sí mismos posmodernos y que declaraban que el proyecto de la modernidad había llegado a su fin. Autores como Rorty, Lévinas, Deleuze, Vattimo y Baudrillard coincidían en afirmar que la modernidad había fracasado y que había que sustituirla por un pensamientomás humilde en todos los campos de la vida.

La razón creadora de los grandes sistemas filosóficos se hace sospechosa junto con sus creaciones. Dios había muerto y con Él había muerto el sujeto humano. Frente a la pretensión totalizadora de la razón, se afirmaba su carácter fragmentario (las ciencias). En vez de dejarse llevar por sus imperativos, hay que seguir los deseos, los sentidos, la espontaneidad de la vida. No existe una totalidad o una dirección que dé sentido. La realidad es lo que acontece, lo que nace y muere, lo caduco. Como dice Lyotard, “hay que aceptar, y se hace sin nostalgias, vivir sin fundamentación”. Es preciso buscar el sentido de la vida, no en los grandes relatos filosóficos o religiosos, sino en los acontecimientos, en el mundo de la ficción, de los pequeños relatos, de lo nuevo de cada día.

La razón ya no anda por los caminos de la lógica; hay que abrirse a la imaginación creadora, al mito y a la emoción. Queda el pensamiento errático, la razón débil. Todavía se admite la religión, con tal de que se apoye en el pensamiento débil y no en pruebas o razones. La religión pertenecería al ámbito privado; es fruto de un deseo errático, sin fundamento.

Al perderse la confianza en la razón, en el hombre y en Dios, aparece la duda. “Nos hallamos en la época de la incertidumbre, la indeterminación y la inseguridad” (Rorty). Así es nuestro mundo. La modernidad había buscado un fundamento sobre el que edificaría la filosofía, pero no hay fundamento ni certezas.

La filosofía posmoderna no hizo más que recoger la sensación de inseguridad y miedo del hombre actual. La crítica de la religión que habían hecho los maestros de la sospecha (Marx, Nietzsche y Freud) había llevado a “la muerte de Dios” y al desprestigio de las instituciones religiosas. O se aceptaba esa crítica para llegar a una idea más auténtica de Dios y de la religión, o se buscaba el refugio que ofrecía el fundamentalismo. Muchos eligieron el camino más fácil.

Pero la verdadera causa del fundamentalismo es el miedo del hombre de todos los tiempos de asumir el riesgo de la libertad. La religión, con la claridad de sus preceptos y la seguridad que ofrece en nombre de Dios, puede llegar a sustituir la libertad. Juzga del bien y del mal, prohíbe la libre interpretación, amenaza con castigos a los que desobedecen. La religión ofrece las respuestas a todas las preguntas y da certeza y seguridad contra todas las dudas e inseguridades. Pero esta seguridad tiene un precio: la confianza ciega en un fundamento, bien sea el texto sagrado, la tradición, una teoría política o económica.

Por eso, hay que cerrar los caminos a la duda, a la reflexión o al ejercicio del pensamiento. Ya está dicho todo. Nada puede contra el fundamentalista, el pluralismo de religiones o culturas, ni los cambios de su propia iglesia. Eso es precisamente lo que llevó a buscar la seguridad de su refugio. Por otra parte, frente al vacío de identidad que proclama la cultura posmoderna está la identidad que da la pertenencia a un grupo que ha señalado muy claramente las fronteras, delimitando su propio campo.

Qué hacer frente al fundamentalismo

Pudiera parecer que la solución está en el extremo opuesto ocupado por el relativismo. Si no hay un fundamento sobre el cual se pueda construir el pensamiento y la vida, esto quiere decir que cada uno debe buscar su propia verdad o su norma de conducta. Tiene su religión y su iglesia. De ahí, el respeto a las diferencias y la tolerancia.

Pero también este extremo es falso. Habría que encontrar un justo medio, que ha de ser el fruto de un diálogo entre todos. Nadie tiene la verdad completa: la racionalidad humana no permite conocer todo en un solo acto; hay que ir viendo los aspectos desde las distintas perspectivas.

El carácter histórico y progresivo de la revelación, el conocimiento de la formación de los libros sagrados, las “semillas del Verbo” que el último concilio reconoce en otras religiones, o el carácter interpretativo de la tradición, deberían de alejar el peligro del fundamentalismo. Por otra parte, el cristianismo ha conocido críticas muy profundas -que no ha conocido todavía el Islam- y ha ido aceptando cambios que sin duda han contribuido a presentar una Iglesia “sin arrugas ni manchas”, más allá de las realizaciones históricas. Además, el cristianismo no se fundamenta en un libro o en una tradición, sino en la persona de Cristo.

Pero aceptar todo esto es pedir demasiado a un fundamentalista…

Nació en Oviedo en 1928. Estudió en Salamanca. Enseñó en España y en varias universidades mexicanas, como en la Universidad La Salle y en la Intercontinental. En La Salle fundó la revista Logos. Dirige el Centro de Estudios Filosóficos Tomás de Aquino en León, Guanajuato

[Fuente: Beuchot, Mauricio, “El tomismo en el México del siglo XX”.]

2 comentarios Entre el fundamentalismo y el relativismo

  1. Matías Soto

    Comparto casi textualmente la critica contra los fundamentalistas, pero, al igual que muchos criticos de este vicio se argumenta mucho a favor de la critica, pero se deja poco espacio para “la solucion” o la contra-respuesta al problema de como trazar mi vida desde la incertidumbre, desde la carencia de verdades absolutas. Esta bien tampoco estoy a favor del relativismo, pero que nos queda?, el punto medio, es demasiada ambigua esa posicion, me huele a consenso social. ¿Pero es realmente valido el consenso?. Bajo esta teoria se podria llegar a justificar grandes guerras o inlcuso el genocidio NAZI, puesto que si hablamos de consenso, claramente en la Alemania NAZI se creyo en la masa que era lo moralmente correcto. Entonces m gustaria si alguien me explica un poco mas detalladamente los del justo medio.

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  2. Leonel

    El camino medio del budismo, la filosofía budista propone hace mucho tiempo la solución a este fundamelismo y a la falta de horizonte posmodernista. Borges lo señala en su obra y estudiando el budismo y el Taoísmo se puede tener una comprensión de la vida y el universo que de respuestas propias y a la vez éticas.

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