Enrique Rojas. Corazon y cabeza.

El hombre es un animal descontento. Su existencia es una toma de conciencia permanente de sus limitaciones en los más diversos aspectos. Ortega decía que la esencia del hombre era la soledad. Para Zubiri, la inquietud. El pensamiento existencialista cifraba el sentimiento mas directo para tomarle el pulso a la vida en distintos estados: para Unamuno, el sentimiento trágico y el afán y la sed de ser mas; para Heidegger y Kierkegaard: la angustia; en las ideas sartrianas, la nausea; en Gabriel Marcel hay que destacar la trascendencia.
Pero la peripecia de cada día es una batalla campal consigo mismo por no abandonarse y dejar las ilusiones juveniles de lado, ante los muchos avatares por los que hay que pasar. La costumbre de vencerse y de no ceder terreno en los retos personales. Porque todo lo humano es deficitario, indigente, apurado, siempre a vueltas con sus obstáculos y restricciones. Esto podemos llevarlo muy especialmente a la afectividad.

Hoy asistimos a una de las nuevas epidemias modernas que cierran éste final de siglo: las rupturas de pareja. El espectáculo es importante. A diario vemos y escuchamos gente que mas o menos conocemos que se ha separado. ¿Qué está ocurriendo?, ¿que teclas andan sueltas para que esto sea tan difícil mantenerlo? Uno de los indicadores de la madurez psicológica es la serena toma de conciencia de las dificultades de la vida. Pero aquí me refiero a una cuestión de base, elemental, que vertebra la vida colectiva de una sociedad. Hay dos visiones de la realidad, que son opuestas y a la vez, complementarias. La actitud romántica y la clásica. El hombre romántico es aquel que describe la corriente de un río desde dentro. Hay un contacto directo, siente la frialdad del agua que refresca sus pies. La reseña que hace ese hombre es viva, directa, el hombre mismo es parte del río, es uno mas de sus contenidos mientras está en medio del torrente. Esta es la forma de ver la vida que tiene el romántico.

El movimiento romántico se desarrolla desde el último cuarto del siglo XVIII hasta la primera mitad del siglo XIX. En España aparece mas tardíamente y se extingue también después que en el resto de los países europeos. El movimiento engloba aspectos de pensamiento (filosóficos), literarios y artísticos. Lo romántico es equivalente de sentimental: es el reconocimiento del valor que tiene la vida afectiva, tanto como camino de conocimiento, como una forma esencial de percibir la vida con toda la riqueza que ésta tiene. Se contrapone de este modo con la ilustración, vigente en el siglo XVIII, que había entronizado la razón y que había caído en la tentación de explicarlo todo a través de la lógica y el plano de los razonamientos argumentales.

Para el hombre romántico el sentimiento tiene un valor infinito, puesto que es capaz de descubrirnos la realidad última de cada uno de nosotros: el subsótano de la afectividad, donde anidan y residen las pasiones, los afectos, el mundo emocional en una palabra.

El hombre romántico observa la vida y la vive desde el ángulo exclusivo de los sentimientos. Es la supremacía de la afectividad sobre lo racional. La experiencia interior es el mejor camino para acercarse a lo absoluto y una de sus mejores vías es el arte. Este fue el santo y seña de Madame de Staël, Chateaubriand, Lamartin, Stendhal y la máxima figura Víctor Hugo, todos ellos en Francia. En Italia encontró la misma forma de expresión con Manzoni y Leopardi como máximos exponentes; en este país se acompañó de un gran fervor patriótico en pro de la unidad y de la libertad de la patria: El pesimismo desesperado de Leopardi influyó mucho en la generación de su tiempo. Inglaterra tiene luz propia con Lord Byron, hombre aventurero y escandaloso, que destaca enormemente en medio de la mediocridad inglesa: es el prototipo de poeta romántico: vida caótica, apasionado, surcada por el desorden, pero con una fina pluma. Es el mas escandaloso, excéntrico, luminoso y terrible de esta generación. En Alemania: Hoffman, Hölderling y el músico excepcional Wagner.

El hombre romántico se baña de sentimiento, lo que quiere decir que va a enarbolar las banderas de la libertad, del nacionalismo y de los estados de ánimo próximos a la tristeza y al desaliento. Se da en él como una especial facilidad para sentir los sentimientos de forma desmesurada: ama hasta los límites de sus propias fuerzas y experimenta la soledad y el sufrimiento hasta los bordes máximos…. es el ansia de infinito que desea vivirse hasta verse desbordados y próximos al suicidio, como ocurrió con el Werther de Goethe.

En España lucen los nombres de José Zorrilla con su célebre Don Juan, además de Espronceda, Bécquer, Rosalía de Castro y Mariano José de Larra que terminaría suicidándose… Este triunfó gracias a los españoles que volvieron de la guerra de la Independencia y al gobierno absolutista de Fernando VII, que traían consigo las nuevas ideas literarias y filosóficas que imperaban en Francia e Inglaterra. Los dramas de Zorrilla representan la forma mas lúcida del romanticismo español, que va desde su traidor, inconfeso y mártir hasta el Don Juan Tenorio, que encarna el arquetipo español de la época: personajes misteriosos, exaltación del amor apasionado, ambiente popular, damas enamoradas que no son correspondidas, hijas abandonadas… todo destila pasión y sentimiento.

¿Cuáles son las principales características psicológicas del romántico?: La mas esencial es la forma apasionada de vivir envuelto por las pasiones y por el afán de libertad. Junto a estas notas hay que añadir el culto por la intuición, la sensibilidad, la ausencia de normas y reglas de expresión tanto literaria como filosófica; brotan así los mundos interiores, en los que viven las fuerzas mas ocultas del hombre. Allí hay que ir para buscar el talento. Originalidad, manifestación del propio estilo frente a los cánones tradicionales… todo lo que suene a homogeneidad entre los hombres está mal visto. Surge así la gran idea de un hombre misterioso, interesante, que invita a que se le conozca, con un cierto aire impenetrable, en donde residen valores y sentimientos valiosos que deben ser conocidos y explorados. Esta es la clave humana del romántico. Por eso podemos afirmar que el romántico vive desde dentro y hacia dentro, volcado hacia sus parajes interiores. De ahí se derivan al dandismo y la tendencia a la pose que tan arraigada llegó a estar en los hombres de este tiempo.

Ahora abordamos la otra ladera del problema. El hombre clásico es aquel que describe la corriente de un río desde fuera. Hay una cierta distancia entre el sujeto y aquello que se pretende estudiar. Esa distancia hace que la observación del río sea mas objetiva, mas fría, y despasionada. Aquí se gana en imparcialidad pero se pierde en cuanto al calor de la vivencia.

El hombre clásico busca la armonía entre la forma y el contenido, entre lo exterior y lo interior. Par el arte clásico la forma ideal de expresión es la figura humano, mientras que en el arte romántico la belleza es siempre interior, subjetiva, íntima, temperamental, hecha de vivencias grandiosas y dramáticas, de contrastes extremistas que persiguen reconciliarse.

Lo clásico se acerca a lo apolíneo y lo romántico se entronca con lo dionisiaco. Lo apolíneo cultiva la medida, el equilibrio, la serenidad, la armonía. Lo dionisiaco pretende la vida sin límites, exaltando los estados interiores para alcanzar los últimos recovecos del ser humano, en un entusiasmo rotundo por vivir y experimentar, por conocer y ahondar, sea como sea, cueste lo que cueste, estaría simbolizado por el desafío y la rebelión contra lo establecido, en una especie de protesta universal y genérica.

La persona romántica tiende mas a lo último y lo nuevo, lo que está recién llegado. El clásico va mas a lo de siempre, a lo que ya es conocido, a lo menos novedoso. Ambos tienen su parte positiva. Mientras el romántico oscila entre el vaivén de la moda y de lo efímero, el clásico gira en torno a lo tradicional y permanente. Frente a la idolatría del presente y al ser autodidacta, se opone la concepción centrada en el pasado y en el presente, apoyada por la figura del maestro como ejemplo vivo y modelo a seguir.

Lo importante en la vida es contemplar la realidad desde la distancia adecuada. Como al personaje de “La Cartuja de Parma” de Stendhal, Fabrizio del Dongo, que fue movilizado y participó en la Batalla de Waterloo y no se enteró de donde estaba. No se trata tan solo de saber quién soy yo, sino. Donde estoy. Lejanía y proximidad. Encontrar la distancia justa para observarnos, poniendo entre paréntesis todo lo que hace ruido y estorba. Para mi la mejor fórmula es una ecuación entre lo romántico y lo clásico. La excesiva cercanía hace que el contacto sea mas inmediato, pero al aislar y separarnos del objeto que estudiamos, ganamos en perspectiva. El arte de la vida consiste en encontrar la distancia justa, saber colocarnos a una cierta mediad, Igual que cuando nos acercamos mucho a los cuadros de Goya, solo vemos los chafarrinones de su pintura, pero no captamos la excelencia del contenido de la tela.

Ortega habló del perspectivismo. El neurótico confunde la realidad con el deseo. El hombre maduro se sitúa en una posición justa, que le sirve de observatorio, sin la presión de lo que está encima y sin la frialdad de lo que flota en una lejanía geográfica desdibujada y etérea.

Artesanía de la mirada. Corazón y cabeza a la vez. Equilibrio entre los sentimientos y la razón. Por ahí situaría yo el amor inteligente, hecho, tejido, hilvanado y vertebrado de una relación armónica entre el espíritu de Stendhal y Descartes. Ser apasionado y argumental, vivir intensamente y buscar lo permanente.
Fuente: http://publiacceso.com/wp/2010/05/enrique-rojas-3-00147.html

SPAIN. 19 de mayo de 2010

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