Que los intelectuales, aun alejados de las esferas del poder político o de las riquezas del poder económico, ellos ejercen una clase de poder ciertamente singular dentro de la sociedad
Con éste termina la serie sobre los intelectuales y el poder. En los últimos textos me he dedicado a repasar algunas de las posturas que podemos encontrar dentro de este debate. Es cierto, se les pueden seguir encontrando puntos de crítica a todas ellas. Por ejemplo, en contra de Kant podría decirse que hay muchas y muy variadas formas de “poder” de las que los intelectuales no se pueden escapar. Que los intelectuales, aun alejados de las esferas del poder político o de las riquezas del poder económico, ellos ejercen una clase de poder ciertamente singular dentro de la sociedad. Estoy pensando en un poder de tipo ideológico que se basa en la influencia social de las ideas. Un poder que pretende moldear el pensamiento social, cambiar el curso de las cosas, modificar criterios y romper prejuicios. Es esa clase de poder la que buscan los intelectuales. Por lo tanto, no toda relación de un intelectual con el poder significa la muerte de un intelectual.
Usando la misma avenida argumentativa, pero en sentido contrario, podría sostenerse contra Platón, entonces, que el poder político no es la única clase de poder que les correspondería ejercer a los intelectuales. Sin embargo, sabemos que ése no es el quid de la cuestión en Platón. El lío no se ubica sobre la clase de poder que pueden o no ejercer los intelectuales. El problema radica en la cuestión de si los intelectuales pueden ejercer cualquier clase de poder sin perder su calidad de intelectuales. Si esto es posible, entonces Kant se equivoca y Platón acierta. Sin embargo, hay que reparar en que la equivocación kantiana no desemboca en una adhesión necesaria de las tesis de Platón. De la posibilidad de que los intelectuales puedan ejercer cierta clase de poder sin poner en riesgo su calidad de intelectuales no se sigue que éstos, entonces, deban hacerlo.
En la actualidad, la tesis de Platón ha sido suavizada y matizada. Martha Nussbaum recientemente ha recordado el tema en las páginas del “The New Republic”. Nussbaum comienza citando las lapidarias palabras de Cicero, quien acusaba a los intelectuales de arrogantes y egoístas: “Piden lo mismo que los reyes: no necesitar nada, no obedecer a nadie y gozar de su libertad, cosa que definen como hacer lo que les venga en gana”. Nussbaum piensa que si un intelectual decide ofrecer sus servicios al Estado, no compromete su intelectualidad.
Roberto Gargarella, en cambio, ha recordado una postura de corte kantiano. En una entrevista reciente ha sostenido que es un riesgo que los intelectuales se pongan al servicio del Estado. Para él, los intelectuales deben mantener una postura crítica irrenunciable ante cualquier clase de poder; económico, político, o cualquiera que éste sea. Los intelectuales que se sientan a lado del poder, corren el riesgo de volverse complacientes con el Gobierno y en justificadores oficiales. El argumento de Gargarella parte, precisamente, de que un intelectual que esté al servicio del Estado pone su imparcialidad crítica en riesgo.
Podemos encontrar un argumento intermedio: Si un intelectual decide ingresar en las filas del poder porque piensa que puede contribuir en algo al bien común y, además, coincide moralmente con la ideología oficial, ¿podemos decir que ha comprometido su postura de intelectual? El problema lo encontramos, me parece, cuando el intelectual lo hace, digamos, por hambre, por conveniencia económica, por cuota política. No porque considere que se pone al servicio de la ‘verdad’, de lo correcto, sino porque no tiene otra opción más que la de mamar del presupuesto. En ese caso se compromete y deja de ser un individuo libre. ¿No valdría esto también en la diferencia weberiana sobre el político que vive “para la” política y el político que vive “de la” política?
[email protected]
Fuente: http://www.oem.com.mx/elsoldemexico/notas/n2241933.htm
MEXICO. 27 de septiembre de 2011