Puede ser hora de revisar su ritmo de trabajo, sus motivaciones y ambiciones ocultas, y su falta de sentido del ocio
Curiosamente, ocio significa hoy día pereza, inactividad, vagancia. No fue así para los griegos ni para los primeros cristianos. Ocio era sinónimo de libertad.
Aristóteles decía: “Trabajamos para poder disfrutar del ocio”. En cambio, la civilización de consumo descansa para trabajar, con el agravante de que la obsesión por producir está acabando con el descanso dominical. Casi nadie entiende el ocio como el espacio propio del espíritu. Cuando se acerca el fin de semana, si no tienen ‘programa’, los invade la neurosis de la soledad. Pobre generación del activismo, del ruido y del comercio, que no sabe gozar del ocio, regalo divino, ya que el ocio es la ‘actividad’ propia de Dios.
Oigamos al divino Platón: “Los dioses, compadeciéndose del género humano, nacido para el trabajo, han establecido para los hombres días de fiesta religiosa, para alivio de sus fatigas; y les han dado, como compañeros en esas fiestas, a las Musas, diosas de las letras; a Apolo, dios de las artes, y a Dionisos, dios del vino y de las fiestas, para que, nutriéndose del trato festivo con los dioses, mantengan la rectitud y la equidad”. Así pensó del ocio Platón.
Para redimir al hombre del trabajo servil, los judíos, regresados del Destierro, inventaron la semana de siete días, y el ocio que libera al hombre de las tres características del trabajo servil: el trabajo mismo, la dependencia y la utilidad. Lo útil nos saca de nosotros mismos hacia la producción; el ocio, en cambio, nos brinda la oportunidad de encontrarnos con lo ‘inútil’, con el descanso, con nosotros mismos y con Dios, fuente de alegría y libertad.
La fe en Dios nos hace libres frente a la autoridad, a las penas, al trabajo. De aquí la importancia del Domingo y los puentes festivos: son una oportunidad para descansar del trabajo y disfrutar del ocio, reencuentro con Dios, con los seres queridos y con nosotros mismos.
Se impone recuperar el día de descanso. La vida moderna se ha vuelto pesada. La semana de trabajo es dura y estresante: el traslado al sitio de trabajo ya pone de punta los nervios del mismo Job. Los aparatos electrónicos multiplican datos, deseos, noticias, que hacen de nuestro día una agitación incesante. Y, como si fuera poco, los centros comerciales, supermercados, celular, computador, televisor, vienen acabando con nuestros días religiosos de trato con Dios y con nuestro espíritu.
El hecho al que me refiero consiste en el predominio del trabajo esclavizante sobre el ocio liberador, peor aún, en una pérdida del sentido clásico y cristiano del trabajo y de su correlativo, el ocio, la fiesta, las actividades del espíritu. Hoy hemos invertido hasta tal punto el orden de estos dos factores, trabajo y ocio, que descansamos para trabajar más intensamente, cuando los griegos trabajaban para poder descansar lo más posible, entendiendo por descanso el ocio para dedicarse a las actividades propias del espíritu: música, lectura, diálogo con la naturaleza y con Dios.
Pero el hombre moderno se encuentra dominado por el signo fatídico de la producción. No hay dinero que dé abasto a sus ambiciones. Todos hemos perdido el sentido del juego, del humor, del descanso. ¡Qué felicidad se encuentra en un día sin periódicos, sin comercio, sin ruido ni trancones, sin celular, sin cuentas ni cheques! Un día de libertad y de paz. Todo estos regalos nos brinda el ocio.
Piense, amigo lector, en revisar su ritmo de trabajo, sus motivaciones y ambiciones ocultas, su falta de sentido del ocio, de la fiesta interior y del descanso.
Hoy, trabajo es símbolo de esclavitud. Ocio lo debe ser de libertad, cultivo de lo ‘inútil’, lo improductivo, de lo más humano que existe en el hombre: las artes, la amistad, el diálogo con Dios. ¡Viva el ocio! ¡Viva diciembre! ¡Viva la Navidad!
Fuente: http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/alfonsollanoescobar/un-alto-en-el-camino_8463323-4
COLOMBIA. 28 de noviembre de 2010
gracias por aportarnos tu trabajo al público, interesante reflexión.