Lúdico y no creyente, el filósofo español Fernando Savater estuvo en México para recibir de la UNAM un doctorado Honoris Causa el jueves 12. Proceso aprovechó su visita para conversar con él sobre su libro más reciente, La vida eterna, en el que aborda algunos de los temas que le apasionan: Dios, la religión, el laicismo… Y como suele hacerlo en las conversaciones, desliza alguna paradoja para desconcertar al enemigo. Como en esta ocasión, en la que afirma que esta época es de credulidades colectivas. Lo sorprendente es, dice, que el llamado “creyente” en realidad se debería llamar “no creyente”, porque descree de la creencia más obvia de todas: la de la muerte.
En una sociedad democrática, el Estado tiene la obligación legal de mantener a la religión en el ámbito privado que le corresponde, apunta Fernando Savater, en respuesta a una de las preguntas que le formula Proceso sobre el entorno mexicano.
El filósofo español concedió la entrevista el miércoles 11 por la noche, en vísperas de la recepción del doctorado Honoris Causa que le otorgó la Universidad Nacional Autónoma de México, al igual que a otras seis personas, entre ellas el profesor Giovanni Sartori y la escritora Nélida Piñón.
Luce cansado, pero en la medida en que habla sobre los temas de su nuevo libro –Dios, la religión, la fe, la salvación– se muestra vital. Savater responde con rapidez y agudeza y se va ganando la complicidad del entrevistador, salvo cuando le saca la vuelta a la crítica de la derecha mexicana.
El laicismo es una de las derivaciones de este libro, La vida eterna (Editorial Ariel). Ahí señala:
Los rasgos fundamentales del laicismo –condición indispensable de cualquier verdadero sistema democrático– son dos: “primero, el Estado debe velar por que a ningún ciudadano se le imponga una afiliación religiosa o se le impida ejercer la que ha elegido; segundo, el respeto a las leyes del país debe estar por encima de los preceptos particulares de cada religión. Las iglesias pueden hacer recomendaciones morales a sus fieles pero no exigirlas al resto de la comunidad, como a veces parecen pretender”.
En la entrevista, Savater puntualiza: El laicismo implica que nadie puede privar de su religión a otro ni nadie puede imponer su religión a otro. En una sociedad democrática, cada uno tiene derecho a la religión, pero nadie tiene el deber de compartir la religión de sus padres o de compartir la religión de la mayoría de la sociedad. Por una parte están las leyes, basadas en criterios jurídicos-históricos-científicos, lo que sea; “por otra parte está la religión, que es un asunto que cada cual debe solventar por sí mismo. Entonces, mezclar ambas cosas y convertir la religión en una especie de garante moral o algo por el estilo de la sociedad civil es un error y tiene muy malas consecuencias”.
–¿A quién corresponde garantizar que se cumplan esos requisitos?
–Al Estado, por supuesto. Es un asunto legal. Y es también un asunto de educación cívica. Hay que explicarle a la gente por qué ciertas cosas son incompatibles con la democracia. Por ejemplo, la teocracia.
El tema del laicismo lleva a Savater al de la educación. “La cuestión más escabrosa en relación con la necesaria laicidad del Estado democrático es la educación… Los padres tienen derecho a transmitir a sus hijos sus valores y visión espiritual de la vida, pero en ningún caso esa perspectiva debe ser la única que reciban los niños, blindándolos contra cualquier otra forma de pensar”, dice el filósofo español.
El derecho a elegir
Savater se apoya en el pensador británico Richard Dawkins, para quien resulta “abusivo” dar por hecho que los niños, antes de poder elegir, pertenecen obligadamente a la religión familiar. Dice: “Los antiguos cristianos, que esperaban a la edad adulta para otorgar el bautizo, se portaban de manera más liberal que sus sucesores eclesiásticos del día de hoy. Es absurdo creer en la afiliación religiosa de los niños por cuestión hereditaria: a veces hablamos de niños judíos, musulmanes o católicos, pero nunca de niños neoliberales, keynesianos o marxistas. Sin embargo, tan disparatado es lo uno como lo otro”.
–¿Es compatible con la democracia pretender imponer alguna creencia religiosa?
–No, no, para nada. La religión no debe interferir en campos que deberían ser de elección libre. Así como los adultos tienen derecho a elegir sus creencias, también los niños deberán tener derecho a saber que existen diversas opciones. Lo que me parece mal es que un niño sea educado en la idea de que sólo la religión tal o la religión cual, son posibilidades para ser decentes y para ser una buena persona en el mundo.
–¿Los gobiernos de derecha son más proclives a facilitar la interferencia de la religión en la sociedad? –inquiere el reportero al autor de El valor de elegir.
–Bueno, es verdad que hay gobiernos de derecha que han sido muy clericales, pero otros gobiernos de derecha no lo eran. En mi libro cito parte de un discurso del senador Barry Goldwater, patriarca del conservadurismo estadunidense, en el que expresa su disgusto ante la posibilidad de que alguien pretenda imponerle determinada creencia. Hoy, ese discurso dicho en 1981 no lo diría ni un senador demócrata… Pero sí, la derecha suele estar cargada al clericalismo, como ocurre hoy en España, en tanto que la izquierda está entregada a los nacionalismos. Estos son los dos males que tiene nuestra política.
–En México, funcionarios de gobierno, incluido el presidente Felipe Calderón, expresan posiciones contra el aborto de evidente origen religioso…
–Una de las principales cuestiones que tiene que solventar un Estado para que la justicia no esté impregnada de fanatismo religioso es distinguir entre pecados y delitos. No son lo mismo. La jerarquía eclesial, los obispos y los creyentes tienen derecho a decir que tal cosa es pecado, pero no que tal cosa es delito, y las leyes lo que establecen son delitos, no pecados. No se vale mezclar las dos cosas y convertir al aborto en delito porque a unos les parece pecado, me parece que eso es pervertir la esencia de la justicia.
Ideologías mestizas
La entrevista con Savater se desarrolla en el restaurante de un hotel del Centro Histórico. Apenas prueba el platillo que le llevan a la mesa. El reportero le pregunta si después de reflexionar sobre la vida eterna logró entender por qué tanta gente “sigue creyendo en Dios y en el circo de lo sobrenatural”.
A lo largo de La vida eterna, responde, “intento explicar los mecanismos de la creencia. Hay muchas cosas que nosotros creemos por una visión objetiva del mundo y otras que creemos por una necesidad subjetiva. En el terreno de lo amoroso, de lo afectivo, todos hemos sentido necesidad de creer que alguien nos quería, aunque teníamos pruebas claras de que no era así. Pero nuestro equilibrio psíquico dependía de esa creencia”.
Y habla de las paradojas del pensar: “Hay una serie de razones que llevan a mucha gente a tener creencias sobrenaturales. Lo que pasa es que son creencias que nunca terminan de delimitarse. Nosotros creemos que creemos, pero después no sabemos muy bien en qué creemos. Lo que trato de analizar en el libro es en qué creen realmente los que creen”.
–Usted dice en su libro que es más importante preguntar en qué creen los que creen que en qué creen losque no creen…
–Los que no creemos, creemos en muchas cosas. Los llamados no creyentes creemos en cosas muy obvias: en las ciencias, en lo refrendado por estudios históricos o sociales, en las plantas, en la literatura de los grandes maestros, creemos en cosas relativamente comprobables y sobre todo creemos en la muerte. Lo sorprendente es que el llamado “creyente” en realidad se debería llamar “no creyente” porque descree de la creencia más obvia de todas, que es la de la muerte.
–O sea que la creencia en la inmortalidad, en la vida eterna, se explica porque en el fondo no se cree en la muerte…
–En el fondo, el verdadero creyente es el que cree en lo que parece latente, que la muerte es lo que parece, lo mismo que cuando le pegan a uno un estacazo se queda sin pensar. De todas formas los mecanismos de las creencias son muy complicados porque probablemente todos necesitamos creer en cosas que van más allá de lo que sabemos para poder actuar. Nuestros conocimientos son tan escasos, sobre todo los conocimientos de las consecuencias de las acciones, que si verdaderamente sólo actuásemos de acuerdo con lo que sabemos, no actuaríamos nunca o actuaríamos muy poco.
“Es inevitable que si queremos actuar necesitamos siempre tener alguna fe. Nos vamos más allá de lo que sabemos… El problema es cuando ya no se trata de la fe aplicada a determinadas acciones, sino de lo que se trata es de la credulidad. Por credulidad me refiero a ese conjunto de ideas o mitos, etcétera, en los que uno cree porque halagan nuestra vanidad o porque calman nuestro pánico. Yo sí creo que hay ahora una sociedad muy pueril porque es muy crédula, una sociedad que cree en el Código da Vinci, en conspiraciones permanentes, en fenómenos sobrenaturales…”
–¿Qué tanto se explica esa credulidad colectiva por la crisis de las ideologías?
–Lo que pasa es que las ideologías se han hecho más mestizas. Antes había tres o cuatro bloques ideológicos como muy purificados, muy definidos, y hoy lo que hay son unas ideologías mucho más mestizas. Todos hacemos un poco nuestro propio coctel ideológico. Tomando un poco de la ecología, la economía, la estética. Hacemos nuestro coctel ideológico un poco al gusto personal. No hay ya los grandes bloques. Se han acabado, como se acabaron los grandes relatos. Ahora estamos todos buscando el relato que vaya mejor con nuestra aventura personal o con lo que nosotros entendemos como nuestra aventura personal.
Refuerza: en ese momento en que ya no hay grandes verdades ni falsedades, la religión vuelve a entrar en escena. La religión se había desplazado frente a una teoría científica que la desmentía. Pero la religión está de regreso.
–Es lo que Gilles Kepel llama “la revancha de Dios”…
–Sí. En los sesenta, los veinteañeros imaginábamos todo tipo de conflagraciones mundiales entre el Este y el Oeste. Nunca hubiéramos imaginado que, 40 años después, estaríamos debatiendo cuestiones religiosas.
–La religión, dice usted en La vida eterna, funciona como “tecnología de salvación”…
–La religión llegó a contribuir a vertebrar a la sociedad, función que aún cumple en las pocas sociedades tribales que quedan. Pero a partir de la Revolución Francesa fue desapareciendo la función social de la religión y ésta se fue convirtiendo en un asunto privado. Creemos que la religión nos ayuda a salvarnos, a salvarnos sobre todo de la perdición del dejar de ser, queremos estar ahí aunque nos aguarde el infierno. Que alguien se ocupe de nosotros aunque sea para castigarnos.
–Usted señala que no basta la charlatanería para explicar la persistencia de la religión, que el asunto es mucho más complejo…
–Sí, sobre todo por la naturaleza simbólica que tenemos. En un capítulo del libro trato de explicar que tenemos una vida ideológica, histórica y luego una vida simbólica. Para nosotros la vida no es solamente lo que estamos viviendo, sino cómo nos la estamos contando nosotros mismos, es decir el lenguaje que tenemos con los demás.
“Todos somos animales simbólicos y por lo tanto todos estamos viviendo en un plano que no es el estrictamente realista; el ser humano siempre ha vivido en un mundo virtual porque pensar y hablar es virtual. Entonces, el juego de lo virtual es lo característico del ser humano. Claro, digamos que ahí sí cabe la inmortalidad, y ahí sí cabe porque no es un mundo biológico. Cuando alguien está hablando de muerte o de vida en el mundo de los símbolos, realmente ahí la muerte y la vida son otra cosa que en el mundo de la biología. Por lo tanto, en cierta forma el discurso de lo religioso tiene su función, no la tiene quizá en el mundo de lo material y concreto, pero sí en el mundo de lo ideológico y de lo simbólico, que es un mundo para nosotros muy absorbente.”
–¿Cómo se explica usted la sobrevivencia de la religión católica, sobre todo en Hispanoamérica? En su libro, usted dice que le parece genial la idea de un dios que se hizo hombre…
–Ese es un buen golpe –afirma Savater mientras sonríe–. Aparecen religiones todos los días…y así desaparecen. Son brotes religiosos, más o menos esquizoides. Se ponen a predicar y les hacen caso dos o tres personas, nadie más. En cambio, hay otras ideas que resultan más atractivas para un grupo. De hecho, el brote más virulento que ha tenido lugar con Al Qaeda ha trastocado la idea que muchos musulmanes tenían de su propia religión.
En países de fuertes lazos comunales, “como puede ser México, en el que a la mejor no hay lazos institucionales vigorosos pero sí fuertes lazos familiares, la gente llega a afiliarse a algo para juntarse con los demás. La gente no puede vivir sola. La sociedad no es un invento caprichoso, es una necesidad. Si no hay instituciones laicas viables, equitativas, la gente se colgará de la Virgen de Guadalupe o de Jesús Malverde (a quien veneran los narcotraficantes)…”.
–Usted elogia a los incrédulos –se le comenta a Savater–. ¿Pero no se sumará usted a la lista de conversos ilustres de último minuto?
Con cara de haber escuchado una herejía, responde: “No creo en ese tipo de conversiones, no son auténticas. En realidad es un argumento en contra de la religión. Aprovechar cuando alguien está desvalido, aterrado, agonizante para arrancarle una palabra de arrepentimiento. Eso sí que es vileza”.
Fuente: http://www.proceso.com.mx/
saludos