Freud encuentra la clave para interpretar sus propios sueños y con ello pone en tela de juicio una de las certezas incuestionables en que se ha anclado toda la cultura occidental: la del sujeto. El tener certeza del sujeto, que es olvidarse de nuestra propia inconsistencia; una de las formas del olvido, es decir, la popularización festiva desde la que todo pensamiento es aniquilado, terreno fértil para ejercer desde allí el poder de la violencia y la violencia del poder. Si bien Freud inflige una herida narcisista a la humanidad, asimismo deja una inscripción que atraviesa y cimbra el pensamiento universal, a las ciencias y las humanidades.
La influencia de Freud en las ciencias trasciende fronteras, apunta hacia otra “escritura” y así, el acontecimiento freudiano pone el acento en el objeto metasicológico. Sujeto y objeto, tiempo y espacio, trazo y escritura ya no pueden ser pensados igual después de Freud. A su juicio, la ciencia de los procesos síquicos inconscientes es necesaria y hay que satisfacer esta exigencia.
Freud posibilita un materialismo que escapa a las concepciones prexistentes, escapa a la fenomenología y rompe con la centralidad y la fijeza impuestas por el logocentrismo engendrado en el seno de la metafísica tradicional. Y así, intuye el sicoanálisis como una “ciencia especializada” que encuentra en su propio movimiento la ambición de convertirse en ciencia: disciplina que se encarga del estudio del inconsciente, que es apertura y no cierre.
En palabras de Assoun: “Freud esculpe su ciencia inédita, modesta y amenazada por una ilegitimidad permanente. Se encuentra cabalmente con la materia síquica, entendida sin metáfora y sobre todo no como una psique, entidad que él contribuye, por el contrario, a disolver de manera decisiva como la inscripción (crónicamente problemática) del hombre en su verdad”. La teoría debe ser indulgente con la imposición de su objeto y no incurrir en el error de metaforizarlo. Nada más alejado de la intención de procurar alivio que el proyecto freudiano.
Freud, renuente en todo momento a la “sumisión a la verdad” y a las “falsas ilusiones” nos dice que si se cede en la palabra muy pronto se cederá en la cosa; así, decir que la ciencia acredita una visión del mundo es perderlo todo en un instante.
El sicoanálisis, a decir de Assoun, impide a las ciencias flirtear con la idea de una “visión del mundo”. Por tanto, el metasicólogo cabal ejerce su función donde la metafísica ha sucumbido. El sicoanálisis freudiano introduce un vuelco, un vértigo en los confines de la metafísica y de la ciencia. La metasicología emerge con toda su fuerza (y su apertura) en ese punto en que el inconsciente se vacía de su sustancia metafísica. Aquí la senda del sicoanálisis pareciera transitar más cerca de la matemática moderna. Si bien el sicoanálisis declara su renuncia a asumir y ostentar el título de poseedor de la verdad, matemáticos contemporáneos como Godel se manifiestan por la misma senda. La proposición o teorema de Godel versa sobre una enunciación contundente: “Esta declaración es indemostrable”. En ello se juegan la verdad, la demostrabilidad y la indecibilidad. En estas búsquedas (sicoanalíticas y matemáticas) se hace patente la insatisfacción por la certidumbre, de donde surge la necesidad de investigar vía metateorías que rompan, como lo hace la metasicología freudiana con la cadena trópica de indecibles, furtivos e ilegales habitantes de la tradición logocéntrica y poner en evidencia las limitaciones de los sistemas formales que se orientan por la clausura, el cierre y la finitud.
Freud pronto se percata de que su invención, el sicoanálisis, tiene un marco formal, central, con un estilo semántico y otro descentrado, escrito en los márgenes de lo que se dice y lo que se calla, lo que se devela ocultándose; así se perfila a escrutar los sueños, a desentrañar enigmas, a descifrar textos.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2008/07/11/index.php?section=opinion&article=a07a1cul