En busca del cienciómetro

“La ciencia no piensa”.

Martín Heidegger

Es evidente que la humanidad está en busca del cienciómetro: una maquina, ley, teoría o sistema que permita delimitar hasta dónde llegan la ciencia y la tecnología que ha creado el propio hombre, la cual parece estar tomando su propio rumbo, diferente al de la propia humanidad; por ello, se necesita delimitar a las ciencias ante la expansión de esas nuevas tendencias científicas, tecnológicas, cibernéticas, bioética, de transgénicos, etcétera. Se necesita establecer un limite, una frontera para la ciencia; de lo contrario, se estará deformando a la propia humanidad desde el cambio climático y las lluvias acidas hasta con el arrendamiento de vientres o fecundación in vitro, entre otras cosas que son muestra de un paso hacía los denominados poshumanos.

Al respecto, el profesor liberal norteamericano F. Fukuyama determinó: “La naturaleza es algo que nos es dado no por dios por nuestra herencia evolutiva sino por el artificio humano, entonces estamos entrando en el propio reino de dios con todos los terribles poderes del mal y del bien que tal entrada implica” (Fukuyama, Francis, El fin de la historia y otros ensayos, Alianza, Madrid, España, 2015).

Por su parte, el filósofo alemán Martín Heidegger sentenciaba ya en el siglo XIX, respecto a la evolución de la ciencia, que “no se piensa a si misma, sino que va hacia adelante estableciendo, ante todo, lo verificable, que es su típica elemental. Pero la pregunta del por qué y el para qué de la ciencia o de las distintas disciplinas es una pregunta que corresponde a la filosofía” (Feinmann, José Pablo, La filosofía y el barro de la historia, Planeta, 2015, Buenos Aires). Por ello, la ciencia y tecnología están tomando su propio rumbo sin importar si son útiles o no para la humanidad, pues pareciera que la humanidad es la que se está amoldando a éstas; basta con dar un vistazo a las tecnologías de la información, donde el consumo del ciudadano se mide por el celular que usa, por la computadora con que cuenta, por los juegos en los que se entretiene, pero no en lo que piensa y siente.

Parece como si los científicos que dedican toda su vida a desarrollar la ciencia y la tecnología no se detuvieran a pensar cuáles son las consecuencias de sus innovaciones, de sus descubrimientos, si serán efectivamente útiles para la humanidad o si estarán provocando una deformidad en ella y, en el peor de los casos, su extinción. Se ha documentado que se crean medicinas para enfermedades que no existen, es decir, soluciones para problemas que no se presentan aún. Al respecto, Juan Pablo Feinmann sostiene: “Y esos científicos no tienen la menor idea de nada. Sucede que el científico no aspira a un saber totalizador porque no totaliza su propia praxis, no piensa dentro de que política y dentro de qué contexto histórico esa praxis científica se va a encuadrar y va a ser utilizada” (Feinmann, José Pablo, La filosofía y el barro de la historia, Planeta, 2015, Buenos Aires).

Indudablemente, se necesita limitar el poder de crecimiento y expansión de la ciencia y la tecnología. Hace pocas décadas que los Estados han intentado delimitar dicho crecimiento ante las evidentes consecuencia de las bombas atómicas –250 mil muertos– o los grandes problemas ambiéntales, por ejemplo, inundaciones, desplazamiento de poblaciones, que son una simple muestra de la necesidad de limitar las ciencias y las tecnologías. El debate no está alejado de la realidad de ningún humano, por el contrario, ninguno está exento de esta grave problemática; si bien son los Estados, por medio de sus sistemas jurídicos, los que intentan limitar esas ciencias y tecnologías, el propio derecho desconoce hasta dónde llegan las fronteras de estos conocimientos de la humanidad. Las limitaciones representan la restricción de los derechos de libertad: de autonomía, de pensamiento, de actividad o de profesión. A su vez, implican una gran barrera de restricción para el crecimiento económico de los Estados, pues es indudable que las naciones más avanzadas son las que cuentan con ciencia y tecnología de vanguardia, para lo cual dan prioridad a presupuestos para la investigación y la educación de sus ciudadanos. Pero debe haber un límite, y ese limite aún no es medible, cuantificable, determinado; sinlugar a dudas, hace falta un cienciómetro que decida hasta dónde pueden llegar estos conocimientos de la humanidad que han cambiado a la propia humanidad.
Fuente: http://www.lajornadadeoriente.com.mx/2016/09/15/en-busca-del-cienciometro/

15 de septiembre de 2016. MÉXICO

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